Infancia descafeinada
Me estoy acordando de aquella España oscura. La de mi niñez. Aquella que, inevitablemente, marcó el camino diametralmente opuesto al del progreso intelectual mejor recomendado para mi edad. Era tan oscura como las sotanas que paseaban los curas; en nombre de la verdad más absoluta en la que creían por encima de todo. Les diré que, besar el anillo que ofrecían en su mano, algunos curas de mayor rango, era, además de un ademán de sometimiento, un acto de constatación divina a tu futura salvación. Era un acto de respeto y sumisión al oro y a la piedra preciosa. Máximo exponente en el mundo material, pero no espiritual.
Por más que quieras viajar a tu aire, que se puede, prefieres ir arropado por los tuyos, tu familia. Por los designios compartidos, afines a tu época. Y siguiendo a ciegas los consejos de los ´más sabios.
Aunque, y perdonen la expresión, mi exposición peque de poco empaque académico, es la versión de los muchos que no pudimos pasar por las doctas universidades; pues lo normal era dejárselo a los que portaban esos otros valores promulgados. Todo va encajando con el paso de los años: los valores son siempre los mismos, en el Vaticano o en Moscú.
Me da rabia tener que admitir, como normal, este hecho tan aberrante que pasó en nuestra simple infancia descafeinada.
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