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Rozadas y sus tejos, la deconstrucción de un país

22 de Octubre del 2009 - Ignacio Abella Mina (Colunga)

El concepto filosófico de deconstrucción, que la nueva cocina ha adoptado en los últimos tiempos, parece aplicarse con esmero al paisaje y la cultura asturiana por una élite de políticos y altos funcionarios que cada día parecen más ajenos a la realidad.

La receta utilizada para la deconstrucción de un paisaje o un pueblo es simple: tómese el susodicho paisaje, extráigase cuidadosamente al paisano (como quien separa la yema de la clara) y remodélese al gusto. Cuando el todo esté bien desvirtuado, constrúyanse las infraestructuras y los museos y centros de interpretación que recuerden el paisaje y la cultura recién aniquilados. Esta receta resulta infalible para atraer el turismo y desarrollar como dios manda una comarca.

Un buen ejemplo de todo ello es el pueblo de Rozadas (Colunga). Pese a las repetidas protestas y peticiones del Alcalde y los vecinos que intentaron evitar el paso de la AS 22 por mitad de la población, presentando alternativas perfectamente viables (incluso más simples y baratas), hemos visto imponerse el sinsentido de una vía de comunicación que divide e incomunica irremisiblemente un pueblo dejando las caleyas tradicionales partidas por una profunda zanja. La prepotencia y el desprecio con que se actuó en este caso son especialmente vergonzosos por la complicidad de los responsables de Medio Ambiente que han permitido el saqueo de uno de los patrimonios más valiosos de este pueblo, los tejos seculares que formaban parte de este territorio y de algún modo simbolizaban la propia identidad de los habitantes.

Los tejos enterrados en las escombreras o arrancados (que no trasplantados) sin una mínima precaución generaron en su día una activa protesta vecinal y la movilización de distintos sectores representados principalmente por el Conceyu del Texu, que denunciaron en distintos estamentos este atentado contra una especie protegida y emblemática. Especialmente doloroso fue el arranque de los tejos de Benito, que durante siglos protegieron la casa familiar y el 14 de marzo de 2008 fueron arrancados sin contemplaciones y plantados en un prado, propiedad del mismo Benito, el dueño de los árboles. Muchos de los trasplantados en aquellos días se han ido secando pero, milagrosamente, en el día de hoy aún sobreviven los de Benito, sin duda gracias a que no les ha faltado la lluvia en ningún momento.

Pero como si de una broma macabra se tratara o una mano negra estuviera empeñada en rematar la demolición de estos símbolos de la vida y la dignidad del pueblo, el prado de Benito ha sido expropiado y, justo al lado de los tejos, han abierto una profunda zanja para el paso de una tubería.

Es loable el esmero que las administraciones ponen en algunos empeños. Seguramente la deconstrucción sólo está completa cuando no quedan trocitos reconocibles. Es muy probable que los responsables de Medio Ambiente continúen callando y justificando los estragos de las empresas y administraciones afines. Para algunos, la naturaleza y el patrimonio natural y cultural parecen ser molestos estorbos para ese modelo de crecimiento que les proporciona tan pingües beneficios y oportunidades. Pero, llegados a este punto, cabe preguntarse qué hubiera sucedido si una mínima parte de aquellos atropellos contra los tejos y el propio decreto de protección de ésta especie los hubiera causado algún vecino no afín al régimen.

Muchos paisanos comienzan a preguntarse si no sería conveniente deconstruir algunas administraciones y modos de hacer, sólo por ver si algo cambia y podemos salir también de la crisis anímica. Pero por el momento parece que está todo atado y bien atado como lo dejó el general.

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