Chapuzas que nos hunden
Formo parte de la tercera generación de una empresa familiar, conozco bien los problemas del actual mercado laboral, oigo hablar de emprendimiento y no consigo asumir que pervivan chapuzas como las que a continuación resumo.
Mi empresa adquiere un camión, una inversión muy importante de la que sólo diré que el fabricante es sueco (la Europa superdesarrollada y ejemplar).
A los pocos días de su estreno, aviso al concesionario de que el vehículo se queda sin acelerador y se para. Acude el mecánico, dice que lo arregla, pero al día siguiente falla de nuevo con los mismos síntomas. Lo llevo al taller del concesionario, espero dos días y me aseguran que "está listo para trabajar". Lo recogemos, al día siguiente emprende marcha y a los dos kilómetros falla otra vez. Mi conductor (más de 30 años de experiencia) me comenta: "Tengo miedo a provocar un accidente".
Mi paciencia se colma y recurro al responsable de toda la zona noroeste del concesionario. Me dicen que de nuevo lleve el camión al taller, pero el jefe del taller dice que no sabe lo que sucede. Recurro al señor Monjardín, presidente de la asociación de transportistas Cesintra, que agrupa a más de 9.000 camiones en Asturias. El señor Monjardín se persona en el taller pidiendo explicaciones, para dar una solución a su socio.
Recibo llamada del jefe de taller. "Tengo localizada la avería: el ventilador". Con arreglo a mi dilatada experiencia en el mundo del transporte, me parecía imposible que fuera ésa la causa. Uno de mis conductores y yo vamos a buscar el camión. Intentan soplarnos 1.200 euros, pero decido cambiar el ventilador en mi nave: me cuesta 600 euros con la misma garantía.
El camión inicia la marcha, recorre unos 800 kilómetros y, viniendo de León, en Villamanín le sucede justamente lo mismo del primer día. Mi frustración ya no conocía límites. Aviso a la gente del concesionario en León. "Esto es la bomba de alimentación". Pues vale. Lo reparan. El camión reanuda la marcha, parece que va bien, pero al día siguiente recibo un aviso del conductor: "Llegando a León se ha parado en marcha a 90 kilómetros por hora. Casi tengo un accidente".
Aviso de nuevo al jefe del taller de León. Logramos llevarle el camión a duras penas. Me dice que es el ordenador. Le respondo que ya han cambiado la unidad central y como si tal cosa. "Te lo aseguro". Pues vale. El camión reanuda la marcha y en Benavente falla de nuevo. La desesperación es máxima y recurro a los servicios de Talleres Rufino, de Benavente. La avería queda resuelta en una hora, hasta hoy. No en Suecia, sino en Benavente.
Sólo me queda asegurar que mi empresa no escatimará esfuerzos para que el concesionario me dé la razón. Se trata de un caso de flagrante negligencia que perjudica a la marca. Una chapuza que muestra un camino sencillo para que el mercado laboral no pueda recuperarse jamás. ¿Quién va a arriesgarse a emprender nada con estos personajes por ahí sueltos?
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