Fe milenaria
La Pola cuenta con entidad urbana, localización y comunicaciones para desafiar al futuro mediante ideas que aprovechen las potencialidades y contengan el declive demográfico reciente
Pola de Lena es referencia urbana, histórica y actual, de la Montaña Central de Asturias. Puerta urbana que abre Ciudad Astur a los que llegan atravesando la Cordillera. Tan sorprendidos, hoy como ayer, al franquear los puertos y atisbar, desde el mostrador de la serpenteante autopista, el escaparate del mundo de la alta montaña, al que sus guardianes permanentes, la nublina y el orbayu, oscurecen sin previo aviso, para cegar al viajero y hacer sentir, al acongojado primerizo, que entra en otro país.
Así que la Pola fue y es el contraste civilizado frente a naturaleza tan desbocada. Por eso debe cuidar sus formas urbanas, comenzando por las que hoy son fachada principal de la villa carretera y también ferroviaria, ahora punto final de la modernización del ferrocarril que avanza con dificultad desde Valladolid.
Pola de Lena lleva siendo centro urbano desde tiempos medievales, cuando en el reinado de Alfonso X, allá por el siglo XIII, se hace cabeza de un inmenso conceyón que aseguraba el tránsito desde Asturias a la Meseta, además de constituirse en el núcleo civilizador de un extenso territorio de alta y media montaña, que hoy limita por el Sur el área metropolitana asturiana. Ocupación del territorio milenaria que se ha mantenido sin rupturas ni cataclismos desde el origen de los tiempos, para alimentar con dificultad a una federación de parroquias ganaderas y garantizar la función caminera para integrar en España al centro regional.
Pero la Pola milenaria poco tiene que ver con la villa actual, hecha por el carbón, el mercurio e, incluso, los altos hornos, que también tuvo en sus inmediaciones. El carbón la hizo de forma rápida y deslavazada, de ahí ese carácter de villa incompleta, con muchos recortes y medianeras. Las explotaciones mineras lenenses fueron desapareciendo y la villa volvió a su carácter residencial de siempre, pero con un volumen muy distinto al de la Pola tradicional y con una composición social también muy diferente, que va variando con el tiempo, siguiendo las vicisitudes y la edad del sector dominante.
Pola de Lena logró crecer incluso en los duros años de la crisis de la minería. El auge hullero le permitió doblar su población y densificar su casco urbano, extendido desde la Caleya carretera al ensanche propio de villa ilustrada, con Casa Consistorial con pretensiones y plaza de la Iglesia con jardines y edificios públicos. Pero también el crecimiento mal controlado le hizo perder, al albur de modernidades apresuradas, el estilo de villa vintage, dificultando su transformación en pequeña ciudad (2.235 habitantes en 1950, 5.760 en 1970). Después, sus capacidades residenciales y la oferta de servicios escolares de calidad (Colegio del Pilar, Colegio Sagrada Familia, hoy fusionados, y los centros públicos) le permitieron mantenerse en las décadas del declive. La crisis la afrontó así con una continuidad del crecimiento urbano, a partir de su función de núcleo de residencia y de servicios para una creciente población de familias de mineros en activo y jubilados, que optaron por la Pola y no por otras localidades, percibidas como menos urbanas. Funciones que se sobrepusieron aquí a la tradicional especialización en actividades comerciales y terciarias para su red de parroquias.
La Pola tiene el corazón partido, como el propio concejo. Por un lado, la Lena de Yuso, la de les feries, relacionada con su antigua hijuela de Mieres con quien comparte barriadas y carbón, y, por otro, la Lena de Suso, la de las ferias, y el mundo ganadero, el que anida en los mayaos, brañas, caserías y erías, bajo las más altas cumbres de la arriscada cordillera. Para esa Lena «la ^sová ta n la Pola», donde estaban las ferias, el comercio, la conexión con el mundo y los que mandaban. Era la referencia de los pequeños mundos ganaderos, y sigue siéndolo. Una gran parte de la diferencia de Pola de Lena con Mieres está en ese espíritu vaquiru que hoy anida en las calles y casas de la Pola, y que utilizan los que viven en sus barrios para saber que la Pola es un poco diferente. Espíritu con el que se galvanizaron los que siguieron viniendo hasta los años finales del siglo XX, en los que la Pola llegó a superar los 9.000 habitantes, conformándose como uno de los más importantes núcleos urbanos secundarios del ámbito metropolitano y una de las polas regionales de mayor población. Pero en lo que va de siglo, el agotamiento comarcal, la pérdida de actividad económica y de empleo, los escasos nacimientos y el envejecimiento de la población han dado la vuelta al crecimiento anterior. Hoy cuenta con 8.555 residentes (8.883 en la parroquia, de los 12.545 del concejo). En la Montaña Central ya prácticamente ninguna localidad aguanta en sus niveles de población de principios de siglo, aunque Pola de Lena es de las que menos pierden, hasta el punto de haber mostrado durante las últimas décadas una evolución relativa mejor que Mieres, su mayor centro urbano.
Pola de Lena cuenta, sin embargo, con entidad urbana suficiente, una localización privilegiada en el principal corredor de comunicaciones regional y un casco urbano capaz de sostener aún crecimiento y mayor actividad. Pero no es así, la Pola se ha ido dejando arrastrar por el mal comarcal. Envejecimiento, pesimismo, desactivación, y adocenamiento cultural que llevan a la búsqueda de otras opciones territoriales. Urge pasar de la administración del declive a las apuestas de futuro, aprovechar las infraestructuras creadas y dar paso a las ideas, en un entorno de menos recursos para las políticas territoriales.
Para cambiar hay que atacar el mal en sus raíces. Activar, remodelar y creer en uno mismo. Abrir la posibilidad real de emprendimiento de la gente joven, más allá de la retórica política y social. En época de escasos recursos, habrá que dar paso a las ideas, ya que la abundancia anterior no resultó en una mejora de la actividad y el empleo, ni siquiera en el mantenimiento de los niveles demográficos.
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