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14 de junio de 2014: HUCA, veni, vidi... y quise salir corriendo

6 de Julio del 2014 - Marta Belén Gómez Moro (Oviedo)

Me sentía muy orgullosa de ser médico de urgencias desde 1988 en el HUCA. Hacía bien mi trabajo y creía que era el trabajo, el oficio más apasionante... hasta el 14 de junio de 2014. Desde este fatídico día tengo la sensación de ser uno de aquellos mártires cristianos a los que los emperadores romanos condenaban a morir en el circo devorados por los leones entre terribles sufrimientos. En esta historia el circo romano es el nuevo HUCA, y los mártires nosotros, el personal sanitario; pero en este martirio, por desgracia, no estamos solos: nos acompañan los pacientes. ¿Y el emperador? No es un ente abstracto, tiene nombre y apellidos concretos: los de unos cuantos laureados que con nuestro dinero decidieron que había que construir un nuevo hospital (¡era necesario?), que con nuestro dinero decidieron comprar una novedosa aplicación informática (“buenísima, es americana”) y que el 14 de junio bajaron su pulgar para dar inicio al espectáculo.

Algunos solicitamos clemencia al emperador; hicimos una crítica franca, pero no nos escuchó ¿Cómo va a escuchar a unos quejicas cristianos? Algunos romanos influyentes pudieron evitarlo, no lo hicieron ¡no fuese que también los arrojaran a la arena para ser devorados por los leones!

Voy a describir el escenario que yo conozco: la arena del circo es el servicio de urgencias, mejor dicho, de la unidad de gestión clínica de urgencias del HUCA; compartimentada en varias zonas: unidades asistenciales A, y C, unidad de críticos, consultas, traumatología y unidad de observación.

Empiezo la jornada: lo primero es pillar un ordenador que esté libre (nos prometieron equipos a la cabecera del paciente: ¡falso!); inicio la sesión tras cerrar la que estaba abierta e introducir mi clave y contraseña tres veces. Asigno en la lista de seguimiento a quienes serán mis pacientes. Son las 9 de la mañana y sólo me corresponden dos, vistos ya por los compañeros del turno anterior y que están pendientes de analítica y radiografías. Reviso la analítica, falta una parte. Compruebo que está pedida pero no está hecha; llamo al laboratorio y me responden que el sistema no registró la petición. Un nuevo pinchazo al paciente y varios clic en varios desplegables en la pantalla y unos cuantos minutos más tarde se realiza la petición con éxito (antes era una cruz en un formulario). Paso siguiente: reviso las radiografías que también estaban solicitadas pero al compañero se le olvidó hacer la petición en papel... sí, están leyendo bien, en el “hospital sin papel la petición de radiografías ha de hacerse en papel”. Problema resuelto tras poner una pegatina en el formulario pertinente. Ya pasó una hora, aún no pude ir a hablar con mis pacientes y en ese tiempo ya llegaron otros dos más; es lunes y la demanda asistencial se prevé alta. Además llegó alguien a la sala de críticos; realmente su situación es grave, por lo que necesita mi atención inmediata. Una vez estabilizado, solicito todas las pruebas complementarias (a través de la aplicación, por supuesto; lo que antes suponía varias cruces en un papel ahora supone un sinfín de búsquedas y refrescos de pantalla) y he de acompañarlo al servicio de radiología, a más de 200 metros, para las pruebas oportunas. Pasó otra hora, está estabilizado y diagnosticado. Solicito interconsulta a los compañeros de la uvi a través del programa y del teléfono (con suerte lo conseguí en la primera llamada; y digo con suerte porque la cobertura de telefonía es deficiente). Dense cuenta de que otros dos pacientes habían llegado y están aún sin ver –y además los otros dos pendientes de la noche– y que cuando llegué a mi unidad asistencial tras acompañar a radiología al paciente crítico, mi ordenador estaba ocupado y mi sesión cerrada; vuelta a empezar para poder registrar todas las incidencias del paciente que asumirá la uvi (antes era una hoja y 5 minutos; se llevaba la historia con el paciente y se iba anotando todo sobre la marcha) Y con todo este lío, solicitan mi presencia en un box: alguien tiene dolor y necesita un analgésico; entré en el box equivocado ¡menos mal que el enfermero se dio cuenta de mi error! Y así seguirá la jornada durante doce horas.

Nos han condenado a la arena del circo, a ser devorados por los leones. Nos han cambiado la forma de trabajar de un día para otro. Nos han dado 16 horas de formación con una aplicación informática de prueba incompleta y distinta de la original. Nos han enviado a ensayar un programa pero en tiempo real ante situaciones y pacientes no simulados. Nos han dado una herramienta de trabajo lenta, poco intuitiva y que no funciona: ordenadores que se cuelgan, sesiones que se cierran, mala comunicación con servicios básicos (radiología y laboratorio), incompatibilidad con el resto de programas de los hospitales de la región y de atención primaria (por más que se empeñen en decir lo contrario), informes de alta impresentables... y no olvidemos que el programa se compró en 2006 y aún está sin desarrollar al 100%. Una aplicación informática que se implantó en el hospital de Palma de Mallorca en 2010 y aún siguen teniendo muchos, muchos problemas. Y dice el emperador que es culpa de nuestra edad, de nuestra poca pericia con la informática, de nuestra falta de colaboración…

Nunca, en veintiséis años, he ejercido peor la medicina; los que me conocen saben que nunca me había sobrepasado la atención a los pacientes en urgencias, nunca había sentido estrés; y ahora siento miedo porque percibo las intenciones del león hambriento. Quiero ayudar a María, cuyo único delito es tener piedras en la vesícula que ocasionalmente le producen dolor, y no puedo: su analítica y su radiografía han sido engullidas por un ordenador que ahora mismo ¡está colgado! Y además ¡se ha caído todo el sistema! (mala suerte, María; habrá que esperar a que Cerner arregle la aplicación para saber si tienes o no una pancreatitis). Trabajando así pongo en grave riesgo mi seguridad, mi salud física y mental y, lo que es peor, la seguridad de las personas que ponen en mis manos su salud, en ocasiones gravemente quebrantada. Soy médico, tengo que ver y tocar a mis pacientes, escucharlos a ellos y a sus familias, tengo que tomar decisiones muy rápidas pero seguras; la inseguridad y la precipitación no son buenas compañeras de viaje en la práctica clínica. Mi lema “sin prisa pero sin pausa” ya no sirve y se convierte en “sin pausa pero con prisa”; he de hacer mi tarea atropelladamente, para que no se me olvide nada de lo que me contaron e “ir a pegarme con una pantalla de un ordenador”. Yo no quiero, no puedo ni debo trabajar así.

Y hablemos de otros inconvenientes, insignificantes si los comparamos con lo anterior, pero que incomodan.

Cuando los ordenadores están ocupados, podemos encontrar una sala de trabajo, sí, pero lejos de la zona en la que están nuestros pacientes. La sala de reuniones no tiene mesa, es una sala con varios ordenadores y con un montón de cables sin proteger tirados por el suelo (no sé si son o no peligrosos, pero en ocasiones me dan ganas de agarrarlos a ver si me electrocuto). No tenemos un lugar cercano para entregar el uniforme sucio y recoger uno limpio; ese sitio (la lencería de toda la vida) queda en el otro extremo del hospital, a más de 35 minutos ida y vuelta. Antes había “buen rollo entre los compañeros”, había incluso tiempo para unas risas; ahora casi no nos vemos, se mascan la crispación, el cabreo permanente y un alto nivel de ansiedad generalizada de todo el personal. La cafetería habilitada queda a 10-15 minutos; bueno, se me olvidaba: no nos pagan por comer ni por reírnos. Y podría seguir enumerando una larga serie de “insignificantes inconvenientes”.

Pero dice el emperador que todo está bien, que todo es seguro, que todo funciona a la perfección, que la aplicación tiene grandes posibilidades, que no hay ni circo, ni leones, ni cables tirados; niega los problemas y los disimula… Seguramente mi trágico relato sólo sea producto de mi imaginación, de mi poca disposición a colaborar con la organización y porque que me regodeo en los “fallos menores”.

Ruego a Esculapio que esto sea pasajero y que dentro de unos meses se haya terminado esta pesadilla, que todo esté bien, que no haya circo ni leones. Se lo contaré, no lo duden, pero ¿y hasta entonces?... Hasta entonces a mí no me bastan las disculpas por los fallos.

Y para que conste, en mis quejas no se esconde ningún partido político.

Marta Belén Gómez Moro

Médico unidad gestión clínica urgencias HUCA, Oviedo

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