El aroma de su hogar
El gimnasta villamayorino Iván San Miguel, olímpico en los Juegos de Pekín, retrata el pueblo de sus juegos infantiles y el olor a caramelos
El aire era de cola y fresa con nata. Que la casa de los abuelos oliese a caramelos acrecentaba el encanto de aquel pueblo para el nieto inquieto que ya quería saltar por encima de todo y compartía una piscina de plástico con sus primos Diego y Luis y una cuadrilla de amigos en la finca del barrio de El Valledal. La fábrica de Chupa Chups, allí enfrente, había liberado ese vapor con aroma a manjar infantil que sobrevive prendido a la memoria de Iván San Miguel Pérez (Villamayor, 12 de enero de 1985). Pudo haber pasado un día cualquiera de cualquier hueco abierto entre el colegio y la gimnasia. Puede que para entonces ya viviera en Gijón con sus padres, o en Madrid, en el Centro de Alto Rendimiento donde aún reside y se entrena ahora, pero si se le había presentado un momento libre seguro que había vuelto al pueblo a descansar. Si era verano, lo más probable es que todo tuviese pinta de terminar en el río, bañándose o tratando de salvar el balón que inevitablemente se habría caído al agua desde la pista polideportiva, demasiado cerca del Piloña. Más que virtuoso futbolista, Iván se recuerda desde aquel principio predestinado, «un poco saltimbanqui» antes ya de que la gimnasia empezase a ponérsele seria. A los cinco años, más o menos, una retransmisión deportiva en La 2 y una actividad extraescolar en el Colegio Rey Pelayo de Gijón fueron el principio del camino que con cierta naturalidad y mucho entrenamiento fue conduciendo hacia las medallas y los podios dentro y fuera de España y, al final, de momento, al undécimo puesto por equipos, sin fallos propios que lamentar, en los Juegos Olímpicos de Pekín 2008.
Su Villamayor tuvo el posesivo a tiempo completo hasta los 5 años y pasó a lugar de descanso de vacaciones y fines de semana cuando el trabajo de su padre se llevó a la familia a vivir a Gijón. Pero nunca ha dejado, hasta hoy, de decorar la memoria ni de tener allí el sitio preferente del lugar al que regresar. «Siempre he mantenido una relación muy cercana con el pueblo», confiesa. «Mi padre es de Biedes, mi madre de Villamayor y allí sigue toda mi familia, salvo mis padres y hermanos, así que todas las semanas era igual, los sábados nos marchábamos y pasábamos allí todos los fines de semana y las vacaciones». Los veranos, eso sí, eran más de Biedes, encima de Infiesto, porque «había más chavalería de mi edad; en Villamayor abundaban más las niñas y de aquel ambiente disfrutaba más mi hermana Lucía».
La memoria del deportista piloñés asocia de inmediato la infancia con la pista polideportiva que servía «para jugar, para ver jugar o para que te echasen los mayores» y que sigue estando peligrosamente cerca del río. El balón terminaba más veces en el agua del Piloña que en la portería, rememora el gimnasta villamayorino, y aunque «perdimos un montón, también fuimos desarrollando una técnica depurada para sacarlos: íbamos acercándolos con piedras». El río era también para bañarse en verano y el resto del pueblo, para el escondite o la bicicleta, sin olvidarse casi nunca de echar una mano «en las tareas del campo».
Para guiar al visitante a través del Villamayor de su memoria, Iván San Miguel cubriría el trayecto que va de la pista polideportiva hasta el parque del doctor Vera, donde cualquier tarde siguen jugando los niños del pueblo, con la iglesia parroquial a un lado y al otro el ábside románico del antiguo templo de Santa María, el edificio que más orgullo hace sentir en la localidad por su valor artístico de monumento nacional. Fue, antes que cárcel, cementerio y escuela, la iglesia de un convento benedictino cuya congregación fue disuelta en el siglo XIV, eso no lo saben los niños, bajo la acusación de «vida pecaminosa y licenciosa». Siete siglos después, adosado a él está ahora el edificio del centro social, biblioteca y sede de la parroquia rural y delante ese espacio de solaz infantil con parque y columpios que sigue sirviendo para «jugar, correr o simplemente no hacer nada», rememora Iván San Miguel.
Pero Villamayor no vive solamente en la memoria. Sigue estando ahí para cuando le dejen -«con suerte, ahora, una vez al mes»- las sesiones de entrenamientos con el equipo nacional de gimnasia, a razón de unas seis horas diarias en el Centro de Alto Rendimiento de Madrid. La idea es retomar los estudios de Telecomunicaciones y volver a Villamayor también después de repetir Juegos Olímpicos en Londres, si puede ser, aunque por el momento este verano ya no vislumbra la piscina de plástico en El Valledal y mucho menos el olor a caramelos, ahora que sobre la fábrica de Chupa Chups pende la amenaza de cierre, «una lástima para toda la comarca». Para Iván San Miguel, lo que se avecina en la temporada veraniega es una Copa del Mundo en Portugal, un Campeonato de España, puede que una única semana completa de vacaciones y el Mundial, a mediados de octubre, en Rotterdam.
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