El valle era un taller y ella, su mercado
La villa de Proaza, que se ha desarrollado en el marco amplio de los valles del Trubia, se obliga a explotar su valor residencial y a diferenciarse en el escenario competitivo de la Asturias rural de montaña
La pequeña villa de Proaza se apoya sobre la carretera que desde Trubia busca el puerto Ventana y la alta montaña de Teverga y Quirós. Su alargada planta de villa carretera está dibujada por barrios que agrupan su caserío en múltiples y pequeñas constelaciones a ambos lados de la carretera, dando lugar a una cierta continuidad con la vecina Villanueva de Santo Adriano. Treslavilla, Castañera, Ferreiros, El Forno, La Foxaca, La Cuesta'l Campo, El Palaciu, El Canalón, El Mercado, Abadía, La Puente, La Central y Zarameo se suceden, de Norte a Sur, soldados por las construcciones más recientes a la vera de la carretera.
El valle del río Trubia sobre el que se enclava Proaza es una profunda acanaladura. Un «pindio» canalón con dos embocaduras y un desagüe por el que se deslizaron durante decenios aguas, minerales de hierro y carbón, y acero, en uno de los primeros sistemas territoriales industriales de Asturias, que nació para dar un nuevo ciclo al hasta entonces territorio agrario. Así el valle conoció una fase infantil con la instalación aguas arriba de Proaza de la Sociedad Hullera de Quirós. La juventud del nuevo ciclo podemos decir que se inicia con la inauguración de la carretera moderna en 1886, para unir el foco productivo de Quirós con los talleres de Trubia. Su cumpleaños de adulto tiene lugar en un ya muy lejano 1 de julio de 1870, día en que entró en funcionamiento el primer alto horno en la Fábrica quirosana de Arrojo, al que poco después se unirían otros dos más. La cinta transportadora que entonces era la carretera se quedó corta en su empeño de unir los extremos del valle y se construye el ferrocarril de vía estrecha. Todo esto y mucho más (lo que viene de Teverga) pasa por delante de Proaza, situada ya en el Trubia remansado y bajo, y en la confluencia del viejo camino a Riosa. Así que todo el valle es un taller, una unidad de trabajo y vida que sigue viendo pasar el tiempo y las oportunidades, frustradas en buena parte por las difíciles comunicaciones. Por eso su fase de plenitud es corta y se puede decir que a finales de la década de los sesenta entra en la vejez, extinguiéndose como tal unidad territorial minero-industrial a mediados de la década de los ochenta.
Durante un siglo todo el valle fue un taller que compraba en Proaza. Era una pola a la que privilegiaba su posición media, abierta, baja y apacible, es decir, determinada favorablemente por la geografía como encrucijada de caminos y, por tanto, muy apta para el comercio en sus tiendas, ferias y mercados. De su antigua ocupación dan cuenta torres, castillos y palacios de la nobleza rural, junto al caserío en torno al mercado. Testimonios que nos hablan de la historia del poblamiento asturiano y de la conformación medieval del mapa concejil que heredamos y al que algunos parecen ver como un obstáculo para no se sabe qué futuro, quizás el de una población encerrada en modernas «colominas» de la periferia urbana. Es justamente esa capacidad geográfica de la villa de Proaza la que ahora está poniendo en juego, tímidamente, para abordar un nuevo ciclo vital, con sus distintas edades que cualifican la experiencia de la unidad territorial. Y convendrá tener presente que Proaza no se resolvía en el mundo de su concejo, sino en una unidad local mayor, un pequeño país o comarca, el de los valles del Trubia, engranaje del que formaba parte, al que servía y del que se servía. También será importante conocer qué capacidades va a tener que desarrollar para jugar en el nuevo ciclo. Las que van a contar a partir de ahora, con el fin de evitar los estrangulamientos que limitaron el anterior. Su otra vida. Y entre ellos destacaron los derivados de las malas comunicaciones, que lastraron su desarrollo y al final propiciaron un ensimismamiento profundo de la villa, que llega hasta los mismos finales del siglo XX.
Es muy difícil certificar la defunción de un territorio, pues los sujetos territoriales no mueren, viven en ciclos con distintas etapas y al final se reestructuran, durante un período de mudanza y en el que los cambios tienen consecuencias de largo alcance. En el nuevo ciclo, Proaza, hasta ahora a sotavento del área metropolitana, deberá mostrar sus ventajas comparativas, superando complejos, en particular los heredados de la época de la emigración a la ciudad, de la infravaloración de la cultura rural, de la llegada del plástico y del Duralex del ciclo industrial. Hoy el ciclo, afortunadamente, es otro y en él Proaza puede tener su papel y sus funciones, porque atesora valores que las ciudades han olvidado o amortiguado, en escenarios impersonales.
Pero la realidad se muestra dura en las estadísticas demográficas. Pérdida continuada de población, ya por debajo de los mil residentes censados en el concejo, menos de 350 en la villa. La Asturias del Occidente interior parece sumida en una desesperanza absurda que apunta a un adelgazamiento de la población activa y joven, y a un envejecimiento que puede llegar a ser irreversible, mientras la Asturias urbana mira para otro lado, dejando ir, ante la falta de ideas y de propósitos.
El mercado y la vitalidad de la villa sobreviven al declive demográfico y ganadero en las ferias de La Candela y San Blas, en las fiestas del Cristo de la Misericordia y en la búsqueda de atracciones gastronómicas, como la fiesta de los nabos. Hay que seguir buscando originalidades en un escenario cada vez más competitivo entre territorios rurales de montaña. El despliegue del turismo rural, al calor de la Senda del Oso, se concreta en una decena de establecimientos de alojamiento y restauración, algo impensable hace dos décadas, que luchan contra la estacionalidad y que necesitan coproyectar de manera conjunta un proyecto imaginativo de futuro.
La villa concentra los servicios a una población menguante y envejecida: los propios del Ayuntamiento, el centro de salud, el colegio y la casa del Oso. La central eléctrica, de espaldas al turismo de la senda, nos habla de la inquietud por el aprovechamiento de los recursos del territorio y de la necesidad de innovar y situarse en el mapa de las pequeñas villas, que necesitan del aumento de la función residencial si quieren sobrevivir como miembros de pleno derecho en el sistema territorial asturiano. Algo habrá que hacer desde la ordenación del territorio y los planes urbanísticos para insuflar nueva vida a un territorio en dificultades, a pesar de su proximidad objetiva a la ciudad y su indiscutible belleza para la función residencial, que cuenta con equipamientos básicos en la propia villa y otros avanzados a tiempos razonables de viaje.
La cuenta central de un rosario de villas en un valle con personalidad
La traza estirada de Proaza se abre en una espléndida vega, conformada por los aportes del río Trubia, que baja las aguas desde las altas montañas de la divisoria. Hay paisaje hermoso e importante patrimonio histórico en una villa que no pasa desapercibida al ojo del viajero, que encuentra tranquilidad y buenas sensaciones en esta pola que tímidamente está empeñada en la renovación de sus actividades y el aprovechamiento de sus recursos territoriales, pero que continúa perdiendo la batalla de la población, que corre una suerte común a todo el occidente interior asturiano, del que la capital proacina y el concejo que encabeza son margen.
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