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A vueltas con la Religión en el Bachillerato

29 de Julio del 2015 - Mariano Martín Gordillo
Mariano Martín Gordillo

Antes de la LOMCE, nuestro sistema educativo dedicaba a la Religión 595 horas lectivas entre la Educación Infantil y la ESO. Un curso de Primaria tiene 875 horas, así que, si se pusieran todas seguidas, la Religión ocuparía dos tercios de un curso escolar. No es poco. Y la nueva ley orgánica aun le da más valor a ese tiempo, porque a partir de ahora la calificación de la materia de Religión tendrá los mismos efectos que cualquier otra. De hecho, quienes quieran cursar estudios universitarios con límite de plazas deberán pensarse dos veces si no les convendrá elegir la asignatura de Religión en Bachillerato mejor que Anatomía Aplicada, Dibujo Técnico o Física y Química. Sobre todo, si tienen en cuenta la facilidad con que habitualmente se obtienen altas calificaciones en ella.

Pero el debate no es el de si tiene sentido que en la calificación final con que se accederá a los estudios de Medicina la nota de Religión tenga el mismo valor que la de Biología. No. El Arzobispado de Oviedo ha planteado el asunto en términos de agravio y ha llevado a los tribunales los decretos que regulan las enseñanzas de la ESO y el Bachillerato.

Como siempre, se apela a los acuerdos que España tiene suscritos con otro Estado. Unos acuerdos que, curiosamente, estarían incumpliendo esos decretos regionales, pero no el real decreto del Gobierno ni la propia ley orgánica, que es la que realmente establece la nueva situación de la Religión: elegible en el Bachillerato entre una serie de materias cuya oferta final depende de lo que decidan las administraciones autonómicas y los propios centros.

Pero ¿qué dicen realmente esos acuerdos de hace casi cuatro décadas? En su artículo segundo, lo siguiente: "Los planes educativos en los niveles de Educación Preescolar, de Educación General Básica (EGB) y de Bachillerato Unificado Polivalente (BUP) y grados de Formación Profesional correspondientes a los alumnos de las mismas edades incluirán la enseñanza de la Religión Católica en todos los centros de educación, en condiciones equiparables a las demás disciplinas fundamentales". Por eso nunca hubo Religión en el COU (equivalente en edad a 2º de Bachillerato). Ni tampoco la hay desde hace décadas en la Formación Profesional. Y ello por algo muy simple. La interpretación de lo previsto en aquellos acuerdos debe hacerse por etapas y no por cursos (así se señala expresamente en su protocolo final, en el que se advierte de que lo previsto en ellos deberá aplicarse a las etapas equivalentes –entonces se denominaban niveles– en caso de cambios normativos). Y sucede que la actual FP queda fuera de aquellos acuerdos porque sus edades son las del BUP y esa extinta etapa debe asociarse con la ESO, no con la Formación Profesional de grado medio ni, por tanto, con el actual Bachillerato.

El Arzobispado alude también a las pocas horas previstas para esa materia, pero lo cierto es que tendrá casi las mismas que ahora y también las mismas que tendrán materias como Valores Sociales y Cívicos en Primaria, Valores Éticos en la ESO o Proyecto de Investigación en Bachillerato (ésta última pasará de tener cuatro horas a sólo una). Por otra parte, su recurso roza el ridículo en lo relativo a la doble elección prevista en la LOMCE para la ESO (la posibilidad de que quienes han elegido Valores Éticos en lugar de Religión puedan elegirla luego como materia optativa). Decir que el decreto asturiano vulnera derechos fundamentales por ello es tan absurdo como quejarse de que no se ofrezca sopa de segundo plato después de haberla rechazado como primero.

Lo que se presenta como un debate de derechos con hondo calado educativo y moral en realidad es sólo una disputa por intereses laborales. Concretamente, los de los profesores de Religión, que selecciona la Iglesia pero paga el Estado para las únicas enseñanzas cuyos contenidos tampoco establece éste. El temor de que la situación de la Religión en nuestro sistema educativo pueda variar en el futuro si se revisan los acuerdos de 1979 es lo que seguramente anima este pretendido blindaje para ese singular profesorado. Negociar sobre ese problema e intentar darle la mejor solución en el futuro sería mucho más adecuado que seguir enconando un debate que debería estar superado desde hace muchos años.

Lo peor es que mientras hablamos de la Religión en el Bachillerato o en la ESO dejamos pasar cuestiones mucho más importantes. Por ejemplo, los nocivos efectos de que las Matemáticas sean inevitables a partir de ahora en los dos cursos de casi todos los bachilleratos (muchas enseñanzas superiores no las requieren, pero no podrán llegar a ellas los alumnos que no las superen), las dificultades para desarrollar una adecuada acción tutorial en esa etapa (por fortuna, en Asturias se mantiene la hora lectiva en los dos cursos, pero servirá de poco si los centros la ubican a séptima hora) o las consecuencias de esos programas bilingües que se extienden como una moda por nuestro sistema educativo con efectos muy beneficiosos para una parte del profesorado, pero con importantes consecuencias en la configuración segregada de los grupos y efectos discutibles en el aprendizaje efectivo de otras lenguas.

Quizás hoy las verdaderas religiones escolares sean mitos como los del papel de las Matemáticas en la educación o el bilingüismo institucional. Pero el debate sobre la otra religión nos sigue distrayendo de los problemas realmente importantes.

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