Rehén del carbón
Severino Fidalgo atesora la documentación que explica el auge y la decadencia de San Esteban, una localidad que pagó muy cara su falta de diversificación económica
Hay cosas que no cambian en San Esteban de Pravia, como la reunión de paisanos en el bar La Nueva España para echar la partida al dominó a media tarde. El repiqueteo de las fichas sobre la mesa de mármol cuando son jugadas y el murmullo de los jugadores no es diferente al que podía oírse hace medio siglo. Incluso la imagen que se ve por el ventanal de la cafetería tiene tintes nostálgicos: ahí está una de las características grúas de hierro y madera que identifican el «skyline» portuario de San Esteban, la estación del Vasco y el puesto avanzado de la Guardia Civil, construido con inconfundible acento marinero al lado mismo de los muelles para una cómoda vigilancia de las mercancías allí apiladas.
Pero nada es lo que parece. Bien lo sabe Severino Fidalgo (1951), hijo del alcalde murense del mismo nombre, actual presidente de la Asociación de Vecinos de San Esteban de Pravia y guardián en papel e imágenes de la historia de la localidad. El puesto de la Benemérita ha sido reconvertido en Oficina de Turismo, a la estación ya no llegan ruidosos mercancías cargados de carbón, sino silenciosos trenes eléctricos de pasajeros, y las grúas, como los cargaderos de mineral, están inutilizadas para toda función que no sea el mero adorno.
«Hubo un tiempo en que San Esteban bullía de vida, una época en la que sus calles eran un hervidero de ingenieros, marineros, portuarios, obreros y ferroviarios... Fueron años ciertamente gloriosos para el pueblo, tanto que me atrevería a decir que el puerto y el carbón supusieron para San Esteban una revolución mayor que Ensidesa para Avilés. Pero la decadencia de esa actividad a partir de las década de los años setenta y la falta de alternativas acabó con todo», relata Fidalgo.
Efectivamente, sin carbón San Esteban se quedó sin combustible para mantener su tren de vida. Fue interrumpirse el tráfico de mineral y multiplicarse los problemas: caída demográfica, cierre de comercios, parálisis inmobiliaria. Como los lodos cegaron el puerto -víctima de la falta de calado por ausencia de mantenimiento-, la localidad quedó sin luces al verse huérfana de su principal sustento. Del pasado queda una lección aprendida -nunca todos los huevos en la misma cesta- y un legado portuario sobre el que ahora se tratan de levantar las bases de una nueva economía, más limpia y dinámica, enfocada al sector servicios y conectada con el desarrollo conjunto de la comarca del bajo Nalón.
Entre tanto cobra cuerpo ese deseable futuro, Severino Fidalgo echa la vista atrás y de su boca surge una retahíla de nombres propios que evocan un San Esteban floreciente: el propio bar La Nueva España es centenario y el edificio en el que se ubica fue, en tiempos, almacén del alfolí de la sal; muy cerca estuvo la fonda El Brillante, que ahora se halla cerrada, pero que en los albores del siglo XX fue un local frecuentado por miembros de la comunidad de artistas ligados a La Colonia, entre ellos el poeta Rubén Darío y el pintor Sorolla; y más allá abrió sus puertas el cine Josefina, donde cantaron, entre otros, Sara Montiel y Antonio Molina. «De este último dicen las malas lenguas que pilló tal melopea que le costó bastante trabajo sacar adelante su espectáculo», apunta el historiador local.
Y más. «Porque en San Esteban hubo fondas que atendían las 24 horas del día, como El Marino; comercios como Casa Generosa, con tanto surtido como cualquier hipermercado actual; capitanía marítima; Junta de Obras del Puerto dependiente directamente del Ministerio de Obras Públicas; un restaurante francés de mucho postín y hasta cabaré», detalla Severino Fidalgo. «Era aquella una San Esteban de Pravia donde sólo la Junta de Obras del Puerto empleaba a doscientas personas y el intenso trajín de trenes y grúas cargando barcos llegaba a ser molesto para los vecinos», añade. Tanto y bueno trajeron aquellos años que hoy la historia pesa en San Esteban como una losa.
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