La cultura del mínimo esfuerzo
Trasladémonos algunos años más allá de nuestra época. Los documentos impresos sobre papel, ya pasaron (con todos los honores) a mejor vida. Ahora son los soportes electrónicos, los responsables del almacenamiento de los rastros humanos, los que confirmarán nuestro paso por la Tierra. Así, textos, imágenes y sonidos, dejan de identificarse por su antediluviano aspecto de libro, revista o cuaderno, quedando herméticamente guardado en un microchip. Tampoco la estructura de los emblemáticos lugares, que fueron construidos para albergar la identidad de una larga y extensa cultura milenaria, no tiene sentido ahora. Miles de bibliotecas repartidas por todo el mundo, fueron cambiando el tradicional aspecto, en favor de las nuevas tendencias. Ya desaparecieron las estanterías trabajadas con nobles maderas, que presentaban un aseado y compacto ordenamiento de los volúmenes en pasta de papel y otras filigranas que lo complementaban. Todos estos edificios centenarios, aparecían (gracias a la restauración de sus fachadas) con el mismo aspecto en su estilo arquitectónico de siglos atrás. Pero su parte interior, aparecía diseñada por cientos de nichos informatizados en sus paredes. Un sistema integrado comprobaba la identidad del usuario, despachándole unas gafas inteligentes (al estilo Robocop). Con tan solo fijar la vista en el punto del menú que aparecía en el lugar de la lente, el libro, la revista, el periódico y las imágenes de cualquier museo, aparecían con todo su esplendor y colorido delante de sus narices. Leer, observar imágenes, o escuchar música, se había convertido en la cultura del mínimo esfuerzo.
El esfuerzo de todos, como acción enérgica en la consecución del valor de las cosas, ha quedado reemplazado. ¿Será el esfuerzo de unos pocos privilegiados, suficiente para el desarrollo general de la cultura?
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