El encanto de la nostalgia portuaria
El tráfico de carbón configuró una localidad que no llegó a ser ciudad por carecer de espacio y que ahora, a falta de pobladores jóvenes, ofrece condiciones idóneas para actividades terciarias
Aunque al final de la ría del Nalón, el puerto de San Esteban es el epicentro del conglomerado de villas que se acoge a esta privilegiada localización geográfica. Privilegio no derivado de su tamaño, no es por cantidad, sino por calidad simbólica. Como vamos viendo en otras piezas del mosaico territorial astur, también aquí se da la bicefalia, compartida con la villa del antepaís, en este caso con Pravia, de la que San Esteban es el puerto. De ahí su nombre compuesto. Cada una de estas villas, increíblemente, tiene su singularidad. Aporta San Esteban una dilatada historia y una destacada participación, hoy casi olvidada, en el ciclo industrial tradicional de Asturias, como puerto de salida del carbón de las cuencas interiores, particularmente la del Caudal y sus afluentes.
Para el lector interesado en profundizar en el conocimiento de San Esteban, el maestro de geógrafos don Francisco Quirós abordó en una de sus obras, publicada en 1975, el estudio del puerto y su contribución a la industrialización asturiana. La construcción del ferrocarril vasco-asturiano, en la primera década del siglo XX, situó a San Esteban en la malla final de la cadena carbonera, del mismo modo que antes el ferrocarril del Norte había señalado a Gijón como puerto de salida del carbón del valle medio del Nalón. Son decisiones determinadas por la geografía y que más tarde condicionarán, entre otras cosas, la distribución espacial de las aficiones del Sporting y del Oviedo.
Aquel proceso, sin embargo, no llegó a convertir a San Esteban en una ciudad. Sus propias limitaciones y los ciclos carboneros restringieron el crecimiento del puerto, dejándolo en una posición secundaria, hasta que colapsa en la década de 1970. Por eso su imagen es la propia de un paisaje industrial, lo que contribuye a insuflar más aire melancólico al propio de la ría del Nalón.
La villa, que superó los mil residentes en los ciclos alcistas del primer tercio del siglo XX, pierde lentamente habitantes hasta los 650 actuales, pero conserva su empaque, pues su paisaje de pequeña villa portuaria aparece hoy cuidado y atractivo, con sus paseos dedicados a exponer antiguas grúas y otros artefactos portuarios aseados, entreverados con las nuevas instalaciones de ocio náutico, que señalan un camino a desarrollar en el futuro.
Engolfado en la pequeña ensenada que forma la ría, protegido de los embates de la mar que amenaza al otro lado de la barra, con su caserío empericotado sobre los muelles, es un lugar que se ofrece a quien quiera promover actividades en él, una localidad abierta a que las personas desarrollen allí sus afanes diarios desde nuevas perspectivas, sin olvidar el rico pasado que se muestra a cada paso. Un lugar que aspira a recobrar su vitalidad, más allá de la atracción de residentes vacacionales y del aumento de la oferta de vivienda de temporada, que no culmina en incremento de población. Para ello habría que facilitar el acceso a la vivienda de la población joven.
Como en las otras villas de la ría del Nalón, cuesta entender el persistente declive demográfico. Quizá tenga que ver con la insuficiente población para dotar de vitalidad a la villa a lo largo de todo el año. Población que permita la renovación de generaciones y el impulso de nuevas iniciativas, adaptadas a los nuevos tiempos y al ciclo postindustrial. La realidad asturiana nos dice que crecen aquellas villas que tienen una mayor entidad demográfica, diversidad y complejidad económica y social. Sin embargo, también pequeñas villas costeras han encontrado el camino del crecimiento, caso de La Caridad o Puerto de Vega. Sin embargo otras, como Cudillero, Castropol o Figueras, algunas de entidad similar a San Esteban, se encuentran también sumidas en el declive. Así se configura una situación con diferentes tendencias difíciles de explicar, pero que indican que no hay un destino irreversible, que estas villas tienen posibilidades, que dependen de la creación de ambientes locales propicios a la innovación, de la renovación demográfica, de la existencia de población joven y de la inquietud de la población local para el aprovechamiento de las capacidades existentes en semejantes contenedores de vida.
San Esteban podría mirarse en otras villas, pero, sobre todo, debería reconocerse como un lugar importante y de alta sensibilidad y debería encontrar vías de acuerdo con las cercanas polas del Nalón último para concertar estrategias comunes de desarrollo. Su ordenación urbanística debe implicarse en impulsar las capacidades del lugar; reconocer, para empezar, su sofisticación, elemento atractivo para una primera residencia de calidad, respaldada por un valioso y bello patrimonio natural. El semblante lánguido es una pose, hay que dejarse querer y hacerla valer. Hacen falta muchos barcos carboneros, muchos fletes a Portsmouth y Bilbao, y muchas noches de contrabando para adquirir el estilo de puerto carbonero atlántico, al que su clima local, algunos dicen «microclima», contribuye con su amable suavidad.
Los obstáculos para el crecimiento y para la incorporación plena al sistema económico postindustrial, que tanta importancia tuvieron en el pasado reciente, están hoy en fase de superación, salvo el desequilibrio entre nacimientos y defunciones. Comunicaciones, dotaciones, posibilidades para actividades terciarias y, sobre todo, geografía y semblante, juegan hoy a favor de la villa portuaria, que aspira a aprovechar sus capacidades para crear sus propias coyunturas favorables y mirar con decisión al futuro.
Nuevos usos, antiguas máquinas
San Esteban muestra en su paisaje urbano las huellas de lo que fue, el puerto carbonero de exportación vinculado a las cuencas del Caudal por el ferrocarril vasco-asturiano. De aquello quedan grúas, drops, edificios y muelles, además de un ferrocarril que no termina de dar el paso a medio moderno de comunicaciones metropolitanas. Pero, sobre todo, queda su semblante, labrado por miles de toneladas de carbón embarcadas en barcos de puente central y capitanes antiguos y contrabandistas. Hoy es una pequeña villa portuaria de atractivo paisaje y patrimonio cultural, que reorienta sus funciones económicas tratando de aprovechar su favorable localización, las infraestructuras heredadas y el atractivo residencial, para ampliar sus capacidades, entre las cuales, la pose melancólica no es la menor, si bien lo que ahora falta no es lo blanco sino lo negro. En la imagen de arriba, un patinador da un salto cerca del muelle, con una de las grúas del puerto al fondo. Abajo, plano del puerto de San Esteban.
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