Las agallas de Santalla

La capital osqueña con más plazas de alojamiento y presencia de la iniciativa privada sueña con un futuro que asocie el turismo al impulso de su artesanía y a la reactivación del campo a través de la transformación agroalimentaria

MARCOS PALICIO / Santa Eulalia de Oscos (Santa Eulalia de Oscos)

En Fermín Arango, la calle que allana el camino hacia el corazón de esta villa empinada, resiste un lavadero público de los de antes, con una inscripción en la fachada que precisa en rojo sobre blanco el año de construcción -1955- y al fondo, presidiendo, una efigie de Santa Eulalia. No se ve a nadie alrededor, pero dentro, sobre la pila, hay un montón de ropa y un balde. Indicios de que «aún estamos vivos». La voz que utiliza la primera persona del plural para referirse a su pueblo es la de Marcos Niño, que fue ocho años alcalde de Santa Eulalia de Oscos y ahora identifica señales de vida mirando a la capital santallesa desde detrás de la barra del viejo bar-tienda de su familia. El bar es antiguo pero renovado, tiene ese aspecto de pasado reconstruido de casi todo en los Oscos y sobre la pared un rótulo de hierro con dos fechas. 1925 y 2010, la apertura y la reforma, la fe de vida y el testimonio del afán de supervivencia de esta villa que se agarra a una pendiente orientada al Mediodía.

Santalla se sujeta al campo declinante, tendida al sol, sin caerse. La capital más urbana de los Oscos es también la mejor dotada de servicios nacidos de la iniciativa privada y viene de cubrir la primera década del siglo XXI con su pequeña población en leve progreso y 147 habitantes en la cifra final de 2010. Lo dicho: que a su modo peculiar «seguimos vivos», que «hay ilusión» aunque la ganancia de la villa engañe y crezca a costa de la «muerte» de los pueblos, aunque el concejo en su conjunto tenga ya solamente medio millar casi exacto de moradores en la cota más baja de su historia. De ahí la preocupación de esta capital visiblemente remolcada por su sector turístico que sabe que no podrá sobrevivir si no resiste su campo, que se asoma al futuro persuadida de que además del paisaje intacto y de muchos artesanos buenos puede encontrar potencial para una pequeña industria agroalimentaria capaz de aprovechar ese «plan de marketing» espontáneo que proporciona la buena imagen de los Oscos y su asociación inmediata con la Naturaleza bien conservada.

Atravesando Santalla sin gente se percibe en los bajos comerciales algún tímido espíritu de rebeldía contra el olvido, la fórmula de la permanencia que unos pocos sí han encontrado para quedarse a sostener su pueblo. Ahí hay un telar con peluquería, arriba dos panaderías y muy a la vista el bar tienda y los dos hoteles, el mesón y la sidrería, cuatro casas de aldea, un bloque de apartamentos rurales y 72 plazas de alojamiento, la oferta más amplia de las tres capitales osqueñas... Dicen que siempre han sido un pueblo «abierto», «dinámico», donde «todavía hay gente que ha decidido no marcharse», asiente José Luis Díaz. En Santa Eulalia funciona aún ese impulso intangible del amor a la tierra, «la iniciativa y el estímulo de quedarse a luchar por la comarca que a lo mejor flaquea en otros municipios. Tenemos catorce asociaciones en un concejo de quinientos habitantes, hay movidilla». Díaz es el presidente de la Asociación de Amigos del Marqués de Sargadelos y el director del museo que recuperó en Ferreirela de Baxo la casa natal de aquel aventurero emprendedor del siglo XVIII que «se marchó por soñador y triunfó lejos de aquí» con su industria de fundición de hierro y fábrica de loza en la provincia de Lugo. Antonio Raimundo Ibáñez tomó el camino inverso al de todos estos visionarios distintos que en la villa remozada del tercer milenio han optado por la ruta contraria, por quedarse o volver a Santa Eulalia. Tal vez porque ahora sí se puede. El cañón de luz de los programas de desarrollo rural enfocó hacia aquí en los años ochenta y la inversión y la promoción turística devolvió a los Oscos, antes «las Hurdes de Asturias», a su lugar en el mapa. A este sitio apartado, pero ahora bien visible, con turistas «casi todo el año» y momentos puntuales de «overbooking» veraniego inimaginables un cuarto de siglo atrás. Visto desde dentro, aquella idea salvadora trajo dinero con autoestima, la posibilidad insólita de decir «soy de los Oscos» sin dar más explicaciones; y como ejemplo, esa valla inconcebible hace unos años que asombró al pasar por Vegadeo a Marcos Álvarez, uno de esos jóvenes santalleses que decidieron no emigrar y preside ahora la Asociación de Turismo Rural Oscos-Eo. El cartel, recuerda, «anunciaba una promoción de chalés en Vegadeo y para venderlos decía "A menos de media hora de los Oscos". Eso hace tiempo habría sido impensable».

La diferencia es tan radical que Marcos Niño sabe que «muchos no estaríamos aquí si no hubiera habido turismo rural». «Ni siquiera estaría mi casa», remata Pedro Martínez, propietario desde hace dieciséis años de uno de los dos hoteles de la villa. A la vista, desde la distancia, en el trazado urbano que asienta Santalla sobre la ladera también resaltan los hoteles, piedra y pizarra restauradas con el esmero de quien se sabe obligado a agradar a las visitas. A eso, asegura Martínez, pero también a administrar bien los veranos y a veces a alargarlos hasta el otoño, bendiciendo loterías puntuales como la de agosto de 2007, cuando el presidente del Gobierno veraneó en Villanueva de Oscos y en Santalla «tuve lleno hasta octubre».

El secreto es el equilibrio. Eso pueden decir tres operarios que hoy están adecentando, desbrozadora en mano, la pradera muy empinada que por debajo del casco urbano de la villa va a caer a la vega del río Augüeira. Arriba, la capital sigue sintiendo el cambio que ha «limpiado» Santa Eulalia, esta villa sin mancha ni edificios caídos que «ha mejorado estéticamente, sí, pero a cambio ha menguado el cien por ciento en calidad humana y ambiente de pueblo». A Niño haber nacido en un bar le da perspectiva para echar de menos valores clásicos del pueblo: aquella «solidaridad con el vecino, la cortesía, la amabilidad» y algunas personalidades singulares que se han quedado sin relevo: «Teresa Arango, la secretaria eterna del Ayuntamiento que arreglaba papeles y sabía algo de todo; Eladio, un histórico republicano, o Joselín, un ex alcalde que era la mano tendida del pueblo, la que se encontraba todo el que llegaba a Santalla...».

«¿Catorce bares?» Friedrich Bramsteidl, herrero austriaco con casa, mazo y museo en la aldea de Mazonovo, con apenas cinco años de residencia en Santa Eulalia y las huellas inconfundibles del trabajo en sus manos, se ha sorprendido al conocer la oferta hostelera para consumo interno que llegó a acumular esta villa cuando, antes del turismo, tenía «catorce bares y un cine». José Luis Díaz Álvarez sabe de lo que habla, vive en Ferreirela de Baxo junto al museo de Sargadelos, en una aldea con un único vecino aparte de él. Santalla, la villa, no se puede quejar, pero a nadie se le oculta que la vida que le espera depende en buena medida de la que sea capaz de darle su alrededor agrario deprimido. En la voz de Marcos Álvarez eso es la certeza de que «sin ganadería no hay turismo», esa sensación que comparte el resto de su comarca y que dice que la actividad agraria se adelanta indispensable para conservar el gran valor que vende el sector turístico de aquí, su paisaje. Y el problema es que la rentabilidad del ganado y del campo decrece como en todo el complejo universo rural asturiano, que la estadística confirma que el municipio perdió trece explotaciones de 2002 a 2007 y que en algún momento de mediados de esta década el sector primario dejó de ser el más surtido de puestos de trabajo del municipio en favor de los servicios -96 empleos contra 85 según la última cifra publicada, la de 2007-. El terreno abrupto de los Oscos no es precisamente un apoyo para la mecanización de las explotaciones y al final, concluye José Luis Díaz, a la ganadería le pasa lo mismo que a la cultura, «que la tradicional está desapareciendo». Aunque en Santalla, no obstante, en el terreno cultural hay ejemplos notables, autóctonos e importados, de resistencia al destino modernizador.

La capacidad atractiva de la Naturaleza osqueña es el reclamo esencial para alimentar el sector turístico, pero la gran cabeza tractora de la economía local no rechazaría otros. A juicio de Marcos Álvarez, presidente de la asociación turística Oscos-Eo, «un handicap importante es que no tenemos una empresa de turismo activo» que pueda apuntalar la oferta de servicios para el visitante.

Santalla lleva tras de sí «un arrastre histórico» definido por la sensación de que «siempre carecimos de sector secundario», valora José Luis Díaz. No esperan una gran industria, pero a lo mejor sí alguna iniciativa limitada a las posibilidades santallesas para la agroalimentación y la transformación de la materia prima «que tenemos aquí». El problema es, una vez más, la puesta en marcha, apunta el alcalde, Antonio Riveras, «buscar el producto y el fabricante. En ese terreno nos queda mucho trabajo por hacer».

El nuevo está en obras para completar el muestrario de servicios de la villa y equipararse a sus dos vecinas osqueñas. Riveras confía en que el nuevo equipamiento esté listo «al final del verano» y que la mejora se complete, a su lado, con un arreglo que necesita el patio del colegio.

«Se está elaborando el proyecto» para tener uno en la parte baja de la villa que se adelanta «muy necesario», al decir del regidor santallés, «para que los camiones que paran en Santa Eulalia no suban hasta el centro». Irá en la carretera AS-27, junto a la «curva del alcantarillón».

«Puede parecer una tontería», pero en un lugar que vive de lo que gastan los turistas ayuda poco un banco sin cajero automático. El cliente del turismo rural también busca comodidad, precisa Marcos Niño, y esa carencia «puede hacer que mucha gente se pueda volver atrás».

Santalla come de su imagen. De ahí el proyecto de profundizar en la mejora del aspecto externo de los edificios con dos planes de rehabilitación de fachadas para 2011 y 2012 que invertirá 166.000 euros en cada ejercicio.

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