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Al doctor Valentín Español en su jubilación

27 de Noviembre del 2012 - María Manzaneque (Oviedo)

El pasado viernes, 23 de noviembre, se jubiló el Dr. Valentín Español, después de 36 años de trabajo en la Unidad de Vigilancia Intensiva (UVI) del Hospital Central de Asturias. Y justo es demostrarle, en este momento, mi agradecimiento como paciente.

La primera vez que vi al Dr. Español, yo estaba en una cama, asustada y malherida, conectada a un respirador y totalmente inmóvil. Para él, sin embargo, yo era una vieja conocida ya que, no en vano, llevaba un mes cuidándome, tomando decisiones más que difíciles, coordinando a los múltiples servicios que me atendían y peleando, en fin, porque no se rompiera el hilo que me unía a la vida.

Con su voz tranquila y serena, me contó que había sufrido un atropello, que estaba en la UVI, que tenía múltiples fracturas, que me habían intervenido muchas veces y que no podía respirar todavía por mí misma: por eso estaba conectada a una máquina. Sin duda ese fue el peor momento en mis cuarenta años de vida, y todavía hoy pienso: ¿Cómo se puede decir algo tan duro de una manera tan entrañable y con tanta sensibilidad?

Hasta aquel momento había sido su batalla particular, ahora era la de los dos. Siendo optimistas y suponiendo que no hubiera más complicaciones (eso era más bien una esperanza, no una realidad, ya que el grado de infección era máximo), estaba claro que me iban a quedar secuelas ¡y muchas!, por eso tenía que empezar –desde ya- a luchar.

Es cierto que yo me aferré a la vida con uñas y dientes, dentro de mi debilidad, pero también es cierto que sin la ayuda del Dr. Español creo que nunca hubiera conseguido salir adelante.

Sus palabras de ánimo, sus consejos para superar la angustia que me producía el respirador, su cariñosa seriedad… en aquel momento no me gustaba que me dijera la verdad sin adornos. Si hubiera podido hablar, le habría dicho que no quería saber tanto, pero hoy sé que el hecho de que me dijera siempre la verdad hizo que tuviera hacia él una confianza ciega… De 8 de la mañana a 3 de la tarde, como sabía que él estaba por allí, yo que estaba increíblemente tranquila porque sentía que nada malo iba a pasarme; después, el miedo a morirme me invadía.

Las cosas fueron mejorando, mis órganos vitales iban respondiendo, mis fracturas consolidándose, el riñón que me quedaba funcionaba bien y ya respiraba por mí misma. No obstante, era incapaz de dormir: más que por el dolor (que hay que reconocer que estuvo estupendamente controlado por los anestesistas), por las pesadillas que me agobiaban sin descanso. Y llegó el momento de pasar a planta. Por un lado, yo estaba feliz, ya que eso suponía una mejoría y poder estar con mi familia todo el rato; pero, por otro lado, sabía que no iba a estar tan atendida ni cuidada y, por supuesto, que ya no iba a estar a cargo del mismo médico, en el que confiaba plenamente.

Lamentablemente, una parte de mi cuerpo, la pierna derecha, la lesión que menos me preocupaba, nunca mejoró y fue necesaria la amputación. Y aquel médico, al que yo pensaba que nunca más iba a volver a ver, vino a visitarme para infundirme serenidad y paciencia. Al año siguiente, la operación abdominal que previsiblemente iba a aumentar mi calidad de vida de forma considerable, no salió bien, y supuso un gran disgusto y decepción para mí, y sé que también para el equipo de cirugía.

Allí, en reanimación, nada más enterarme del resultado, y cuando no podía parar de llorar, apareció de nuevo el Dr. Español, para consolarme y convencerme de que recrearme en mis limitaciones me haría ser desgraciada, y de que si era capaz de aprovechar lo que aún puedo hacer y disfrutar de que la vida me ha dado una segunda oportunidad, sería feliz.

Supongo que, en estos largos años de trabajo en la UVI, habrás visto morir a muchas personas y habrás tenido que esconder tus sentimientos de pena y frustración para inmediatamente atender al siguiente paciente; pero eso no te ha hecho duro e implacable, y yo doy fe de ello. Muchos de los pacientes que han pasado por tu mano, ni siquiera te han conocido, ya que estaban bajo sedación, así que nunca te habrán podido agradecer tu trabajo. Pero yo, que he estado plenamente consciente en la UVI quiero que todo el mundo sepa cómo era tu forma de trabajar.

Gracias, Valentín, porque no te has limitado sólo a aplicar la medicina, sino que has aportado el toque de humanidad que tanto se echa de menos en el hospital, y de esta manera has dulcificado mi trago más amargo.

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