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Monumentos naturales por los suelos

27 de Abril del 2014 - Ignacio Abella (Colunga)

En una de las inolvidables viñetas de El Roto, dos ingenieros junto a un bosque, uno de ellos confiesa: «A los árboles hay que cortarlos desde pequeñitos, luego crecen y hacen reivindicaciones». Parece que esta idea la han entendido bien desde el Gobierno de Asturias. Tras la caída de la Fayona de Eirós y la pérdida de una gran parte del Tejo de Pastur, vemos como se desmorona el Rebollo de Bermiego, otro de los diez árboles declarados Monumento Natural en la región. Es cierto que son viejos y el fin de todo lo vivo es inevitable, pero el desolador estado del resto de este mínimo catálogo, revela bien a las claras el absoluto desinterés y la incapacidad de sus gestores. Sin ir más lejos, el Texu de Bermiego, tiene graves problemas causados principalmente por la compactación del terreno, mientras que el de San Martín de Salas se está secando. Seguramente la política de salir del paso y mirar hacia otro lado que vienen practicando estos inútiles integrales es muy efectiva para continuar en sus asientos, pero resulta demoledora cuando hablamos de patrimonio y conservación, y en todos los años que llevamos viendo las mismas caras, tan sólo hemos presenciado la degradación continua de patrimonios naturales únicos como las Tejedas del Sueve o la pérdida de estos árboles monumentales que cada día presentan una imagen más desoladora, víctimas de malos tratos y olvidos de toda índole. Si estos son los declarados, cabe pensar qué está ocurriendo con los que no han tenido esta suerte. Como homenaje al árbol caído y como denuncia pública, quiero transcribir un fragmento del texto sobre este Roble de Bermiego, que forma parte de la ponencia que presenté en ocubre de 2011 en el Congreso de árboles históricos de Sintra: «Durante una visita a Bermiego, tuvimos ocasión de contemplar una vez más el maltrecho Rebollo. Salíamos ya del pueblo cuando nos detuvo la abuela Caridad, saludando afablemente. Caminamos juntos un buen trecho y para nuestra sorpresa nos contó que para los vecinos de Bermiego, el árbol más importante no es el famoso Texu, sino el viejo Rebollo de la plaza al que se tenía una especial estima porque a su alrededor se celebraron antiguamente el conceyu y la fiesta. Muchos paisanos de la aldea tuvieron que emigrar en otros tiempos a Buenos Aires y antes de marchar, se despedían abrazando con lágrimas en los ojos al viejo Rebollo y cuando escribían, preguntaban siempre en sus cartas por el árbol que sin duda representaba el alma palpitante, verde y viva del pueblo...». Curiosamente el olvido o abandono han propiciado el fin de toda esta cultura y tienen un fiel reflejo en el estado de muchos de estos árboles que, como el Rebollo de Bermiego, agonizan lentamente y han pasado de presidir con su colosal presencia los pueblos y el paisaje circundante, a ofrecernos una imagen patética de decadencia. Justo al lado de la capilla de San Antonio y la pequeña plaza, en el centro mismo del pueblo, el Rebollo de Bermiego ha sufrido numerosas calamidades, entre otras, las podas salvajes que lo han mutilado, el corte de raíces para construir una casa cercana —desde entonces entristeció, nos cuentan en el pueblo— y las quemaduras que algunos atribuyen a los rayos y otros al incendio de la casa de al lado que habría alcanzado al árbol. En cualquier caso, fue declarado Monumento Natural el 27 de abril de 1995, pero como sucede a menudo con las administraciones irresponsables con este patrimonio, podemos ver en el estado del árbol los resultados de una gestión chapucera y obsoleta. Carteles y losetas de piedra colocados a los mismos pies del árbol, sellado de las heridas con betunes que hace demasiado tiempo se demostraron perjudiciales y un descuido total del entorno inmediato, son síntomas reveladores y constituyen todo un ejemplar compendio de lo que no debe hacerse en la gestión de estos árboles monumentales. Tan sólo queda añadir que, a este paso, en unos años no habrá más árboles protegidos bajo la figura de Monumento Natural, pero si no hacemos nada por remediarlo, continuaremos escuchando las mismas promesas de estos mismos políticos a quienes la naturaleza, los árboles y nosotros mismos, les importamos un pimiento.

Ignacio Abella, naturalista y escritor, Colunga.

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