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La gallardía de un soldado español

4 de Junio del 2013 - Vicente Pedro Colomar Cerrada (Oviedo)

Al tener noticias sobre la rápida y desconcertante retirada de las tropas españolas del campamento de Annual (cabila de Beni Ulixek, zona oriental), el alto comisario de España en Tetuán (Marruecos), general Dámaso Berenguer y Fusté, preparó con la máxima urgencia su viaje a Melilla. A las 23 horas del día 23 de julio hacía su entrada en el puerto de la ciudad española el cañonero «Bonifaz», a bordo del cual viajaba la máxima autoridad española en el Protectorado. Para recibirlo se encontraba al pie de la escalerilla el jefe de Estado Mayor de la Comandancia General de Melilla, quien le pasó una detallada información sobre el desastre sufrido por las tropas españolas que se habían retirado de Annual en franca derrota. La mayoría de las cabilas rifeñas se había levantado en armas contra España capitaneadas por el «kabir ra’is» (gran caudillo) Muhammad ibn Abd el Krim al Khattabi; y las columnas, diezmadas y dispersas, se retiraban hacia el Monte Arruit bajo el mando del general Felipe Navarro. Aunque aún había núcleos de soldados españoles que defendían con auténtico heroísmo sus puestos repeliendo una y otra vez los ataques de un número de rifeños muy superior, pero que no tardarían en sucumbir al encontrarse solos y aislados y sin posibilidad de recibir auxilio. Melilla se encontraba desguarnecida, inerme y a merced de las hordas enemigas, que no tardarían en alcanzar sus alrededores. Sobre las 10 de la mañana del día 24 desembarcaban del vapor «Isla de Menorca» los integrantes del batallón del Regimiento de la Corona, quienes, procedentes de Almería, llegaban bajo las órdenes del teniente coronel Eduardo Barrera y Baus. El pánico dominaba la ciudad y, aunque fueron muchos los ciudadanos melillenses que se refugiaron tras las murallas de Melilla la Vieja y otros los que tomaron en alquiler cualquier clase de embarcación para emprender una singladura descontrolada en dirección a las costas sureñas de la Península, las autoridades militares tomaron la decisión de que se hiciese un desfile con los soldados recién desembarcados, acompañados de bandas militares, que recorriese todas las calles de la ciudad consiguiendo a la postre transformar el desánimo y el temor de los ciudadanos en una auténtica manifestación patriótica que se dirigió hacia el puerto en espera de la llegada de los refuerzos que habrían de arribar procedentes de Ceuta.

Eran aproximadamente las 14.00 horas del citado día 24 de julio cuando desembarcaron del vapor «Ciudad de Cádiz» las banderas de la Legión a las órdenes del teniente coronel Millán Astray. Terminado el desembarco, la 1.ª bandera, comandada por el comandante Francisco Franco, se desplegó por las faldas del monte Gurugú, y la 2.ª bandera, a las órdenes del comandante Rodríguez Fontanes, se desplegó por los altos de Rostrogordo. Al anochecer desembarcaron dos tabores del grupo de regulares de Ceuta bajo el mando del teniente coronel González Tablas, que marcharon en apoyo de la posición del Zoco el Had («Súq al yáwmu-l Ahadi, zoco del Domingo; por deformación entre las tropas españolas quedó Zoco el Had). Otras unidades procedentes de la Península fueron llegando de forma continuada y distribuyéndose siguiendo las instrucciones del Estado Mayor de la Comandancia General. La 1.ª bandera, a su llegada, ocupó el terreno comprendido entre los Lavaderos (lavaderos de mineral de las explotaciones mineras) y la posada del cabo Moreno estableciendo el puesto más avanzado en la colina de Ulad el Arbi. Conforme fueron pasando los días, los enfrentamientos con los rifeños rebeldes fueron tremendamente, duros produciéndose cuantiosas bajas en ambos bandos.

Entre los varios puestos avanzados que las tropas españolas tuvieron que levantar, el blocao de Dar Ahmed, situado entre la segunda caseta y la posición de Sidi Ahmed el Hadj, desde el primer día fue uno de los objetivos preferentes de los rifeños rebeldes, que mantenían contra él un asedio permanente. Los legionarios lo bautizaron con el hombre de «El Malo» debido al importante número de bajas que en su defensa se venía produciendo. El 14 de septiembre la guarnición del blocao correspondía a un destacamento de una de las compañías del batallón disciplinario bajo el mando del teniente José Fernández Ferrer, acompañado del suboficial Aquilino Cadalso, el cabo Sergio Vergara y diecisiete números de tropa. Al atardecer del día 15 el enemigo realizó un furibundo ataque ocasionando sensibles bajas entre los defensores, quedando también afectado el propio teniente Fernández, quien a pesar de las graves heridas sufridas continuó con el mando. Al día siguiente y dada la delicada situación en que se encontraban, el jefe de la pequeña guarnición ordenó a uno de los soldados que se acercase hasta la segunda caseta a pedir refuerzos mientras ellos continuaban con la defensa del puesto. Entre tanto, los cañones emplazados por los rifeños en la parte alta de las faldas del Gurugú no cesaban de bombardear demoliendo de forma inexorable el puesto avanzado.

El mando español obró en consecuencia y ordenó al comandante Francisco Franco que preparase un destacamento que habría de salir de inmediato en auxilio de la posición atacada que pasaba por una difícil situación. El teniente Agulló, que estaba al frente de la guarnición que defendía al Atalayón, fue el encargado de hacer una selección entre los hombres que tenía bajo su mando. Una vez escogidos, catorce legionarios quedaron bajo el mando del cabo Suceso Terreros López, designado para comandar el grupo que debería realizar tan peligrosa misión. Todos estaban mentalizados de que la misión era tan peligrosa que la mayoría del grupo perecería en el cumplimiento de su deber. Antes de emprender la marcha, aquellos valientes soldados mantuvieron emocionadas conversaciones de despedida con los compañeros más allegados, y uno de ellos, Lorenzo Camps y Puigredón, que hacía unos días que había cobrado la cuota y no se la había gastado, hizo entrega de las 250 pesetas al teniente Agulló.

–¡A sus órdenes mi teniente!

–Dígame, legionario...

–Mi teniente, como vamos a una muerte segura, ¿quiere usted entregarle este dinero a la Cruz Roja en mi nombre?

–Le prometo, legionario, que así lo haré... Espero que vuelvan todos con vida.

–¿Ordena alguna cosa?

–Muchas gracias... suerte... mucha suerte.

–¡A sus órdenes!...

Envueltos en un violento fuego enemigo, los expedicionarios pudieron entrar en el casi destruido blocao que se encontraba en una situación desesperada, con la mayoría de los defensores heridos y varios muertos. Esa misma tarde murió el teniente Fernández y lo sustituyó en el mando el suboficial Aquilino Cadalso, quien poco tiempo después moría de un certero balazo; le sucedió el cabo Sergio Vergara, quien con cuatro heridas continuó dirigiendo la defensa hasta morir por causa de una nueva. A partir de ese momento fue el cabo Suceso Terreros López quien se hizo cargo de la resistencia al frente de sus legionarios y de los supervivientes heridos de la anterior guarnición. Sobre las tres de la madrugada del día 17 sólo quedaban media docena de defensores en condiciones de poder repeler los ataques rifeños. Pero la acción continuada de los obuses acabó por demoler por completo el enclave y los atacantes pudieron alcanzar el interior del recinto degollando sin compasión a los que aún se mantenían con vida. El único superviviente fue el soldado Marcelino Mediel Casanova, del batallón disciplinario, quien a pesar de estar gravemente herido pudo alcanzar la segunda caseta y dar a conocer los últimos momentos de la heroica resistencia...

Han sido muchos los españoles, civiles y militares, los que a lo largo de la Historia han dejado la impronta de su gallardía y de su patriotismo. Aquellas tierras en las que nacimos muchos españoles están bañadas con la sangre generosa de cientos y cientos de compatriotas que pretendieron llevar la civilización más avanzada a un pueblo que en aquellos años de principios del pasado siglo se encontraba dominado por la miseria, las enfermedades y la anarquía total (acuerdos de la «Conferencia de Algeciras de 1906»). Lucharon y murieron al amparo de una bandera, roja y gualda, con la gallardía y el quijotismo que dan máxima categoría al sentir español. Cabe pensar cómo responderían en esta época actual a esa caterva de cobardes que, amparados en la masa, queman, pisotean y ultrajan la bandera por la que ellos entregaron la vida. Cómo responderían a esos políticos que no cesan de insultar y zaherir a la nación española con pretensiones de alcanzar la independencia, pero que si algún responsable de una de las máximas instituciones españolas se le ocurriese pegar un puñetazo sobre la mesa ante tanta insolencia... no perderían tiempo en coger una barca de remos intentando alcanzar las costas del país vecino. Es hora –y estamos obligados a ello– de que los españoles, orgullosos y engrandecidos de serlo, empecemos a responder con la máxima energía y firmeza, dentro de las leyes establecidas, que aquí, y hoy por hoy, sólo hay una nación, una patria y una sola bandera. Siquiera en recuerdo de los miles y miles de compatriotas que murieron en su defensa.

Vicente P. Colomar Cerrada

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