Al fondo hay sitio
Desde su rincón inferior de la ría del Eo, desplazado de la ruta más corta a Galicia y perdido su pasado industrial, Vegadeo rivaliza con la exuberancia urbanística de Ribadeo exhibiéndose como cabecera comarcal de servicios con un tejido social activo
El edificio es blanco, con ribetes azul celeste, y dentro de un aspa, bajo un viejo letrero que dice «Fábrica de chocolate», todavía se pueden leer el nombre y el primer apellido del antiguo propietario. En esta casa aparentemente inocente de la calle de la Alameda, mirando al río Suarón a través del parque y la plaza del Ayuntamiento de Vegadeo, Fernando Pérez ha distinguido el vestigio de una oportunidad perdida. Una de tantas, se quejará pronto el presidente de la Asociación de Amigos de Vegadeo y su concejo, inclinado a observar el presente a través de la óptica deformadora de un viaje imposible al rescate del pasado. Ese rótulo es una reliquia, se duele Pérez. No hay fábrica ni chocolate detrás de la fachada ni se ve alrededor el rastro de aquellas otras factorías que una vez hicieron y vendieron desde aquí, lo jura Fernando, refrescos, motores, limas, somieres o bolsas de plástico. Se han perdido por el camino las huellas de casi todos los aserraderos de madera, las de muchos talleres y a veces hasta las de la memoria. A la industria vegadense la sobreviven dos de aquellas sierras, un astillero que construye barcos de fibra muy cerca de Vegadeo pero administrativamente en territorio de Castropol y casi nada más que los inquilinos de trece parcelas ocupadas en la pequeña área empresarial de Monjardín. La primera visión del corazón de la villa basta para confirmar el viraje desde aquella intensidad fabril hacia este monocultivo del intercambio comercial. Dan fe los bajos comerciales en torno al eje vital que ornan el parque, la iglesia, la Casa Consistorial y el recinto ferial de Vegadeo, lo confirma un paseo por este centro urbano trazado en paralelo al correr del río Suarón. Y hay una prueba física en los cruces donde varios postes poblados de indicadores no orientan hacia otras localidades, sino hacia varias tiendas y locales de hostelería. He aquí una villa de servicios de manual, una población de primacía comercial donde el peso del sector de actividad preponderante se calibra en el cálculo aproximado de Eduardo Rodríguez, gerente del Plan Estratégico del Comercio de Vegadeo: muebles, ropa, zapatos, bancos, bares... El total son unos 150 establecimientos incluyendo en el recuento el comercio, lo que queda de la industria y la hostelería.
Esto es lo que el tiempo ha hecho con la que sigue siendo referencia urbana del fondo de la ría del Eo. Sólo algunos recuerdan que los barcos llegaron hasta aquí, que Vegadeo fue un día un puerto industrial esencial en el curso bajo de este río navegable y por tierra lugar de paso indispensable en el camino de Asturias a Galicia. Ya no. En su lugar, sobre la marisma marítimo-fluvial donde el Suarón y el Monjardín desembocan en el Eo vive hoy esta pequeña villa arrinconada por la marginación de aquellos viejos canales de comunicación, remolcada por su muestrario esencial de comercio y servicios y convencida de que no han pasado aún todos los trenes. Es todavía la más grande y poblada de la orilla asturiana, pero también una cabecera comarcal alejada del modelo, con la población en leve retroceso y una capacidad magnética para su entorno compartida, a veces en franco desequilibrio, con la margen opuesta del Eo. En este siglo, Vegadeo se ha ido alejando de los 3.000 habitantes que frisaba en 2000 y agotó 2010 con unos pocos por encima de 2.800. El paisaje urbano da con menos juventud que gente mayor por falta de alternativas laborales serias y, al decir de algún veigueño, también porque a cambio de la huida juvenil todavía vienen a desembocar aquí algunos caminos del éxodo rural. La fascinación de los servicios aún atrae hacia esta villa de urbanidad innegable los pasos de los que abandonan las aldeas del entorno agrario envejecido y no sólo de este municipio, también de los vecinos que hacen comarca hacia el interior: San Tirso de Abres, Taramundi, los Oscos.
Pero para encontrar las razones del lento reflujo demográfico hace falta mirar hacia el otro lado, y el veigueño señala río abajo hacia la entrada de la ría, a la orilla lucense donde progresa el vigor urbanístico de Ribadeo. «Hay un antes y un después de julio de 1987». Es Fernando Pérez que vuelve al pasado reciente y encuentra una frontera temporal que coincide con la física y que resulta fácilmente identificable en el día de la inauguración del Puente de los Santos, en la apertura de aquel camino más corto entre Asturias y Galicia que evitaba el rodeo por Vegadeo y que aquí en su momento «se tomó medio a broma», aunque al final «fue hundiendo a este pueblo más de lo que se iba hundiendo él solo». Pero el puente es inocente. «Las comunicaciones mejores siempre son positivas» a la luz de la teoría del alcalde de Vegadeo, el socialista Juan Antolín Rato. El problema fue más bien la forma de enfrentarse a la nueva realidad de la villa arrinconada, la edificación masiva de la margen gallega y los precios competitivos de su vivienda frente a la evolución lenta de este lado de la ría. El gran obstáculo son las dos velocidades distintas de las dos orillas, esta sensación del tren perdido que se ha llevado población y empresas y que ahora define José Manuel Álvarez de la Linera, abogado veigueño y presidente a la vez de la Federación Asturiana de Remo y de los Remeros del Eo de Vegadeo. La ventaja es, a su juicio, tan extensa que entre esta margen y la lucense «ya ni siquiera existe competencia. La habría si se pudiesen enfrentar dos fuerzas aproximadas, pero ahora Ribadeo campa por libre y nosotros somos un mero satélite a diez kilómetros». La comparación es odiosa, la corriente arrastra en dirección al puente y ahora ya va a costar darle la vuelta. «Se hizo el polígono industrial en Barres y la vida pasó a Ribadeo», protesta Pérez volviendo al regreso al pasado: «Hubo una posibilidad de instalar el parque empresarial en Vilavedelle -a pie de ría, a medio camino entre Vegadeo y Castropol- y al perderlo no nos dimos cuenta de que tal vez estábamos matando lo que nos habría dado la vida». Pero no está todo perdido. Cuando no dé para más la exuberancia urbanística de Ribadeo, dirá el veigueño socarrón, al fondo hay sitio.
La asignatura pendiente va a pedir una convicción universal de que todavía no han pasado todos los trenes, de que aún no es tarde para una estrategia que fije población, para alternativas de empleo que detengan el éxodo y alguna fórmula de perfeccionamiento de la oferta terciaria. Para demostrar que esta vega se mueve, el Plan Estratégico del Comercio es una lista de acciones con pretensiones de actualización y estímulo de este sector que pasa por ser el que da más cuerda a la economía local: una «ruta del pincho», una tarjeta-descuento, una «gymkana» por los escaparates... Es la lucha contra los bajos en venta -«a veces pienso que somos «un pueblo en venta sin comprador», afirma Linera- y no extraña que el esfuerzo por mejorar se concentre precisamente ahí. Para comprender cuánto importa el comercio en A Veiga basta un sábado de mercado o cualquier día una mirada en perspectiva: en la silueta de la villa destaca el techo celeste de un edificio de fachadas triangulares, recinto ferial «de referencia» al decir del alcalde veigueño y sede el próximo junio de la Feria de Muestras número 48. «No hay un pabellón así de Avilés a Lugo», destaca Antolín.
Y ya que la industria ha perdido su fuerza de arrastre, que todavía se va por aquí a todo el interior muy turístico del Occidente, hay quien busca la manera de dar un motivo para hacer parar al visitante. Francisca Martínez, presidenta de la Asociación de Industriales y Comerciantes de Vegadeo (Ascove), explora el método «para enfocar nuestra villa al turismo», la fórmula para equilibrar las dos velocidades de progreso turístico que Eduardo Rodríguez aprecia en la comparación del resto de la comarca Oscos-Eo con el de su villa de cabecera. En el reparto del pastel turístico, afirma, otros sitios «se llevaron los museos y aquí se quedaron las oficinas». Vegadeo tiene la sede de la mancomunidad turística, pero echa de menos «un reclamo» real, uno a la altura de su condición de cabecera de esta comarca que ha experimentado un «boom turístico impresionante» y del que todavía se espera la onda expansiva en la villa capital. Si hubiera un local y voluntad, tercia Fernando Pérez, se llenaría un museo con los restos de la historia industrial y el patrimonio etnográfico de esta villa, con la memoria de su antiguo muelle de tráfico intensivo de madera o sus factorías diversas. La Asociación de Amigos de Vegadeo y su Concejo lo persigue con ahínco y sin respuesta desde hace tiempo. «Tenemos muchísimo material» sin sitio y además fue en este municipio, sostiene Pérez, «donde surgió primero la idea de un equipamiento de ese tipo, incluso antes que en Grandas de Salime. Pero allí se apoyó y aquí seguimos esperando».
El gran activo de una sociedad inquieta y la teoría del «trocito de acera»
La calle Alameda, oficialmente carretera nacional 640 de Asturias a Galicia, de Barres a Villagarcía de Arosa, fue ruta casi única y es alternativa al puente de los Santos en la comunicación de Asturias con Galicia. Atraviesa Vegadeo por el centro seguramente con menos tráfico que hace algunas décadas, pero orillando todavía el parque que bulle de vida social en un atardecer soleado de primavera, ilustrando sin querer las afirmaciones de los veigueños sobre el gran patrimonio de una villa que a pesar de todo «sigue teniendo futuro». El gran capital de este lugar es, dicen, su tejido asociativo, ese «tercer sector» del asociacionismo ciudadano que aquí «consigue hitos casi sin recursos», sigue Álvarez de la Linera, y que ha ganado para Vegadeo «una base social» sobre la que edificar los cimientos del porvenir. José Antonio Pasarón es el secretario de la asociación cultural Polavila y necesita ayuda para enumerar la actividad cultural y deportiva de esta villa con energía social. Están la escuela de música y los grupos folklóricos, la banda de gaitas y la orquesta, los quince años de Amigos de Vegadeo, con publicación bimensual -«La Vega»-, premio al «vegadense del año» y jornadas de historia local; cuentan cien futbolistas jóvenes, equipos de baloncesto y bádminton o más o menos cincuenta Remeros del Eo «desde niños de seis años a niños de casi sesenta» en la visión de Linera.
Para Luis Felipe Fernández, profesor del Instituto Elisa y Luis Villamil y organizador de otro polo de estímulo cultural en el foro Comunicación y Escuela, todo eso y algo más configura «una actividad cultural y deportiva propia de una ciudad mucho mayor» y a la vez una inquietud colectiva que justifica una esperanza. Es un paso al frente para la cabecera de una comarca que no es ajena a la «inercia compleja del medio rural», sigue Fernández, y que sufre por «la carencia de iniciativa económica que genere empleo y dé alternativas a los jóvenes para quedarse en su tierra. Falta un proyecto estratégico a largo plazo en el que los gobiernos digan claramente qué quieren hacer con el medio rural».
Aquí, sin embargo, la movilización social da una tregua. En el análisis DAFO, como si la villa fuera una empresa donde identificar Debilidades, Amenazas, Fortalezas y Oportunidades, esa vitalidad social es aquí la fuerza esencial «que salva la villa», enlaza Linera, «lo que ha evitado que en ese contexto difícil Vegadeo esté totalmente muerto». El arma contra la adversidad son esos réditos sólo en apariencia insignificantes que aquí ha conseguido «el pueblo, hablando en sentido generoso y amplio, y no tanto sus representantes políticos». Él cita a un veigueño que ha sido «el primer remero paralímpico español -Juan Pablo Barcia-», «una residencia de la tercera edad de referencia en la comarca y en Asturias» y otros motivos para saber que incluso en este ambiente adverso se puede competir con los de fuera. Mirando al futuro, concluye, surge algún motivo para confiar, porque si es cierto que «nadie nos va a solucionar los problemas» y que Vegadeo será «lo que solucionemos nosotros, trabajando cada uno desde su parcela», aquí al menos hay materia prima social. Es «la teoría del trocito de acera»: «Si cada uno limpia el suyo, la calle entera estará más limpia que si se ocupara de todo el Estado».
«La villa de los doce puentes» y el aislamiento
La villa «de los doce puentes» tiene que estar acostumbrada a saltar obstáculos. El río Suarón y el Monjardín, que van de paso por Vegadeo a verter sus aguas a las del Eo, se cruzan en esta población por una docena de pasarelas que siempre han dado personalidad a la capital veigueña, que ahora la identifican de forma distinta desde que los puentes son el pretexto para una suerte de museo de escultura al aire libre. Hay una obra en cada paso, en conjunto una muestra diferente con su pequeña ayuda para salir del aislamiento, no sólo físico, de este medio rural en retroceso y con su potencial atractivo para el visitante.
Ese contacto directo con la cultura, que aquí sale al paso en cualquier recorrido alrededor de la marisma de Vegadeo, se trata de enseñar también de modo peculiar en el Instituto Elisa y Luis Villamil, que quiere ser símbolo de resistencia contra la condena de aislamiento que sufre el medio rural asturiano. Su Foro Comunicación y Escuela, cuya tercera edición comenzó en marzo y acabará en octubre, acepta la pretensión de que «los niños de Vegadeo accedan a una formación de calidad» y tomen contacto con «referentes en diferentes ámbitos de la vida pública» -de la científica Margarita Salas al seleccionador nacional de fútbol, Vicente del Bosque, en el programa de este año-. Su promotor, Luis Felipe Fernández, incluye la iniciativa entre las estrategias que pueden ayudar en la pelea que el campo libra contra el olvido y para que «las oportunidades sean aquí efectivamente iguales que en la ciudad». Para que los niños, en fin, «conozcan otros entornos, pero dentro del suyo, y aprendan así a ser ciudadanos de su tiempo».
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