El futuro del pasado en conserva y la salud del hierro
A Friedrich Bramsteidl, séptima generación de ferreiros austriacos, le gustaba España, pero tenía demasiado calor en Andalucía. Eso fue hace 25 años y todavía tardó veinte en venir a dar a Mazonovo (Santa Eulalia de Oscos) con escala prolongada en Galicia. Para saber por qué aquí basta mirar al panel de una calle de Santalla que desciende vertiginosamente ladera abajo desde las inmediaciones de la iglesia parroquial santallesa y que se llama «de los artesanos». O pasear y tropezar junto al parque con la escultura «Homenaje a los ferreiros de Santalla» o con aquella otra que reproduce un «Pepe el Ferreiro» altísimo en la plaza de Sargadelos, delante del Ayuntamiento. O preguntar y saber que ambas se hicieron aquí mismo y son obras colectivas ensambladas en directo, en los encuentros de artesanos del hierro que promocionan la actividad cada dos años a la vista de lugareños y visitantes en las calles de la villa. Bramsteidl vino y se quedó precisamente porque en esta tierra de viejas minas y memoria de fraguas había una base, una tradición y un mazo restaurado. «Hacía forja artesana en Galicia», recuerda, «y vi una buena posibilidad de vivir de la forja en un taller así, compaginándolo con el museo». Pero si sigue pudiendo es, sobre todo, porque no está solo. Da fe un panel colgado en la pared del taller de cerámica que complementa el Museo de la Casa Natal de Sargadelos y que enumera catorce artesanos de distintas artes instalados en el concejo. Muchos de aquí, es cierto, pero otros importados por las mismas razones que trajeron a Friedrich, básicamente la fascinación por el estado de conservación de su infraestructura para la artesanía tradicional. Jorge Toquero hace navajas en Santalla junto a su esposa, Keiko Shimizu, japonesa, que trabaja el hierro, Irene Villar se fue y volvió para sentarse en el telar que compagina con la peluquería...
Aquí, la cultura del «hecho a mano» se acepta como tercera pata indispensable del trípode que debe seguir sosteniendo a la villa junto al poder de arrastre del turismo y alguna nueva vitalidad de la actividad agraria. Son tres elementos evidentemente interconectados, el trabajo del campo conserva el paisaje y la artesanía visibiliza y garantiza «algo que vender en el territorio». Pero para la explotación completa y eficaz de todos esos recursos aún queda camino. Antonio Riveras, alcalde de Santa Eulalia por Izquierda Unida, confirma que es «difícil pensar en el asentamiento de una actividad industrial en Santa Eulalia, aunque es cierto que todavía no hemos estirado la manta todo lo que puede dar de sí en cuanto a los talleres de artesanía. En un pueblo con tantos visitantes podrían vivir perfectamente otros negocios vinculados a esta actividad. Es viable y está sin explotar». «Hay sitios en Europa», los ha visto Friedrich Bramsteidl, «que tienen este mismo pasado de industria del hierro en los siglos XVI y XVII, pero que además han mantenido hasta la actualidad alguna industria vinculada a ello donde se fabrican utensilios del campo y se cultiva la forja artística combinada con la promoción turística de toda la zona». Aquí todavía no del todo, y el ferreiro austriaco pide promoción e iniciativa para un momento renqueante en el que «no se compra demasiada artesanía».
En su papel de potencial motor de futuro, el pasado sí tiene algunos hitos antropológicos que permiten alumbrar la ilusión de que «el tiempo se detiene en Santalla», dice José Luis Díaz en el Museo de Sargadelos, una casa tradicional conservada tal y como fue en el XVIII. Por esa conexión con la historia, por la lucha contra el tiempo y la vitalidad social de la que da fe Azucena Villarmarzo, presidenta de la Asociación Cultural Santalla, Santa Eulalia se presentó por primera vez el año pasado al premio «Pueblo ejemplar» de Asturias. Fue finalista y repetirá.
Repetirá y seguirá agitando los brazos para que se le vea, pidiendo ayudas evidentes. «La Formación Profesional de Vegadeo, por ejemplo, lleva veinte años haciendo mecánicos de coches» en lugar de carpinteros o ferreiros, protesta Marcos Niño, «porque la formación no se ha adaptado a las necesidades del territorio», pero a veces también a causa del mal epidémico del campo asturiano, donde al faltar gente faltan el arrojo y la imaginación. «Nos haría falta otra generación que apueste por quedarse y hacer cosas nuevas». Que las hay, que en esta tierra de innovadores, históricamente obligada al ingenio por el aislamiento y el olvido, «hay capacidad y recursos, el plan "Leader" tiene fondos para la innovación, lo que falta son ganas. A todos nos gustaría ser funcionarios, de ocho a tres y de lunes a viernes, pero todos no podemos». A la pequeña escala santallesa y sin exagerar, Niño percibe espacio para la agroalimentación, para una pequeña industria chacinera o láctea, para los pequeños frutos... «Hay cinco ganaderías de leche», apunta, «así que a lo mejor una quesería tendría mercado», lo mismo que el uso de la castaña para marrón glasé, por ejemplo, o las setas, que se cogen y se venden a precios ridículos... Los recursos para transformar son enormes y, además, tenemos algo muy importante, el nombre. No es lo mismo llegar a la estantería de El Corte Inglés llamándote Oscos que de otra manera. El plan de marketing lo tenemos hecho de antemano».
De aquel «Leader 1» a estas razones para quedarse
En un telar a su altura, Juan Gayoso Rodríguez, de 7 años, pone todo el empeño en la confección de un bolso para su madre en casa de Irene Villar, su tía abuela y artesana del telar en Santa Eulalia de Oscos. El niño alienta la posibilidad de que siga prendiendo el gusto por la artesanía en esta población envejecida con algún destello a cargo de algunos emprendedores interesados por quedarse a ejercer aquí. Lo sabe Villar, que puso taller y peluquería en la calle de Los Artesanos, que se fue de Santalla y regresó al calor de «aquel programa "Leader 1"» que alimentó en los años ochenta del siglo pasado la raíz del cambio «alucinante» de los Oscos. «Te daban una ayuda importante para restaurar casas si hacías algo relacionado con el turismo», recuerda, y eso colaboró para componer el paisaje actual tanto como el efecto contagio y la implicación popular. Ante las incertidumbres que anticipaba entonces el futuro, relata, «me animó mucho ver que la gente de mi generación seguía aquí», y hoy lo que sale del telar se complementa con la facturación de la peluquería.
En este sitio se hacen «tecidos», tal y como siempre se ha dicho aquí, pero no solamente eso. Hay otros que también han dado con la fórmula para quedarse, que han mirado alrededor y han visto, por ejemplo, que «pan se vende siempre», que aquí no había demasiada oferta ni se comercializaban los dulces típicos de harina, mantequilla y huevos, una especie de rosquillas que se comían en Santalla cuando llegaba la mallega del trigo. Dicho y hecho, en el barrio de La Cárquiba hay ahora una panadería tradicional y una tienda de productos artesanos donde atienden y elaboran Carmen Rodríguez y Valentín Gayoso, los padres de Juan, otros dos que decidieron quedarse y cambiar el bar por la panadería y el obrador. «Trabajamos duro, pero de momento no nos podemos quejar», afirma ella.
Artículos relacionados
El salvavidas contra el olvido
Miguel Trevín, precursor del turismo en los Oscos, evoca la Santalla «sorprendentemente viva» ...
Las agallas de Santalla
La capital osqueña con más plazas de alojamiento y presencia de la iniciativa privada sueña con ...