Hacerse a la mar
Tazones trata de reinventar las bases clásicas de su prosperidad, el turismo de mesa marítima, el paisaje y la hostelería, para enfrentarse al lento declinar de la pesca y su pérdida demográfica
Nicholas y Sophia Kelsey tienen la mesa puesta encima del mar, no hay obstáculos para la vista desde la terraza del restaurante. Al llegar, la sopa de marisco interrumpe la conversación. Él señala el caparazón del centollo y lo sabe antes de la primera cucharada: «Volveremos, seguro». Son de Londres, vienen de San Sebastián y han pasado por Llanes; van hacia La Coruña parando en Cudillero y, a juzgar por sus gestos, han debido de acertar con la parada para el almuerzo. Es su primera vez en Tazones. El pueblecito marinero les ha recibido con un sol radiante y un calor poco corriente a finales de junio y, sobre todo, con estos frutos de aquel mar que les pone el decorado. Para llegar hasta el comedor al aire libre que se asoma al Cantábrico han tenido que esquivar a decenas de madrileños en la ruta del Imserso con «cuartel general» en Gijón y visitas organizadas, más o menos, a Oviedo, Cudillero, los Lagos, Villaviciosa y Tazones. «Lo bueno que tiene España es la variedad», sentencia Francisco Cortés en el barrio de San Roque, mirando hacia una casa alicatada con conchas, profusa la decoración con banderas de Asturias y del Sporting y en la fachada la Santina y los escudos del Principado, Gijón y Villaviciosa.
Tazones huele a ocle y el puerto se agita así un día cualquiera, entre semana, desde antes del mediodía. Es jueves, pero no importa, dentro de un rato habrá más de medio aforo en las terrazas que se reproducen, casi sin sitio para una más, en el entorno de la fachada marítima del pueblo. Como el restaurante donde comen los Kelsey hay otros quince en Tazones, no está nada mal para una población en retroceso de 247 habitantes que resiste a duras penas y no quiere ni va a poder dejar de mirar al mar. Para pescar, vender el pescado o servirlo, para seguir adelante sabiendo que el futuro tiene la cara de un «presente mejorado» y que aquí apenas hay negocio que no empiece o termine en el agua salada. Muy rápidamente, según los cálculos de Gloria Caveda, hostelera aquí y concejala en el Ayuntamiento de Villaviciosa, Tazones son «tres pescaderos, dos tiendas de alimentación, una cetárea, nueve lanchas de pesca y dieciséis restaurantes», sin contar las 180 viviendas, «unas setenta habitadas», ni afinar el cómputo de las fuentes de riqueza hasta el «ochenta por ciento» que Joaquín Alonso, vicepresidente de la Asociación de Vecinos de Tazones, conjetura que viven aquí «directa o indirectamente» de la mar. No es por casualidad que la calle principal muera directamente en el océano. «Sin la mar ni la hostelería, sencillamente no hay Tazones», sentencia Caveda.
Nadie calcula que tal vez que toda la población del pueblo cabría en sus restaurantes ni que hay un bar aquí por cada quince habitantes. Y sobreviven todos, de momento, alimentando esta «carretera de doble dirección» bien organizada «en la que la mar da beneficio a los marineros y éstos lo reparten hacia la hostelería y el turismo». Más a la primera que el segundo, eso sí, porque Tazones no supera el centenar de plazas de alojamiento después de sumar al vuelo las que tiene la parroquia y encontrar unos apartamentos, una casa rural, tres hoteles y dos pensiones. Aquí se viene a comer, asentirían los Kelsey a coro con la familia que a su lado devora marisco y riega con sidra, «mejor que en El Bulli». Porque éste, por el momento, no cierra. En este plano inclinado hacia el mar, y no sólo físicamente, hay dieciséis establecimientos que siguen abiertos y se adaptan como pueden a la crisis que recorta el consumo y a los inviernos sin terrazas, demasiado fríos. Las temporadas bajas «se notan», concede Eduardo Vigón, propietario de dos restaurantes en Tazones. «Cuando llueve y hace frío trabajamos los sábados, los domingos y para de contar; hace tiempo que en invierno ya no abrimos por las noches» y que el descenso de la rentabilidad es equiparable al de todos los establecimientos maltratados por la crisis. Incluso hay escaparates donde se anuncia el cierre hasta principios de julio, pero funciona la ley de la compensación del verano y a pesar de la evidente inflación en la oferta de mesas no va a ser fácil encontrar una libre cualquier día de la temporada alta estival. El secreto no está en la salsa. Es «la buena calidad de los productos y la facilidad para encontrarlos directamente al salir de casa», vuelve Gloria Caveda señalando hacia el mar, otra vez, y a esos veranos en los que el negocio se pierde algunas veces «por falta de espacio, nunca de clientes».
La mar bendice la mesa, y viceversa. Este proceso bidireccional y retroalimentado que da de comer en Tazones se engrasa a partir de la actividad pesquera, con sus nueve lanchas, sus aproximadamente cincuenta personas contando a los mariscadores y su crisis, el «bajón importante de la venta» que Juan Dimas García observa con preocupación desde su puesto de patrón mayor de la cofradía de Tazones y presidente de la federación regional de cofradías. Sufre la mar, aquí también, pero los pequeños lloran menos. Esta pesca es artesanal, los barcos de tamaño reducido y las técnicas tradicionales, y ahí la repercusión del retroceso económico se nota menos, agradece García. «Con el complemento del marisco, subsistimos mejor». Ya no están las diecisiete embarcaciones de motor y las treinta de remos que partían del puerto de Tazones en los cincuenta, ni siquiera se vende el pescado a los precios de «hace cuatro o cinco años», pero el motor de las lanchas continúa siendo el del pueblo. El paisaje de cualquier día en la orilla descarga peces, arregla redes, prepara nasas. No hay otra, confirmará también el topónimo de este pueblo que, dicen, ha salido de pluralizar el latino «stationem», traducido muy libremente como «parada o puerto para los barcos». Esta fuerza motriz funciona renqueante contra los problemas de la normativa restrictiva, lo mismo en éste que en todos los puertos, y la amenaza de que acabe faltando el relevo generacional para los que ahora sostienen Tazones pescando. «Todavía hay armadores jóvenes», apunta Dimas García, pero el esfuerzo de la mar disuade hoy casi tanto como las horas de cursillos de capacitación que se exigen antes de embarcar. «Son seis meses», concreta el patrón mayor, que antes de probar si el oficio agrada se hacen peligrosos para la permanencia de los pocos aspirantes que se arriesgan.
Pescar, no obstante, sigue siendo una de las pocas alternativas para retener habitantes en este sitio de posibilidades limitadas que no quiere ni oír hablar «de segundas residencias ni de ciudades dormitorio», asegura Gloria Caveda. «Para vivir aquí», Luis Fernando Arias, presidente de la asociación local de hostelería, tampoco ve apenas «más remedio» que el trabajo en los nichos tradicionales reinterpretados, revitalizados: la mar y la hostelería en versión actualizada. Mirando alrededor, Arias se ve a veces aprisionado por el paisaje, «hay poco espacio edificable», pero a cambio, a fuerza de devanarse los sesos, Tazones sí podría llegar a hacerse con alguna alternativa diferente a las más utilizadas para hacer rentable la mar. Caveda sugiere «una fábrica de algo relacionado con la pesca, porque llegó a haber tres», o una conservera «como la que tiene Lastres y que se podría hacer también aquí, aprovechando la pretensión de conseguir la denominación de origen para los mariscos del Cantábrico».
Un aula didáctica sobre la mar para ampliar el menú del visitante
Se trata de combinar de otra manera los ingredientes tradicionales del menú que se ha comido siempre en Tazones, de dar otra vida a las fuentes clásicas de riqueza. Y si las factorías tienen una fórmula para hacer eso con la pesca y la mar, también hay al menos una posibilidad de conseguirlo con la hostelería y el turismo, de ampliar la dieta del visitante que viene a comer. Un aula didáctica, proponen por aquí; una exposición permanente sobre las artes de pesca y la vida esforzada de los hombres y las mujeres de la mar, recomiendan más allá. O las dos ideas fusionadas en un local acondicionado encima de la rula. Es buscar otra razón para invitar a venir a Tazones, enseñarlo de otro modo, viene a explicar Dimas García. Su proyecto de aula didáctica, que espera concreción y fondos del Leader, sería una mirada por el retrovisor con «muestras de artes antiguas de pesca, vídeos y paneles fotográficos» sobre los oficios de la mar… Ya se hizo, de modo transitorio, rememora Caveda, cuando en el muelle los jubilados de la mar encontraron una ocupación enseñando a la gente los rudimentos de su profesión. Mataban dos pájaros de un tiro, combinaban el recurso turístico con una tarea que llenaba el tiempo después de la pesca, porque nadie dijo que la necesidad de fijar población se dirigiese sólo a los jóvenes, pero «al terminar no había dónde guardar el material. Así nació la idea de solicitar esos locales para tener una exposición más o menos permanente».
La permanencia tiene las llaves. Tazones sobrevive de lo que ha sido siempre y surge de ahí la «preocupación por que las posibles ampliaciones que prevé el plan urbano no rompan la imagen tradicional del pueblo». Joaquín Alonso agradece que los primeros propósitos con 224 viviendas de nueva construcción hayan abandonado Tazones y los nuevos prometan ser más moderados y respetuosos con el alrededor arquitectónico. No es oponerse a la expansión, más bien permitir que el crecimiento no asuste a las esencias del Tazones marinero y castizo y recorrer las calles para ver que «hay muchas casas tradicionales en venta», destaca Luis Fernando Arias. El plan más reciente, de todos modos, apenas supera las veinte casas en «solares reagrupados en una zona concreta», dice Alonso. «Si somos paisaje y pueblo», le acompaña Gloria Caveda, «no hay razón para romper el pueblo».
Carlos I y la necesidad de «revitalizar» el desembarco
Un batallón de turistas ha pasado de largo por delante de la placa en la que se lee que aquí, al anochecer de un viernes de septiembre de 1517, pisó la primera tierra española el emperador Carlos I. Y lo peor, comentan aquí, es que no lo han ignorado sólo los forasteros. Tazones lo repetía todos los años hasta el pasado, lo perdió y ahora lucha por cerrar el paréntesis. Aurelio Nava, que durante 27 años «fue» Carlos I arribando al puerto maliayés en medio de las fiestas de San Roque, falleció en agosto de 2008, unos días antes de su desembarco, y la fiesta no se perdió ese año, pero sí al siguiente. El emperador no se bajó de la lancha en 2009, pero aquí esperan que el remedo del acontecimiento renazca a partir de este año. Y tienen «una nueva idea», afirma Joaquín Alonso, vicepresidente de la asociación de vecinos, un propósito de «revitalizarlo, hacerlo más costumbrista, recuperar completamente la vestimenta y los oficios de la gente de la época». Se imaginan Tazones teletransportado completamente al siglo XVI, «recuperando el sistema que tenían entonces para hacer cabos y nasas y tejer redes, o los juegos tradicionales de aquel momento». Será aún en agosto, queda pendiente alguna pretensión de trasladarlo a la fecha original, el 19 de septiembre.
El Mirador
_ Diversificar
«Diversificar» significa en Tazones hacerse diferentes sin dejar de ser como siempre, buscar «dos o tres negocios distintos» sin salir de las fuentes de riqueza que siempre han dado cuerda a la localidad, la hostelería y la mar. Aquí entrarían alguna pequeña industria conservera o de pescadería o diversos equipamientos culturales conectados con la historia marinera del pueblo.
_ Un banco
El pueblo de los dieciséis restaurantes no tiene un cajero automático. «He hablado con cuatro bancos y no les interesa», protesta el presidente de la asociación local de hostelería, Luis Fernando Arias, contra una dificultad que se agudiza por las deficiencias de la línea telefónica que aquí a veces convierte en un problema el trámite de los pagos con tarjeta o las reservas por internet, «porque tampoco tenemos ADSL».
_ Un médico
Sin médico ni farmacia, en Tazones no queda otra que viajar a Villaviciosa «hasta para poner una inyección». Y es grave, dicen, en un sitio con mucha población flotante y de paso, sí, pero también demográficamente envejecido.
_ Un museo
En el capítulo de las estrategias para diversificar la actividad turística, además del aula didáctica de la pesca que persigue la cofradía, hay quien propone «reacomodar» el edificio del antiguo faro para habilitar un museo de la carpintería de ribera, toda la relacionada con las embarcaciones y la mar.
_ El aparcamiento
La orografía ha tomado aquí sus propias decisiones sobre la falta de espacio para localizar algunos servicios, entre ellos plazas de aparcamiento. Arias destaca la urgencia de ampliar el estacionamiento habilitado en el entorno de la iglesia de San Miguel, porque en algunos días fuertes de la temporada alta de turismo «no hay dónde meter un coche».
_ El entorno
Reincidiendo sobre las carencias del terreno, en este plano inclinado se echa en falta el influjo negativo de las últimas actuaciones sobre el entorno paisajístico del pueblo. «Sólo hay matorrales y eucaliptos en lo que siempre habían sido praderías», denuncia Joaquín Alonso.
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