Valdediós, un hito más hacia la meta ansiada
16 de septiembre de 893. De Oviedo habían salido muy temprano en la amanecida, cabalgando en sendas mulas blancas, siete obispos que crónicas en piedra rememoran: -siete eran ellos y conservó sus nombres la fama: Rudesindo, el prelado dumiense; Nausti el de Coimbra, Sisnando el de Iria Flavia; Ranulfo el Astoricense, Argimiro el de Lamego, Recaredo Lucense y Elecana el de Cesaraugusta, que es Zaragoza. En vistosa comitiva avanzaron por las tierras del Alfoz de Siero, atravesando la comarca saregana, para, al fin entrar en confines de Villaviciosa y, Monte de la Campa abajo, llegar al lugar de Boiges, donde los arquitectos del III de los Astures Alfonsos habían levantado a honra y gloria de Dios Padre Todopoderoso bellísima basílica, que, en la consagración, aquel solemne día, habían ungido con el óleo santo, en septenario número, aquellos obispos de las vetustas crónicas poniéndola bajo protección y dedicación al Santísimo Salvador de la humanidad toda.
18 de mayo del año del Señor de mil y doscientos y dieciocho: nuevo hito en la historia del milenario cenobio. "Durante el reinado de don Alfonso, en León, en presencia del maestro Galterio, que construyó esta basílica, denominándose el obispo de Oviedo Juan, acompañado del homónimo abad Juan IV, se colocó la primera piedra (de este templo)". Los cistercienses llegados de Oseira, en el Reino de Galicia, recibían, en regia donación, el valisdeyense monasterio, que tantas glorias acapararía para la orden que fundara en Cistercium el abad San Roberto y a la que dieran primicias de continuidad San Alberico y San Esteban Harding, que, a sendos lados de la Virgen Santa María, en el misterio de su gloriosa Asunción a los cielos, representó para la piedad del Císter de Valdediós el escultor don Manuel González Manjoya.
29 de julio de 1992: una comunidad de monjes del Císter, bajo priorato del padre Jorge Gibert, daba vida monástica recuperada a los vetustos muros, que acrecentaban cistercienses glorias, después del paréntesis en que había servido para colegio-seminario y seminario diocesano (entre los años 1862 a 1951) de tantas añoranzas y recuerdos para los que allí se formaron para el sacerdocio al servicio de la diócesis ovetense.
16 de septiembre de 1993: una fecha jubilar en los fastos de Valdediós. Siendo pontífice de la Iglesia ovetense don Gabino Díaz Merchán, dieciséis prelados y abades, en testimonial fotografía para la historia, unían las glorias del Conventín con la monástica iglesia, en devota procesión, después de culminar la solemne liturgia en rito hispano-mozárabe, que conectaba usos y costumbres de la Iglesia hispana, tal cual se hallaban vigentes en Toledo, con el rito en que la basílica del Santísimo Salvador estaba siendo consagrada. Un año santo jubilar, concedido por Su Santidad Juan Pablo II, para que se hicieran más ostensibles las prerrogativas que Valdediós tiene para la Iglesia que peregrina en Asturias. Un XI Centenario celebrado, bajo vivencias cistercienses, con los mayores signos de la piedad y de la devoción.
Subtítulo: La espera que no defrauda
Destacado: Anhelamos con la mayor ilusión un futuro por el que, con el Arzobispo, elevamos preces al Salvador y a los gloriosos San Benito y San Bernardo, para que Valdediós vuelva a tener vida y consiga resolver su continuidad
18 de diciembre de 2014, con una añoranza la más sentida de una orden monástica que recoja las riendas y el gobernalle de un Valdediós hecho continuidad, un último hito -por ahora- hacia la meta ansiada: una esplendorosa liturgia celebrada en rito hispano-mozárabe, el rito en que se consagró el Conventín, como signo y esperanza de lo que se aguarda como cumplida recuperación.
La emoción embargaba al señor Arzobispo, que presidía la celebración en el venerable rito hispano, a los sacerdotes concelebrantes, a los fieles amantes de Valdediós, expectantes de escuchar de labios del prelado alguna palabra que permitiera avizorar veladas alusiones a las vías para la pervivencia de Valdediós, que no pudieron menos de ser escuchadas en su más esperanzadora prolongación para nuestro cenobio bienamado, dejando las puertas abiertas para nuevas celebraciones en el rito hispano-mozárabe, a la vez que permitiendo dejar perfilado un futuro, que anhelamos con la mayor ilusión y por el que, con el Arzobispo, elevamos preces al Salvador y a los gloriosos San Benito y San Bernardo, para que Valdediós vuelva a tener vida y consiga resolver su continuidad.
Que el Señor nos escuche misericordioso.
No me resigno a concluir sin una pincelada para la piedad y la poesía de la celebración hispano-mozárabe. Escuchar las melodías de los siglos al coro, intérpretes de lujo de las espléndidas melodías, que me resultaron cual si, en un instante, hubiera sido llevado a la lejana consagración del Conventín, donde, sin la menor duda, resonaron idénticas antífonas, brotadas de los hondones del "Antiphonarium Mozarabicum" de San Isidoro de León, resonando en las bien templadas voces de la continuidad. Ayer y hoy, mezclados en una como alternancia cronológica superpuesta, sin posibilidad de discernir si era el pasado o el hoy lo que llegaba a mis oídos, en reviviscencias de siglos.
Gracias por tantas emociones y tantas mociones en lo espiritual, que llegan a lo más hondo de las raigambres del acto de fe. Gracias al señor Arzobispo por transmitirnos vivencias por él tan sentidas, por hacernos llegar esperanzas tan fundadas para las ilusiones que llevamos todos en nuestra intimidad más acendrada; a don Gaspar, el arcipreste de Villaviciosa, por la carga pedagógico-catequética y la sublime belleza estética, que logró comunicar a la celebración tan magistralmente preparada y dirigida, en la que no faltó posiblemente ni un detalle; a la Hermandad de Antiguos Alumnos y Amigos de Valdediós, por la edición del magnífico folleto con los textos litúrgicos y por la difusión que supo realizar para que no quedara nadie sin enterarse de la significación y relieve que tenía la celebración de ayer en Valdediós; al improvisado coro que, a pasos agigantados, consiguió ensayar suficientemente para que todo resultara en una lograda y magnífica interpretación; a los monaguillos, que fueron pieza importante en la ministración de la luz y de las ofrendas; a quienes, desde sus puestos de servicio al monasterio, supieron tener todo en estado de revista para el esplendor de la celebración.
A todos los que habéis realzado con vuestra presencia y participación y habéis disfrutado de esa oportunidad, tan pocas veces susceptible de ser alcanzada: una vivencia de fe, para todos sin duda muy grata, en Valdediós.
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