Abierto por vacaciones

José Luis Pérez, empresario en San Martín, repasa la historia de una fonda y hotel de antes del turismo rural que nació cuando los Oscos eran «Las Hurdes de Asturias» y no ha cerrado

Marcos PALICIO / San Martín de Oscos (San Martín de Oscos)

«Cuando éramos Las Hurdes de Asturias», sin luz ni traída de aguas, José María Pérez Espasande decidió montar una fonda con veinte habitaciones en San Martín de Oscos. Todas con su lavabo, surtidas de agua corriente gracias a un ingenio conectado a un depósito que se llenaba con la lluvia y de la electricidad que suministraba un sistema rudimentario traído de Estados Unidos y que funcionaba como los candiles de carburo, «pero a lo grande». Era 1927 y casi todo estaba por hacer en el medio hostil de este rincón apartado del occidente asturiano. Todavía faltaba más de medio siglo para el salvavidas de los planes «Leader» y del turismo rural; quedaba mucho, incluso, para que llegasen las carreteras, pero nacía un negocio de longevidad insólita que hasta hoy no ha cerrado desde aquel principio. José Luis Pérez Peláez es el nieto de José María, la tercera de las cuatro generaciones que han llevado el timón del comercio familiar, y al asomarse a mirar a través de la puerta de La Marquesita comprueba que 1927 y aquella villa escondida y perdida en la Asturias profunda quedan muy lejos de esta población limpia, aseada y rehabilitada por el desarrollo rural moderno.

Son muy diferentes, pero la casa, el negocio y el nombre permanecen en el mismo sitio, más de ochenta años ininterrumpidos abiertos y en manos de la familia del fundador. José María Pérez Espasande había nacido en San Tirso de Abres, fue buhonero por el Occidente más extremo y dos veces emigrante ultramarino, primero a Cuba y más tarde a Tampa (Florida), antes que cuidadoso «arquitecto» de esta casa. En aquel pueblo, bien lo sabía Pérez Espasande, no se subsistía sin ingenio e imaginación, habrá quien piense que más o menos como ahora, que puede que falte más iniciativa acompasada a los cambios del progreso. A este lado del paso del tiempo, la vieja venta con bar y tienda ha entrado en el siglo XXI reconvertida en hotel rural con restaurante, cambiando por turistas los ingenieros, los obreros y los encargados de las minas de los Oscos, que componían la clientela básica en los comienzos del negocio.

El paisaje ha cambiado tanto en San Martín de Oscos, tanto ha progresado la villa y descendido la vida que a Pérez, hoy, hasta le parece «más normal que aquí se montase la fonda en 1927 que el negocio se haya mantenido abierto hasta ahora». Por eso su hijo Nacho, el que ha perpetuado el establecimiento hasta hoy, es «un valiente», uno de los pocos que quedan en este pueblo, que ya se conformaría con «conservar al menos a la juventud que nos queda, con algo para que los que viniesen de fuera pudiesen encontrar un modo de vida agradable». No son servicios, porque en eso «estamos mejor que muchos pueblos al lado de Oviedo», ni obviamente «podemos aspirar a la gran industria, pero sí tal vez a alguna pequeña de agroalimentación», pone por ejemplo, «porque la carne de aquí es magnífica, para mí la mejor de Asturias». Y el paisaje y la tranquilidad, y eso que ahora se llama «calidad de vida»: «Ha venido alguna pareja joven de fuera de Asturias y se ha enamorado de esto, pero ¿de qué viven?».

Hay muy pocas respuestas que darles. A lo mejor falta el espíritu emprendedor que impulsó a José María Pérez Espasande a decir que «prefería ser amo de un burro que criado de una recua». Es cierto que eran otros tiempos, pero el estímulo aventurero decidió a medias con la nostalgia, y la familia volvió definitivamente de América para quedarse en San Martín de Oscos. A la hora de escoger el punto de destino en aquel viaje de regreso, tiró una zona en la que el negocio pudiese ser rentable. Pérez se decantó por este sitio en el que había salido a vender por los pueblos a los 9 años, «primero con un fardo al hombro y después con un macho», evoca su nieto. Con 15 viajó a Cuba a trabajar en un almacén de ultramarinos cuyo nombre le sugeriría después el de su negocio en los Oscos –La Marquesita– y regresó a Asturias cuando España perdió la colonia en 1898. Aquí conoció a Carmen Pérez, una pesocense que tenía familia con negocios en Tampa y que después de la boda le convenció para emigrar por segunda vez, ahora a Estados Unidos.

La nostalgia, que en lugar de «morriña» se llama «señardá» en este lado del Occidente, también influyó en aquel empujón del segundo regreso a casa. Pero al volver a volver, en 1927 y ya con un hijo –Guillermo Pérez, el padre de José Luis–, escogió San Martín de Oscos «porque era el centro neurálgico de la zona que abarcaba cuando iba a vender por los pueblos, porque cubría desde la costa a la provincia de León». Poco a poco, primero en un gran edificio de alquiler junto a la iglesia y después en el actual, de nueva planta, fueron construyendo «un comercio impresionante», con su tienda y su fonda y hasta un taller de costura en el que la abuela «polifacética», que cosía y «era una cocinera fuera de serie», «llegó a tener veinte trabajadoras» a su cargo. Ella fue con el tiempo «la marquesita». José María Pérez le dio a su establecimiento el nombre de aquellos almacenes de La Habana en los que trabajó, pero con el tiempo, en San Martín, el título nobiliario se quedó oficiosamente en la familia: «La marquesita acabó siendo mi abuela», rememora José Luis, «y él, el marqués».

José Luis Pérez guarda todavía, entre otros muchos documentos gracias a la minuciosidad de un abuelo meticuloso, el contrato de construcción de esta casa que es la suya, que ha llegado al presente transformada en hotel remozado y cuya primera estructura costó en su día «7.500 pesetas». Para siempre en La Plaza, mirando al centro que distribuye los caminos que salen de San Martín y enfrente ahora de los bajos porticados de las viviendas sociales que acogen el completo muestrario de servicios de la villa, el negocio fue pasando de padres a hijos y de hijos a nietos, mutando al ritmo que iban marcando los nuevos tiempos en la pequeña capital osqueña. Guillermo y su esposa, María Peláez, sastre y modista, confeccionaron y vendieron ropa; la fonda paró en los setenta; la tienda y la casa de comidas, nunca. Ya con José Luis al frente, el negocio se expandió hacia la carnicería, la primera de la comarca, después de que una vez más las dificultades de la infraestructura frenasen el primer intento, porque «en los años setenta», explica, «en San Martín había una luz muy primitiva que venía de una central  pequeña en Santa Eulalia y si yo enganchaba la carnicería dejaba sin luz a todo el pueblo».

El local tomó el nombre del comercio en el que trabajó el fundador en La Habana

En la tienda, mientras tanto, seguía habiendo de todo, «la primera segadora que se vendió aquí la vendí yo», recuerda, hasta que el «gran cambio» de los últimos ochenta condujo al establecimiento hacia la solución universal del turismo rural a partir del día 24 de marzo de 1994. A su alrededor, la rentabilidad turística de la comarca ha hecho crecer otros muchos establecimientos, salta a la vista que ya muy poco es lo que era, que «como dice mi hermano, éste no es el San Martín que yo conocí». Tampoco el que vio al llegar María del Carmen Gutiérrez, gallega, en tiempos maestra en San Martín y esposa de José Luis Pérez, cuando al ver la miseria de algunas formas de vida le daba por llorar.

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