Piratas de la calle
Con la piel cuarteada y curtida por el gélido frío de las ciudades, esas personas, que no supieron elegir otro camino que los de la mendicidad, se lo curran en las cuatro esquinas de alguna céntrica encrucijada de la geografía española. Ya se sabe de los climas extremos de algunas de nuestras ciudades; pero en el invierno, a pesar de esas bajísimas temperaturas, ellos siguen inmóviles en sus puestos. Qué más da el uso final que le den a sus limosnas, si se lo han ganado honradamente bajo el rigor impertérrito de su destino. Para qué dárnoslas de puritanos y mirarlos por encima del hombro, si los caminos de la economía son inescrutables. Encasillados tal vez, bajo una falsa cobardía, nos demuestran todo lo contrario. En mi ciudad, pide limosna uno de ellos al que le faltan las piernas. Pero como a mal tiempo buena cara, su imperturbable carácter y la valentía de aquel capitán pirata que navega por los mares de la vida, defiende su trozo de calle, con el sable orientado hacia lo más alto de su dignidad de aguerrido mendigo.
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