La hacienda del oso
La villa, que ha cuadruplicado sus plazas de alojamiento desde la apertura de la senda y el cercado osero, pide promoción para hacer del turismo de naturaleza el antídoto definitivo contra la depresión demográfica
En la terraza de un hotel, en la plaza de La Abadía de Proaza, las madreñas de Aurelio Álvarez Menéndez desentonan hoy más que hace algunos años con el pavimento urbano que pisan. Al frente está el Ayuntamiento, delante una fuente seca junto al busto de un ex alcalde -Juan Alberto López Suárez- y al alcance de la vista, más o menos, otros tres hoteles. Antes no había tantos. Desde esta mesa que Aurelio comparte con su hermano Constante a la sombra refrescante del mediodía se percibe con alguna claridad lo que ha sido de Proaza en la última década y media. Hace catorce años, ellos lo recordarán, únicamente se alquilaban habitaciones en este establecimiento y los restaurantes, rememora Antonio Fernández, concejal de Turismo y propietario de casas alojamiento rural, «cerraban los fines de semana porque su clientela era sólo la del pueblo». Hoy, como siempre desde que el vecindario incorporó a dos pequeñas osas, sábados y domingos son temporada alta de forasteros y además de estos cuatro hoteles apiñados en torno a la plaza funcionan tres apartamentos y dos casas rurales. Entre todos suman unas 130 camas, el cuádruple que a mediados de los noventa, y dentro y fuera de cuatro restaurantes hay mesas para atender a los caminantes que trae la Senda del Oso, para dar de comer a los que vienen a visitar el hogar que aquellas dos osas huérfanas, pardas cantábricas genéticamente puras, comparten al alcance de los turistas desde el 26 de mayo de 1996.
Desde su cercado entre Proaza y Santo Adriano, «Paca» y «Tola», y últimamente también su intimidad pública con «Furaco» a la búsqueda de descendencia, remolcan a distancia la actividad del pueblo. Avivan el movimiento de esta villa capital de un concejo de esencia ganadera que ha dejado olvidado el millar de habitantes en algún lugar de los años noventa y que poco a poco va obligándose a cambiar las vacas por los osos. Para dar fe de la fuerza que aquí tienen los plantígrados, la vieja casa rectoral se ha transformado en moderna Casa del Oso y pasan dos caminantes de uniforme, con bastones y mochilas, por el tramo de la senda que orilla la fachada de la central hidráulica de Proaza, joya arquitectónica con la firma de Joaquín Vaquero Palacios y la colaboración de su hijo Vaquero Turcios.
Las osas y la asociación de sus nombres a los valles que las alojan ha desacelerado el deterioro demográfico de este paraíso rural todavía envejecido y doliente por el declive de su ganadería. El magnetismo de los nuevos habitantes, eso sí, aún no da para invertir la cuesta abajo de un municipio que cerró el ejercicio de 2009 levemente por debajo de los ochocientos habitantes y una capital con 332 de los 410 que iniciaron el siglo. En su traza de tradición rural con pretensiones de cabecera urbana de comarca mezcla Proaza en armonía el pavimento con la caleya, el vanguardismo geométrico de la fachada de la central hidroeléctrica con la reciedumbre cilíndrica de la torre medieval del Campo y muchos hórreos con la pradería y el vacuno junto al río y algún edificio de fábrica reciente. De éstos, sin embargo, hay menos de los que algún vecino estimaría necesarios para acabar de dar la vuelta completa a los daños del declive agrario. Falta vivienda, dirá Loli Rodrigo, empresaria hostelera que ha visto que aquí «no se construye» y que los jóvenes en busca de casa huyen hacia Trubia. «No hay pueblo en Asturias donde se edifique tan poco como en Proaza». Ella protesta y el Alcalde asiente señalando hacia una finca anexa al mercado de ganado en la que se ultiman los trámites administrativos para levantar una decena de viviendas sociales. «Además de que somos una población relativamente pequeña», argumenta el socialista Ramón Fernández García, hay en la villa «muchas casas y más de la mitad desocupadas, pero no las venden y las que sí están en el mercado tienen precios casi prohibitivos». Por no hablar de una ventaja teórica transfigurada en problema, porque estar «muy cerca de Oviedo» equivale asimismo a la proximidad de la inmensa competencia inmobiliaria de la «zona de las colmenas», remata el regidor.
A veinte minutos de la capital del Principado por carreteras agradables, la centralidad es también un valor cuando se asocia con un completo escaparate de servicios públicos que enseña farmacia, médico, colegio... «Mejor que en La Corredoria», resume y presume Julia Acebal, presidenta de la Asociación de Mujeres de Proaza, con 65 socias de este concejo y de Santo Adriano, «una media de edad muy alta y hasta una de 100 años» para volver a dar testimonio de esa estructura social que no da facilidades en la comarca. También ella tiene la certeza de que la supuesta atracción que ejercen aquellas comodidades todavía no logra reverdecer del todo las cifras de la población de la villa. Los apenas veinte niños del Colegio de Primaria, tampoco. La escuela-hogar con las aulas llenas de internos ha pasado a la historia y su presente sirve asimismo como metáfora del envejecimiento: el edificio sobrevive transformado en centro de social para personas mayores. Tendrá la culpa aquella carencia de vivienda, o serán tal vez las alternativas limitadas de empleo, o que las administraciones todavía no contemplan incentivos de los que propone el alcalde de Proaza, «fiscales», para que la gente se quede a vivir en el campo, pero el resultado final descubre aquí un lugar en plena reconversión de lo que siempre había sido agrario hacia cierta especialización turística. Hacia la explotación del paisaje, de las osas y de esta senda que fue ferrocarril minero y ha devenido en ruta turística sin apenas desniveles, apta para todos los públicos.
«¿Dónde queda eso?» Ana Fernández, que regenta un hotel en Proaza y tiene otro en Gijón, se ha sorprendido respondiendo en más de una ocasión a huéspedes perplejos que pensaban «que estabais más en el monte». He ahí la estrategia empresarial más demandada en este punto de los valles del Trubia: «Un poco más de promoción». «No hay este paisaje de montaña en todos los sitios», argumenta Julia Acebal, ni pasa esta senda llana ni se ven osas pardas comiendo manzanas casi al alcance de la mano en cualquier parte. «Y estamos en el centro de Asturias, bien comunicados», apurando mucho también «a hora y pico o dos horas de León», y por todo eso «merece la pena» el empeño en extirpar la convicción de que Proaza es «el culo del mundo» y Asturias, para algunos del otro lado de Pajares, «únicamente los Picos de Europa, Cudillero o Tapia de Casariego». Los medios para el punto de partida están puestos desde hace tiempo. «Hay un plan de dinamización, Proaza forma parte de un consorcio de municipios y debería canalizarse por ahí». No es casualidad que sea esta asociación supramunicipal la empresa que da más trabajo en el concejo. La Mancomunidad de los Valles del Oso, que también es de los concejos de Santo Adriano, Quirós y Teverga y tiene su sede en la localidad proacina de Caranga de Abajo, concentra 23 empleos fijos.
El cambio de las vacas por los osos y el día en que con «Furaco» «abrimos telediarios»
La iniciativa privada no descubre nada comparable en prácticamente ningún lugar del recorrido entre Traslavilla y La Abadía, los dos barrios que tradicionalmente han hecho Proaza partiendo por la mitad este territorio plano que se estira en línea recta a lo largo de la carretera AS-228, la que va de Trubia al puerto Ventana. Una sierra de madera mantiene a ocho empleados y la Fundación Oso da para siete permanentes. La automatización de las tareas ha dejado en cinco los trabajadores de la central hidráulica -tres son del concejo- y en la lista de las fuentes de riqueza llegan a continuación los hoteles y los restaurantes, empresas familiares en su amplia mayoría. Ya no es para tanto lo que entra y sale de la fábrica de armas de Trubia -la que hace años «más daba de comer» en el concejo- ni quedan minas valle arriba, en Teverga y Quirós, ni hace falta insinuar la urgencia de la búsqueda de alternativas.
No van a ser las labores del campo, informan los aperos abandonados bajo los hórreos. La traza semiurbana de esta villa se alarga junto a la carretera, siguiendo el curso del río Trubia y aprovechando todavía para algún ganado de carne las vegas que se abren al lado del cauce. José Manuel Alonso Díaz, que alimenta de modo permanente a un rebaño de entre ochenta y noventa cabezas en la zona de Valdearenas, tiene en casa una reproducción a escala de la economía local proacina: él atiende las vacas y su esposa, Luci Fernández Viejo, se ocupa del turismo en el hotel azul que ocupa el frontal de la plaza de La Abadía, mirando hacia el Ayuntamiento.
No llegarán a media docena, calcula a ojo, los que pueden vivir en exclusiva de la ganadería en estas vegas sin demasiada pradería para el ganado, que tienen muchas cabezas concentradas en pocas manos. Proaza, ese «municipio eminentemente ganadero desde siempre», se apunta a «diversificar un poco». «Como industria no hay y contaminante no la vamos a consentir», el panorama es el extensible a prácticamente todo el medio rural asturiano. Aquí el libro de reclamaciones está repleto de peticiones de ideas singulares. La iniciativa privada, eso sí, «no la veo por ningún lado», se duele Julia Acebal, «ni gente joven que quiera correr riesgos. Tampoco la crisis económica proporciona un momento propicio para meterse en berenjenales», así que no queda otra que apretar los dientes y agitar las manos para informar al turista de que Proaza está aquí, no en el monte, sino a doscientos metros, «al mismo nivel que Oviedo».
La proeza de Proaza, construida a medias con sus osas, ha sido multiplicar por cuatro su oferta de plazas de alojamiento en apenas quince años, desde que hay aquí animales salvajes en semilibertad. «Paca» y «Tola» tienen también la culpa de que el problema de la visibilidad para el turista vaya camino de doler cada vez menos en Proaza. Es así gracias el «eje transversal» que para toda la comarca han trazado las osas, su cercado, su senda y su Casa del Oso, pero también el «tejido empresarial» de orientación turística que a tiro de piedra de aquí añade el Parque de la Prehistoria en Teverga o el nuevo Museo Etnográfico en Quirós. El movimiento avanza poco a poco, pero de momento, celebra el director de la Fundación Oso de Asturias, Carlos Zapico, cuando a la fiesta se sumó «Furaco» y lanzó el plan de cría en cautividad «abrimos telediarios, nosotros también nos vimos sorprendidos». Al final, entonces, el futuro puede adelantarse algo mejor: «Estoy convencido de que este territorio tiene mucho recorrido. Es una zona de media montaña con posibilidades de hacer alta montaña y de llegar a un público exigente en el turismo de naturaleza».
Lo que da el contacto con la naturaleza
«¿Será peligroso?». No es la primera vez que en la Casa del Oso de Proaza preguntan turistas despistados por la promesa de ver plantígrados en semilibertad. La expectativa del «contacto con la naturaleza», con los osos a la vista pero sin riesgo, los trae hasta aquí y hace atractivo el espacio expositivo y el centro divulgativo que acoge este edificio casi pegado a la iglesia, que en su tiempo fue la casa rectoral. Eso le dice la experiencia al director de la Fundación Oso de Asturias, Carlos Zapico, buscando tendencias detrás de los números, que calculan entre 10.000 y 12.000 visitas anuales de «turismo clásico», sin contar los más de doscientos colegios que han pasado por las «visitas escolares» de un día en las temporadas bajas ni las del «programa de educación ambiental» que por segundo curso consecutivo incluyen estancias de una semana y «desarrollan la asignatura de Conocimiento del Medio en contacto con la naturaleza». La Casa del Oso, que lo es desde 1996, nota el tirón que los animales del cercado han tenido para el entorno, el «boom» de los primeros años -con hasta 24.000 visitas anuales- y el repunte que ha experimentado el interés desde la creación del plan de cría en cautividad y la llegada de «Furaco» para intentar fecundar a «Paca» y «Tola». Sólo el día 11, el lunes del puente del Pilar, este edificio recibió 140 visitas.
El Mirador
_ La vivienda
El problema es la escasez y uno de los obstáculos, al decir del Alcalde, el trámite administrativo para el cambio de catalogación de una finca junto al mercado de ganado. Sólo la burocracia se opone a la provisión de una decena de viviendas sociales pendientes de construcción como primer paso para el incremento de la oferta inmobiliaria de la villa.
_ La variante
También camina despacio la pretensión de librar a Proaza de la travesía urbana de la AS-228 redirigiendo el tráfico de paso hacia fuera del centro de la villa. El Alcalde asegura que la iniciativa tiene el visto bueno del Gobierno regional y requiere un cambio en el planeamiento, otra cadena de trámites que Ramón Fernández espera resolver «este año».
_ La travesía
Mientras se derriban los impedimentos burocráticos que obstaculizan la variante, al vecindario le urge la vigilancia del tráfico rodado por el centro de Proaza. Los coches «pasan a velocidades tremendas», denuncia Loli Rodrigo, «los semáforos no sirven» y las aceras son demasiado estrechas para cuando, en verano y los fines de semana, esto se pone «como la Gran Vía».
_ Las escuelas
Las antiguas, al lado del torreón medieval de Proaza, deben ser transformadas en edificio de servicios múltiples. El cambio instalará aquí biblioteca y telecentro y trasladará la Oficina de Turismo, una labor esencial porque así podría mantenerse todo el año y no los insuficientes dos meses, julio y agosto, que estuvo disponible este año.
_ El menú
Hay una demanda que reproduce las de otras esquinas de estos «Valles del oso» y pide un lugar que resalte en el mapa para venderse mejor al turista. Por esa senda van alternativas desestacionalizadoras como la gastronómica de este fin de semana: el VIII Mercáu de la alcordanza y menú de la seronda: pote de castañas, jabalí con patatinos, compota y pan de escanda.
_ Las ideas
«Una empresa que diera trabajo a cuatro o cinco familias» para resumir, solicita José Manuel Alonso, el afán diversificador de la capital proacina.
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