El valle de silicio

Pesoz, que ha cerrado muchos de sus últimos años sin nacimientos y que mantiene el consultorio pero ha clausurado el colegio, precisa apoyo para reinventar su tejido económico

Fermín Rodríguez / Rafael Menéndez Centro de Cooperación y Desarrollo Territorial (CeCodet) / Pesoz (Pesoz)

Dicen los viejos geógrafos que hay dos Asturias: una, la del carbono, calcárea, que va del centro al Este; y otra, silícea, plutónica, la del Occidente. También dicen los teóricos de la geopolítica que nuestra civilización está pasando de la era del carbono a la del silicio. Del acero al chip. Se cuenta que el paso se dio en unos garajes de un valle de California. Así que si esto fuera verdad y, en parte lo fue, por qué el valle del Navia, que quedó marginado durante la era del carbono, no puede ser vanguardia en la del silicio. Por lo visto, carbono y silicio son incompatibles, requieren gestiones diferentes, distintas tecnologías. Esperemos que la nuclear pase sin convertirse en peste catastrófica y el mundo pueda alumbrar una nueva forma de hacer las cosas. Y que nosotros aprendamos a desarrollar esta nueva tecnología para gestionar nuestros valles del silicio, del que el del Navia es referencia y buen ejemplo.

¿Cuantos asturianos conocen Pesoz? Para muchos la pregunta es una simpleza, ¿para qué, por qué?, dirán. Si son muchos los que así responden indica que hay que resetear el sistema y empezar de nuevo a programar. Si se observa un atisbo de interés, a partir de esa motivación se puede empezar a dar sentido al país para encontrar oportunidades latentes, a saber que hay que explorar, que hay que luchar y que un país ocupado sin interrupción y sin grandes cataclismos durante más de dos mil años, los que alcanza nuestra historia, es un buen país para vivir, para tener esperanza, para sentirse parte de una tradición que sabe ajustar el tiempo y que lo cuenta por milenios. ¿Qué es eso de la crisis financiera y los bonos basura? De eso aquí no hay. Aquí tenemos la banca más saneada del país.

En el Navia, las huellas nos llevan a poblamientos de varios milenios atrás, que hicieron de la piedra señal, aún hoy visible en castros, túmulos, dólmenes y otros hitos que salpican y certifican la antigüedad de su poblamiento. Valle encajado entre angostas y profundas paredes, aprovechadas para la construcción de sucesivas presas, aquí, en el límite con el concejo vecino, aparece la de Grandas de Salime, monumental obra pública que inicia los saltos del Navia, para constituir un renovable yacimiento de energía hidráulica. Desde el embalse, rápidas pendientes nos llevan a rellanos, pequeños valles y cumbres alomadas, que acogen a la población y a la secular actividad ganadera.

Pesoz, Pezós, como las demás polas huye de las profundidades del Navia y se asienta en uno de estos rellanos, que busca el sol y mira al río Agüeira, en el cruce de caminos entre el valle del Navia y el país de los Oscos. Sobre una pequeña colina, a 330 metros de altura, la iglesia, el palacio de Ron y su capilla dominan el exiguo caserío colocado en torno a la plaza y al cruce de carreteras. Así se completa una pola mínima que prolongan Francos, al Norte, y Cela, al Sur, desde la que se adivina, ya próxima, la villa de Grandas, de la que sólo la separa la loma de Santa María, por la que se eleva la singular carretera del valle que siguen los escolares para ir a la escuela y los demás para acudir a los distintos servicios.

El concejo ha perdido el tren de la población. Entre las dos estaciones que acotan la primera década de siglo ha dejado en tierra a 72 ocupantes, pasando de 256 en el año que abre el siglo a 184 un decenio después. La villa, que representa la locomotora de este tren concejil, también ha visto reducida la escasa presión que ejercían sus 61 residentes de comienzos de la década, pues ahora son tan solo 52 los empadronados. Transición demoledora, en la que nada entra y, poco a poco, todo sale. Sin nacimientos los más de los años y una pérdida de población de varias decenas en una década nos acercamos a un punto de no retorno. El envejecimiento de la población mantiene el consultorio, pero no el colegio.

Hay que reinventar el papel de estas pequeñas villas, sentir su necesidad, porque el territorio tiene recursos que requieren atención y explotación, y para ello se necesitan personas. El modelo de que produzcan otros mientras nos dedicamos a los servicios urbanos y turísticos parece que ha mostrado, con crudeza, en los últimos años, sus limitaciones. Habrá que seguir obteniendo producciones de la ganadería, del bosque, de la agroindustria, de las fuentes renovables de energía, del turismo rural, de las nuevas opciones que se presenten. Pero eso no se hace por decreto y a través de un expediente administrativo, hay que recrear la atmósfera de la producción. Para el futuro, para todos, pero producción. Actividad industriosa orientada a satisfacer nuevas necesidades, a convertir en capital de relación muchos de los capitales intangibles u ociosos hoy presentes, sin los cuales no se podrán mantener estas pequeñas comunidades, de la que son portavoces sus ayuntamientos, que han hecho de su tamaño y de la cooperación con los vecinos su singular virtud, referencia esta última difícil de encontrar en nuestras satisfechas ciudades. Con un presupuesto que no llega al millón de euros, no parece que esta cantidad sea un argumento razonable para dar por desaparecido el municipio y su población, según criterios «racionalistas», que, sin embargo, no encuentran modo de contener los espectaculares desfases económicos de muchas ciudades, comunidades autónomas y respetables entidades financieras.

El Navia más profundo

En medio de la Asturias del silicio, el Navia. Y sobre él, Pesoz. Que, abalconado sobre el Agüeira, espera su momento, en el que la transición desde la era del carbono se complete y llegue su tiempo, o un milagro que garantice su supervivencia como burbuja territorial. A la que la nueva era sepa acariciar y dar valor, encontrar de nuevo un sentido y un interés. Para eso es previo conocerla y reconocerla. Es cierto que en esta fase última no la hemos pinchado, y no ha explotado con un horrísono bramido, pero, como la pólvora mojada, se consume sin ruido. No es fácil certificar la muerte de un territorio, y además aquí hay mecha. Tanto en el interior del sistema local, por vía de recursos endógenos, como por la que se le debe proporcionar desde el resto del país. Es una estrategia inteligente para procurar la buena salud de Asturias, la de mantener activos todos su miembros y con capacidad de poder utilizarlos cuando llegue la nueva era. La era del silicio.

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