La villa que respira y crea atmósfera marina
La localidad acusa un declive demográfico al no haber atraído población de nuevo cuño y registrar baja natalidad, pero tiene gran potencial para captar economía moderna que huye de aglomeraciones
San Juan de la Arena forma, junto a San Esteban, la desembocadura que despide al gran río astur, en una de las rías más bellas del Cantábrico y con más historias que contar. Historias de barcos carboneros y de contrabandistas. Historias de marineros, de lanchas merluceras y de naufragios en la criminal barra. Las segundas se cuentan en La Arena, las primeras en San Esteban. Y las dos comparten herencia industrial de carbón y lodos, felizmente ahora registrada en la caja negra que alberga la memoria colectiva y ya no en la retina. Que percibe un hermoso paisaje y siente un clima local dulce. El primero recupera lentamente sus credenciales tras décadas de desconcierto y es vivido desde las cinco villas de referencia del bajo Nalón, cada una con su personalidad y su historia, con sus actividades y afanes, pero todas magníficamente integradas en el paisaje de ría y rasa y todas con el aire melancólico que envuelve la ría del Nalón, y que en La Arena adquiere especial aroma atlántico, tanto por sus edificaciones, bajas, como por sus calles abiertas a la mar y por ese algo indefinible que se ha pegado a la villa tras muchas generaciones de sentirse marineros.
A pesar de su localización hoy favorable, en el antiguo estero resguardado de casi todos los vientos por la rasa que lo envuelve, y que da belleza a su entorno y a la propia villa, la población desciende. Hoy se sitúa en torno a los 1.500 residentes, continuando una tendencia difícil de explicar desde razones objetivas. Es una villa marcada por la mar, orientada hacia la mar y sus actividades. Relación que se verá, necesariamente, ampliada en el próximo futuro a través de las actividades de ocio y deportivas, que complementan al tradicional sector pesquero y que abren a la villa mejores perspectivas, a partir de un emplazamiento inmejorable y de la capacidad de crecimiento de un sector que aún está en sus inicios y que no ha recibido la atención que se merece en una región poco dotada para el turismo de sol y playa y sí para el vinculado a actividades deportivas en el marco de sus magníficos paisajes de costa y montaña.
La villa es de estructura compacta, casi defensiva, en un medio nunca tranquilizador. Bajo el aeropuerto, su emplazamiento nos recuerda la proximidad metropolitana, aunque su ritmo vital, uno de sus especiales encantos, está hoy muy alejado del propio de las aglomeraciones urbanas. Cuenta con amplios muelles, importante patrimonio edificado, entre el que destaca el relacionado con la emigración americana y con la actividad pesquera y portuaria, además de numerosa edificación colectiva de nuevo cuño, equipamientos e infraestructuras de ocio, además de una playa con un entorno que la hace capaz de atraer a contingentes amplios de personas en temporada estival. Una playa metropolitana, en definitiva, que ha tenido como lastre, hasta hace bien poco, las malas comunicaciones y los consiguientes atascos. A ello añade restaurantes y establecimientos hosteleros de renombre y capacidad de atracción. Pero compite con otros muchos y la oferta hay que individualizarla, personalizarla, diferenciarla para encontrar un hueco propio en un sector con posibilidades de crecimiento, pero también con evidentes limitaciones.
No se ha conseguido aún atraer población de nuevo cuño en número significativo y ello explica la continuidad del declive demográfico. El punto débil vuelve a ser la bajísima natalidad, que impide la renovación generacional, aumenta el peso de la población anciana y de los jubilados y tira hacia atrás del espíritu emprendedor e innovador. Un mal de alcance regional que aquí se hace más evidente, en la presencia dominante de la población mayor y un cierto aire de vivir en el pasado y en la melancolía durante buena parte del año, lo que es el mejor antídoto contra la banalización y homogeneidad esterilizadora.
Mucha historia para una villa marítima y atlántica que, como pocas más, se atreve a asomarse al mar bravo y buscar su vida y su sustento en él. Cierta desorientación regional hace posible que una villa marítima, cercana al centro, con historia y recursos, continúe languideciendo en busca de nuevas oportunidades. Nada puede explicar ya la melancolía de la ría y desembocadura del Nalón, un paisaje y unas localidades que lo tienen todo para volver a ser nodos dinámicos, vitales para el territorio asturiano. País que necesita urgentemente más actores territoriales dinámicos que la gran aglomeración central y sus dos ciudades principales.
Más que grandes proyectos, lo que aquí se necesita son suma de iniciativas y campo abierto para que se puedan poner en marcha. Apoyos y caminos posibles para la población más joven, atraída por el incierto mundo urbano y por las mejores oportunidades fuera de la región. Hay posibilidades y potencial para residentes y para activos de nuevo cuño, para la economía moderna que aspira a localizarse en sitios donde vivir no sea una condena a la aglomeración absurda y al alejamiento de la naturaleza. La Arena es una pequeña concha que hoy puede pasar desapercibida entre otras de una región que abunda en localidades costeras. Pero tiene personalidad y recursos suficientes para insuflar nueva vida a sus calles, su puerto y su playa.
EL OCIO MARÍTIMO QUE HA DE COMPLETAR LA PESCA
San Juan de la Arena intenta huir del estancamiento y de la melancolía uniéndose al ritmo de otras villas costeras, aún no las de la ría del Nalón, como escenario turístico y residencial y de actividades de ocio marítimo, que complementen al tradicional sector pesquero. Paisaje recuperado del ciclo industrial, su mejora va mostrando poco a poco las posibilidades de futuro de una villa costera de horizonte más despejado que el que nos muestra su situación actual de estancamiento, en un entorno tan señalado como el de la ría del Nalón. Villa marinera que respira y produce atmósfera atlántica, de ritmo tranquilo, acostumbrada a mirar horizontes amplios y despejados, y que debe reconocer en su fantástica singularidad su mayor potencial de vida.
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