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Turismo y osos: ¿conservación o negocio?

21 de Abril del 2013 - Andrés Ordiz Fernández (Gijón)

El hombre es la mayor fuente de mortalidad y molestias para las poblaciones de grandes carnívoros en el mundo. El 90% de la mortalidad de osos y lobos, por ejemplo, es causada directamente por el hombre, dentro y fuera de espacios teóricamente protegidos. Por tanto, no es sorprendente que los animales alteren sus patrones de alimentación, descanso y vigilancia en áreas tan humanizadas como la cordillera Cantábrica, tratando de evitar cualquier encuentro con el hombre. Utilizando zonas con buena cobertura de matorral y bosque, y restringiendo la mayor parte de su actividad y el uso de zonas más abiertas a las horas crepusculares y nocturnas –cuando menos frecuente es la presencia del hombre en el monte–, lobos y osos cantábricos han conseguido sobrevivir hasta nuestros días. Por ello, una recomendación habitual para la conservación de estas especies es minimizar e incluso restringir el acceso humano a las áreas con mejor cobertura de vegetación y de relieve abrupto; son zonas clave, frente al resto del territorio que fue severamente transformado.

Estos días vuelven a publicarse noticias sobre el pretendido uso turístico de los osos. Es necesario recordar que los osos pardos siguen siendo una especie en peligro de extinción en la cordillera Cantábrica y que las decisiones que se tomen hoy día pueden condicionar su viabilidad en el futuro. Seguimos careciendo de información esencial sobre tasas de mortalidad de crías y adultos y sus causas específicas, y no es tolerable que algunos síntomas de mejoría reciente relajen el objetivo de conservación prioritario: asegurar la viabilidad de la población.

Los osos cantábricos vienen lidiando con multitud de actividades humanas, pero éstas se desarrollan básicamente en las horas centrales del día, con amaneceres y atardeceres relativamente tranquilos. El turismo de observaciones de osos extendería la presencia humana a los tramos temporales y lugares más sensibles para la especie. Tratando de justificarse, los mercaderes de estas actividades argumentan que se establecerán puntos de observación de ladera a ladera opuesta, pretendiendo así que no se molestaría a los osos. ¿Acaso no molesta a la fauna –osos incluidos– que utilicen la propia ladera en la que se ubican turistas y negociantes? Algunos de los puntos reconvertidos de facto en miradores oseros están en laderas de enorme valor para la especie, con su solitaria tranquilidad quebrantada, en puntos donde se pueden –o podían– observar huellas de oso de camino al improvisado patio de butacas.

Ciertas zonas como Somiedo o los valles del Oso ya se vienen beneficiando claramente de la presencia del oso, sin necesidad alguna de ofertar la observación directa de animales salvajes, como bien saben los hosteleros de dichas zonas. Es muy llamativo, de hecho, que algunos hosteleros muestren públicamente su rechazo a poner en venta observaciones de osos, conscientes de la dificultad para poder servir al cliente y porque no quieren presiones añadidas sobre los osos; y que, sin embargo, algunos supuestos conservacionistas proclamen las ventajas de este tipo de turismo como dinamizador local e, incluso, dibujando una filigrana imposible, vendan las bondades de una nueva actividad humana como beneficiosa para los propios osos.

Es posible que como actividad económica esta historia les resulte rentable a algunas personas. No lo sé. Lo que sé, pues me dedico profesionalmente a estudiar los efectos de las actividades humanas sobre los osos en distintas poblaciones europeas, es que este negocio causará molestias a los animales, con posibles consecuencias para la población en su conjunto. El mero encuentro casual de un oso con una persona, en la mayor parte de las ocasiones sin que ésta haya llegado a enterarse, causa un cambio en las pautas de comportamiento del animal que puede extenderse y verificarse durante toda una semana. Me baso en trabajos propios y ajenos publicados en revistas científicas. Un encuentro como los que sin duda se producirán entre un oso que come o duerme en una ladera y la llegada de excursionistas, lo vean éstos o no. Pretender llevar a gente a ver osos a cambio de dinero se llama negocio. Punto. Quizá sea compatible, incluso positivo para la cartera de quien lo ponga en marcha, pero no para el oso. Mientras, la biología de la conservación sigue usando criterios menos vendibles, términos como incompatible o crítico, para evaluar la afección de determinadas actividades a la conservación de especies amenazadas.

Sirva este ejemplo para ilustrar la gravedad del asunto. ¿Imaginan los hospitales de Asturias vendiendo entradas para ver operaciones en sus unidades de cuidados intensivos? Al menos los pacientes estarían anestesiados... Qué frivolidad, ¿no? Imaginemos entonces que entramos en las mejores zonas oseras y con el paciente (en peligro de extinción, recuerden; en su particular UCI) despierto y ciertamente sorprendido. Cuesta ver las ventajas para la conservación de la especie, probablemente porque no existen, sino todo lo contrario.

Paisajes, cultura, gastronomía, etnografía, fauna y flora de la cordillera Cantábrica son recursos de los que los asturianos nos sentimos orgullosos. De unos se puede y seguramente se debe sacar rendimiento económico directo. De otros no. Poner precio a los osos (léase lobos, urogallos), joyas naturales y como tal públicas, para hacer negocios privados resulta muy cuestionable. Vender este tipo de explotación turística como beneficiosa para la conservación de especies amenazadas resulta vergonzoso.

Andrés Ordiz Fernández, doctor en Biología. Universidad Noruega de las Ciencias de la Vida, Gijón.

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