Compañero de batallas
No me cansaré de darle las gracias. Siempre estuve y estaré muy orgulloso de él. Su compañía siempre ha sido íntima, precisa, sorprendente, intuitiva y nada escandalosa.
Las partes que lo forman fueron diseñadas con una precisión absoluta, cumpliendo su misión con fidelidad. Al unísono. Sin el protagonismo visceral al que estamos acostumbrados al exterior de sus paredes. El desarrollo de sus capacidades, se diversifican con el paso de los años. Pero eso sí, en el camino va perdiendo habilidades físicas, que sustituye por otras opciones naturales y de distinto orden. No obstante, aunque es una máquina obediente en la toma de decisiones, a veces actúa instintivamente. Hace ya algunas décadas que se cruzaron en su camino nuevos aliados, portadores de fórmulas, que ayudan a superar su más duro enfrentamiento: la enfermedad. Los distinguimos por las armas, análisis e indumentaria que utilizan para facilitar la cobertura de apoyo, como son: el tensiómetro, el fonendoscopio, máquinas antropométricas, las prescripciones mágicas y la bata blanca. El médico de cabecera se convierte así en el capitán y estratega ante la dura batalla.
Llegado a cierta edad, nuestro cuerpo nos va pidiendo ayuda para poder terminar con orgullo la última de sus hazañas. Facilitándole lo que nos pide, honraremos los acertados esfuerzos que nos prestaron en las interminables etapas en lucha por la vida. Bien merece nuestro fiel cuerpo La Legión de Honor, por haber luchado (junto con la enfermedad) contra el mayor de sus enemigos: el dolor.
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