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Resucitación de un vetusto reloj de sol

21 de Junio del 2015 - Agustín Hevia Ballina

Emocionadamente, y no podría ser menos, dados los largos años que hube de aguardar, para cumplir una primaria ilusión de contar las horas por el casi borrado reloj, que desde niño vengo contemplando sobre la pared sur de la románica iglesia de Lugás, el pueblo donde vi la luz primera, con emoción la más intensa, digo, me pongo a escribir esta reflexión y comentario sobre la recuperación del Reloj de Sol de Lugás. Por el cómputo oficial, son las dos horas y cuarente minutos de la tarde. Por la hora solar, que ya marca el viejo y olvidado reloj del santuario de la “Santina de Lugás”, es la hora del mediodía exactamente, es decir la hora de sexta, que es hora cargada de medulares añoranzas, por ser la hora en que Nuestro Señor Jesucristo fue suspendido de la Cruz.

Es, si se quiere, un minúsculo y bien humilde testimonio de la recuperación de un elemento religioso y litúrgico, a la vez que artístico, histórico y etnográfico. En mi personal estimación es como acercarme a las raíces de mi genuinidad cristiana, adquirida a la sombra de los vetustos muros de aquella iglesia de Lugás, en su pila bautismal, donde el bautismo me constituyó “filius Ecclesiae”, es decir, me hizo feligrés o “hijo de la Iglesia” de la Parroquia de Santa María de Lugás, de una comunidad de creyentes en Cristo, que peregrina y vive la sacramentalidad del misterio de la Redención allí, en ese lugar que no puedo menos de proclamar privilegiado y bendecido de Dios, en sus sabrosas manzanas de "mingán", desde los albores de la creación primordial.

Fue un día cuyos perfiles se van poco a poco esfumando en los derroteros de la Historia. Sabíamos que la fecha del once de enero del año del Señor de 1822 había quedado marcada en los fastos de la Parroquia lucasense, en las notas que un párroco cuidadoso había dejado estampadas en el Libro de la Fábrica parroquial, para testimoniar a los siglos y a las generaciones que sobrevendrían que el día aquel quedaba marcado con las blancas letras de la mezcla del albayalde con la linaza, cuando un fraile exclaustrado del benedictino Monasterio de San Juan Bautista de Corias, que tenía por título el de “maestro de obras” y por nombre el de Fray Hilarión de Ugaldea, que trae resonancias de la Provincia de Vizcaya, cumpliendo cometido y encargo del párroco de Santa María de Lugás, recibía del mayordomo de la fábrica la cantidad de 140 reales, además del hospedaje y la manutención durante el tiempo, que había empleado en pintar un cuadrante o reloj de sol, a cuyas horas ajustarán los ritmos de sus vidas los “feligreses” de aquella feligresía villaviciosina y los “devotos de María”, que acudían de media Asturias a postrarse ante ella, proclamándose dichosos de invocarla por Madre y Señora. Ahora la conocemos también esa fecha por lo recuperado con su acción sobre la pared de piedra de cantería de La Marina, que la restauradora Sánchez Ablanedo ha hecho resucitar.

Ciento cuarenta y ocho reales, por la manutención, más otros dieciocho por otros suplidos, incluidos el albayalde y la linaza. Pasaron, en las intemperies numerosas de un invierno tras otro, mucho temporales y noches de heladas, que fueron diluyendo poco a poco los trazos del vetusto reloj de sol, que pintara el Benedictino Fray Hilarión de Ugaldea. Un día, sin que se supiera quién, un desaprensivo arrambló con el gnomon y, ya, sin el instrumento para marcar las horas, fue desvirtuándose lo pintado por Fray Hilarión y el vetusto reloj fue sustituido por otro más eficiente, de pesas, que se colocó en la torre de la Iglesia. Cada vez trabajaron más sobre su cuadrante los temporales y las heladas, llegando casi a esfumarse y darse por desaparecida la pintura, que, con maestría y pericia sumas, legara a la feligresía el polifacético monje cauriense, que, además de rezar y elevar el corazón a Dios, sabía hacer cosas hermosas, dejando, entre otras, en el santuario, la confección de unas vidrieras, cuya recuperación nos ayudó a conseguir la vitralista Carmen Soberado. Quizá sea atribuible también a Fray Hilarión el lienzo del Jueves Santo, pintado cinco años más tarde que el reloj, para el monumento, en que adorar la Sagrada Eucaristía dentro de las solemnidades de la Semana Santa, que a tal día correspondían. Me llena el alma de efusiones de gozo el haber conseguido también restaurar el antiguo monumento, que muestra la fe con los ojos tapados -fe es creer lo que no vemos-, que realzó el copón que exhibía el Cuerpo del Señor, para adorarlo en el Santísimo Sacramento. También hoy se halla recuperado por la restauradora Paula.

Subtítulo: Una obra de Fray Hilarión de Ugaldea en el Santuario de Lugás, en 1822

Destacado: Un día, sin que se supiera quién, un desaprensivo arrambló con el gnomon y, ya, sin el instrumento para marcar las horas, fue desvirtuándose lo pintado por Fray Hilarión y el vetusto reloj fue sustituido por otro más eficiente, de pesas

En el caso del reloj de sol, como en la resucitación o recuperación del lienzo pintado para el Monumento de Jueves Santo, ha resultado magnífica la labor restaurativa de Paula Sánchez Ablanedo, de la empresa leonesa Esoca. Cuando Paula recurría a las técnicas fotográficas de rayos infrarrojos y ultravioleta me permitía decirle: “mira que si nuestro, ya familiar, Fray Hilarión, hubiera dispuesto de los adelantos que tú hoy puedes tener a mano ¿hasta dónde podía haber llegado en perfección y acabado en el logro que Javier Llera nos ayudó a descubrir en los estudios previos de la restauración?

Cuando Vitruvio en su Tratado Sobre la Arquitectura o Faventino en el de Las diversas fábricas del arte arquitectónico, hablaron de la construcción del reloj de sol, se satisfacían con lo que pretendía la gente, que era “conocer la hora aproximada”, no habrían podido imaginarse que un humilde fraile benedictino hubiera conseguido el de la Iglesia de Lugás, con la declinación y obtención casi exacta de la hora. ¿Qué tratados habría estudiado el “lego-maestro de obras” cauriense sobre horologística? Me puse a imaginarlo sobre los libros que en su Librería personal había tenido Juan de Herrera.

Desde luego que hubo de leer Fray Hilarión los tratados al uso. ¿Se inspiró el monje en el Tratado sobre los relojes de Juan Bautista Benedicto? ¿O, más bien, en el tratado en latín Sobre relojes solares y cuadrantes de Oroncio Fineo? ¿Acaso se inspiró en el frisón Hugo Helt, en su Declaración sobre el Relox español? ¿Pudo ser la exposición de Giovanni Paduano Veronense Sobre la composición y uso de los relojes de sol, según las distintas regiones del mundo? No es de excluir que el “monje exclaustrado” conociera la aportación de Ptolomeo en su Libro sobre el analema o reloj de sol. O la obra de Andrea Schoner Sobre las descripciones de los relojes de todas clases. O, para no abundar más, la obrita de Juanelo Turriano titulada Cuaderno de diversos epigramas en alabanza del Relox.

Fueran las que fueran las fuentes de nuestro Fray Hilarión, lo cierto es que, en Corias, para guía de sus hermanos, los benedictinos, pinto dos, un reloj de sol para invierno y otro para el verano, además de uno “canónico”, para marcar con exactitud las horas de Tercia, Sexta, Nona y Vísperas.

Para final, una palabra para Javier Llera, de quien tanto aprendí de relojes de sol: gracias.

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