Juan Luis Álvarez del Busto, cronista de Cudillero
Me congratulo. Oviedo fue elegida para oficiar el próximo Congreso de cronistas oficiales en el Palacio Calatrava en septiembre de 2014 y es de agradecer que en la nómina figure Juan Luis Álvarez del Busto como representante de nuestra villa.
El cronista o «coronista», como le denominaban los antiguos (simpática metonimia), pertenece a la prosapia heráldica de la gran literatura española tanto como el corregidor, el relator o el «fieldefechos» entre las instituciones del Reino de León.
Eran los que levantaban acta, acompañando a los soldados y conquistadores (el padre Las Casas es un caso ejemplar del verdadero cronista ecuánime, sin arredrarse ante el poder de la espada, pues por encima debe estar la cruz), esculpían a veces en una prosa magnífica el devenir de los acontecimientos en una ciudad, en una villa, en un pueblo, desde su aspecto íntimo o local, confundiéndose su oficio con el de historiador, pero con una diferencia notable: mientras el primero da una visión más íntima y fragmentaria del acontecer, el segundo lo enfoca desde el plano del conjunto.
Por lo que a Álvarez del Busto se refiere, tengo entendido que ha sido un gran impulsor de la cultura «pixueta» (y lo digo yo que soy cahízo o callealtero, pues pertenezco a una de las breñas que se asoman al bocho de la bocana orillas del puerto del simpar pueblo de casas colgantes), ha producido obras como «Cudillero mágico», un libro de referencia para conocer la urdimbre de la idiosincrasia local y ha sido uno de los impulsores, a través de su familia, de instituciones sagradas como L'Amuravela en las fiestas de San Pedro, San Pablo y San Pablín, donde se levanta cada 29 de junio acta de los «fechus» y «dichos» sobresalientes a lo largo del año narrados con donaire, en un bable que tiene poco que ver con el de otros valles y es pura «gacería» o lenguaje coloquial marinero.
Su esfuerzo y gran presencia de ánimo hicieron posible que el nombre de Cudillero se haya convertido en polo principal de atracción turística en España y en el mundo total. Decía el otro día el Príncipe de Asturias que el principal activo de España son sus gentes y otro de los galardonados, Muñoz Molina, insistía en que el gran valor de España es su cultura. Bibliográficamente somos una potencia mundial.
Los que hemos proseguido en esa demanda toda una vida estamos muy agradecidos a Álvarez del Busto por su solercia, por su bondad, por su aguante amarrando timón y ciñéndose a la banda para marear en estos tiempos de resaca y atravesar la marola.
Asturias ha dado al mundo grandes cronistas como Tirso de Avilés, I. Gracia Noriega, cronista oficial de Llanes, Evaristo Casariego, por Luarca, o Manolo Avello, cronista de la noble y leal ciudad de Oviedo, cuyos relatos difundieron las grandezas de Vetusta y muchos tuvimos la suerte de leer en nuestra juventud. Su ironía clariniana y ese ferrete de humor ovetense que él tenía sólo los pudieron disfrutar los lectores de la LNE y es una pena que no fueran reconocidos a nivel nacional, pero están ahí en las hemerotecas para auscultar (afrecho de historiadores) el pulso de una época, el latir de una ciudad, enhebrada de pequeños acontecimientos que son las piezas de un puzle donde se enmarca la historia total.
Vengo yo de una tierra, Segovia, de grandes historiadores: Diego de Colmenares, el cronista Palencia, sectario furibundo de la Beltraneja y enemigo de Enrique IV, Lecea y algún que otro más.
Creo que el periodismo hispano empieza con la «Crónica General» del Rey Sabio y se desparrama por un gran memorialista como fue Jovellanos (caso único en España, emulando así a los liberales y diaristas ingleses: Samuel Pepys y Steele), Mariana, Hernando del Pulgar, Diego Hurtado de Mendoza o los autores de almanaques como el salmantino Torres de Villarroel, a horcajadas entre los historiadores clásicos (Salustio o Tito Livio, el padre Mariana o Melo, un portugués que escribió en tiempos de Felipe IV «Guerras de Cataluña» y que convendría leer, dada su máxima autoridad), los anales de lo local.
Ahora ha degenerado en el columnismo algo torcaz y en el «tertulianismo», que es, a mi juicio, el paroxismo de la imprudencia y la desfachatez televisiva, en pecorea de crispadotes con poco seso y mucho «look», pero «dejadlos que se desahoguen».
Dentro de su modestia y ponderación habría que reivindicar la figura del cronista local para que el alborotado cotarro manejado por gañanes de la información perdiera visceralidad y ganara altura y dignidad para que esta democracia no se convierta en una jaula de grillos o lo que ya es: auténtica viborera de espaldas al pueblo.
Parece ser que se cumple el aserto de que aquí «el que más chilla, capador», aserto de la sabiduría de calle neoyorquina. Afortunadamente, esos cavernícolas del lumpen literario de la Gran Manzana no suelen aparecer con frecuencia ante las cámaras de la CNN o las CBS. Pero eso ya es harina de otro costal. El que aguanta gana, decía Cela.
Como periodista y comunicador que piensa que el pensamiento no delinque, aunque siempre dentro de unos límites de seriedad y de preparación, me siento esperanzado con la rehabilitación del cronista oficial.
Entre nosotros es una institución nobiliaria que se funde con la piedra de los escudos que vemos sobre la puerta de las casas de lugares como Cudillero, Llanes, Tineo, Luarca o Salas.
Antonio Parra Galindo
El Rellayo (Cudillero)
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