Un libro, un camino y una ermita en una braña allerana: La Brañuela
Como todos los veranos, el primer domingo de agosto, los vaqueros de Cabañaquinta, Fe-lechosa y circundantes celebraban su fiesta de costumbre en honor de La Virgen de las Nieves, no por casualidad y a modo de paradoja, en medio del estío. El mismo nombre ya refresca, al tiempo que contrasta, en plena calisma agostiega. Por eso, una vez más, refres-camos de paso la memoria en la vida de las palabras sobre este paisaje allerano, todavía animado por vaqueros, aún en estos tiempos. En este caso, una braña con su capilla al filo de los altos, como tantas otras al paso por los puertos de montaña (L´Arcenoiu, en Ponga; Trobanietso, en Teverga; Las Nieves en Payares, y semejantes).
Ciertamente, no puede ser casual que en pleno verano se celebre la fiesta de las nieves: el contraste de las palabras alguna causa tendría también en sus tiempos. Hay varias interpre-taciones, según de donde provengan: del lado de la Iglesia, o de las leyendas orales al mor del fuego de las cabañas. En todo caso, del cotejo de ambas, se deduce una estructura lite-raria común: la palabra nieve se intenta justificar en pleno estío. Se diría que los vaqueros, los fieles, los creyentes, usaron la voz nieve de forma programada, para construir su culto particular a la Tierra Madre, que todo el verano y resto del año les daría más o menos de comer: pastos para el ganado y derivados para sus dueños (leche, mantega, dibura, cuayá, viandas, quesos).
Y del culto a la tierra brañera se irían formando las leyendas hasta llegar al culto a la Virgen protectora de las nieves en este caso: con los rezos, las novenas, los donativos, las plegarias, los ganaderos irían construyendo su fe ciega en una Patrona que hiciera lo posible sobre aquel entorno vaquero al filo de los altos; sobre todo, para que nunca nevara en pleno verano, pues los trastornos serían muchos; tendrían que bajar el ganado antes de tiempo, con gran pérdida de pastos a medio aprovechar; pérdida de peso en los terneros y reciella (cabritos, corderos); gochos a medio engordar para el samartín Toda una cadena de des-gracias si nevaba en el puerto muy temprano. De hecho, tienen una frase que documenta la amenaza del proceso: primer día de agosto, primer día de invierno.
Con la palabra mágica de las Nieves, se iría formando la leyenda más generalizada: que un día a principios de agosto, una gran nevada cayó sobre la braña, dejando sólo esnevio (exento, sin nevar) la pequeña campa que hoy circunda la capilla remozada (antes, alber-guería de peregrinos también). Los fieles vaqueros continúa la voz oral- interpretaron el suceso como milagroso, y con un aviso de la Virgen: que allí mismo le fuera levantado un pequeño templo desde el que ella misma los protegería de las nieves a destiempo en ade-lante.
Y así, con palabras, sentimientos, pensamientos, deseos, acción de gracias, se iría cons-truyendo todo un culto a la Tierra Madre muy arraigado en esta ermita, estratégicamente levantada entre varias mayadas: Funfría, La Vega Baxo, Canietsa, Les Vegues de la Reina Y tal vez ya muy arraigado el culto desde varios siglos atrás, entre aquellos tan milenarios como empinados senderos del valle. No hay que olvidar que la Brañuela está situada en el camino antiguo por el valle de Ruayer hacia la vertiente leonesa de Cerulleda, Lugueros, Redipuertas, por el mismo cauce del río Curueño nacido en los altos de Vega-rá.
Este camino secundario (alternativo a Sanisidro) sirvío de paso veraniego a peregrinos, trashumantes, comerciantes, arrieros, carreteros, tal vez con muchos objetivos coinci-dentes: atajar el recorrido con buen tiempo (de ahí la campana que sonaba previsora en días de nublina ciega); evadir impuestos de filatos; intercambiar productos del puerto con los mercados leoneses (llevar aperios de madera fabricados en las brañas); traer productos del secano, escasos a este lado de La Raya (aceite, garbanzos, lenteyas, azúcar). El troque, el trueque, que bien recuerdan los mayores todavía hoy.
Un libro que no pudo terminar el médico Juaquín, de más mozu vaqueru en la braña
En esta ocasión, la bucólica fiesta allerana tuvo color especial, con la presentación de un libro explicativo de esta larga historia de caminos y brañeros, en sus andanzas y peripecias por el valle alto del río Aller (sobre Ruayer). El libro, titulado La Ermita de Nuestra Señora de la Brañuela. Viajeros, peregrinos y vaqueros en el camino allerano por el Puerto Vegará, ya había sido proyectado por Juaquín Fernández, y pudo ver la luz gracias al pa-trocinio de Lolo Caleyín (Agrocaleyín, Levinco).
Un libro que resume unos cuantos temas de aquellos contornos: origen y evolución de la hospedería y de la Ermita, su campana orientativa en días de nublina, vida diaria en aque-llas brañas altas, productos y peripecias del verano. Se animan las páginas con unas coplas que tantas veces Juaquín traía a la memoria para recordar cualquier detalle de aquella vida diaria: fechas de subida y bajada de los puertos, oficios madreñeros, precarios alimentos lejos de casa, sufrimientos, ilusiones frustradas, curación por las plantas, cortejos y escar-ceos veraniegos, amoríos duraderos o sólo de paso por la mayada La vida diaria de unas brañas, tantos lustros antes del todoterreno, el móvil y el wasap.
Este pequeño libro (con algunos documentos del estudioso Alberto Montero Prieto sobre las rutas jacobeas) consta de 120 páginas, con unas 80 fotos en color, muy cuidadas todas ellas por la imprenta Gofer. Su presentación en la misma mayada al par de la Capilla de La Brañuela no pudo tener escenario (salón de actos) más adecuado al contenido en pleno sosiego del estío: público vaquero (familias con tradición y cabanas en aquellos puertos), aires frescos en día soleado, trino de los páxaros en los matorrales, sonidos y cencerros de animales al sesteo, el murmullo de las aguas frescas que lleva el nombre de Funfría Todos los sentidos conciliados con el libro en aquella mañana.
Un salón de actos tan especial con toda la música de la braña en homenaje a una capilla y a Juaquín: el alma ya para siempre de la mayada, que bien conoció de rapaz los senderos y leyendas al mor de la cabana y tras las madreñas del so güilu pelas camperas, como a él le gustaba decir. Unas cuantas fotos, de antes y de ahora, completan el trabajo y, sobre todo, satisfacen a unas familias de tradición vaquera, que, por fin, ven en unas páginas toda una larga historia de peripecias y creencias: la vida que fue posible en aquellos altos hasta casi estos mismos días, tantos siglos antes de las comodidades de unas cabañas, unos caminos y unas mayadas en un milenio digital.
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