Dócil dependencia
Antes del desayuno, encendí el ordenador. Una vez deglutidos los ingredientes alimenticios mañaneros, me dispongo al uso de la informática a través del PC. La puesta en marcha fue tan normal como siempre, en la pantalla del menú de acceso aparecían símbolos extraños. ¡Cáspita! ¿Qué ocurre? Algo falla. No ¡Parece un virus! ¡Qué rabia! hoy era un día especial y debía solucionar distintos asuntos de urgencia.
Ya se sabe, cuando nos falla algún tipo de dispositivo electrónico, el arameo puede ser el idioma propicio para acordarnos de alguna marca comercial. Hoy es el ordenador el que ha dejado de funcionar. Mañana pueden ser: la lavadora, la secadora, la puerta del garaje, el calentador, la calefacción, el aire acondicionado... los que nos dejan tirados sin piedad alguna.
Todos estos sistemas sofisticados que nos acompañan, y que nos hacen la vida más cómoda, también requieren de conocimientos y materiales al uso que normalmente ignoramos. Esa impotencia momentánea, nos puede venir bien para situarnos en el nivel de desconocimiento que ocupamos en la lista.
Cuando unos pocos inventan para los demás, no nos queda otra alternativa que la dócil dependencia.
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