Un «gancheiro» y mil salmones
Gervasio Novo regresa a la etapa dorada del salmón en el Eo, con Franco de pesca en este río que fue «el más truchero de Europa» y El Llano lleno de actividad
A los catorce años, Gervasio Novo Paraje iba «de aquí a Taramundi a trabajar a la madera por seis pesetas de jornal y en madreñas. Salíamos de casa a las cinco de la mañana y volvíamos por la noche; los días de niebla nos perdíamos por el monte y en invierno las heladas esperaban una a la otra». Hizo 48 meses de mili en Valladolid, «éramos doce hermanos», la vida no era fácil en O Chao cuando aquella villa bulliciosa se parecía poco a ésta de hoy, demasiado apacible. Gervasio, que el lunes cumple noventa, explora una memoria intacta para los detalles y a saltos de un tema a otro, a toda velocidad, con el deje asturgalaico inconfundible del extremo más occidental de Asturias asiente a la certeza de haber recorrido algunos de los oficios que la historia ha aprendido a identificar mejor con San Tirso de Abres. Fue maderista y pescador en esta población rodeada de bosques de eucalipto y emplazada en un balcón sobre el Eo. Trabajó en una cantera de pizarra en Valiñaseca -una pequeña aldea del concejo a la que le quedan hoy dos habitantes- y juntando los ratos que le dejaba el trabajo «eché sesenta años en el río». Pescador y «gancheiro» en los años heroicos de la abundancia, nacido en Barreiro, el paraje solitario y deshabitado de la falda del monte Modia que ahora señala desde la puerta de la iglesia parroquial de El Llano, Novo pescó para Francisco Franco en sus excursiones de pesca por el Eo y sabe, porque lo ha visto pasar, que ni el río ni el salmón ni la villa capital son ya lo que llegaron a ser en San Tirso de Abres.
En la soledad de la avenida de Galicia de El Llano, la calle central de la capital santirseña donde vive desde que «no había aquí más casa que la mía», Gervasio apenas reconoce aquella otra que resiste en su memoria y que tiene los bajos llenos de carpinteros, zapateros, sastres, más tiendas y bares, dos barberías, dos salones de baile «y mucha más gente» que ahora. «No queda un maderista en el pueblo», lamenta, pero hay algo que no se inmuta y es el combustible permanente de la villa, su río salmonero. La conversación, es inevitable, va a bajar pronto a la orilla del Eo.
El «gancheiro» ha vuelto a encontrar una vieja fotografía de hace algunos años. No recuerda cuántos, pero no deben de ser demasiados porque ya es en color, y se ve a sí mismo acarreando al hombro, a medias con su colega ganchero José Pérez Molejón, «Pepe el barbas», una estaca de la que cuelgan media docena de salmones. No recuerda el año ni si la cosecha era la de una jornada completa «o la de media», pero le sirve para retomar con la memoria los tiempos en los que las capturas del año se contaban por miles y en un día se podía pescar más de la mitad de lo que los últimos años fue el recuento total de la temporada en el río más occidental de Asturias. El Eo dio 27 salmones en 2009, 23 en 2010 y el «gancheiro» decano de San Tirso vuelve a mirar la foto y tuerce el gesto.
Marcha atrás hacia el dorado de la explotación turística de la pesca en San Tirso, que tiene más o menos tantos años como él, Gervasio Novo se encuentra de nuevo con «el río más truchero de Europa», con los «embajadores» y pescadores extranjeros de visita... y con Franco revolucionando la villa. El anterior jefe del Estado se hizo asiduo de las riberas del Eo en los sesenta. Venía una vez al año, casi siempre en Semana Santa, y Novo pescó para él salmones que se enviaban siempre, asegura, «a casas de beneficencia, nunca a la suya». Dormía en el parador de Ribadeo, el séquito hacía cuartel general en el polideportivo de El Llano, junto al cauce, y decían que rechazaba a veces las roscas típicas de la zona que se le ofrecían. «No hablaba si no le hablabas», no pescaba demasiado, pero de pesca, precisa, «sí sabía».
Novo recuerda con lucidez a aquel secretario general de Turismo, Max Borrell, «quince días antes haciendo los preparativos» en San Tirso y aquel río blindado, que «se acotaba una semana antes» y obligaba a los santirseños que iban «a pescar para el Caudillo» a superar «tres frentes de vigilancia» antes de llegar a la orilla. Era la etapa dorada del «coto de turismo» -instituido en los años cuarenta del siglo pasado-, porque después, según la teoría de Novo, el acotado del Eo «pasó al Icona y adiós río». Era el tiempo de la sobreabundancia de salmones y al calor de la pesca del origen en el concejo santirseño de esto que ahora llaman «agroturismo», pero también de las múltiples formas del furtivismo y de las rivalidades entre San Tirso y Abres, la población veigueña de aguas abajo que sólo comparte el topónimo con este municipio. De todo eso quedan unos pocos peces y la memoria recia de un «gancheiro» casi nonagenario cuya imagen se ve nada más entrar al comedor del restaurante del camping de O Chao. Gervasio Novo está en la pared del fondo, inmortalizado en un grabado con la caña en la mano, junto a José Pérez Molejón, a la orilla del río y con el puente y el refugio de Xesteira al fondo. Como siempre.
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