¿Tendremos fumata blanca?
La inmensa mayoría de los españoles, después de los resultados del pasado domingo, nos preguntamos si se formará gobierno de forma más o menos rápida o si, por el contrario, nuestros líderes políticos seguirán echando mano de sus enfrentamientos personales sin importarles para nada la estabilidad de España. Tras los efectos de las elecciones, la cosa parece clara.
A ver con qué cara los perdedores de los comicios le dicen al único ganador que ha habido, que desaloje la Moncloa. Mariano Rajoy es el único que tiene motivos para sentirse feliz, porque solo él ha salido reforzado en las urnas el pasado 26-J.
Pedro Sánchez, de no marcharse para casa ante la obtención tan desastrosa de los resultados, debe de asumir su derrota y no considerar una victoria el que no se haya producido el sorpasso. El soberbio Pablo Iglesias, aunque debemos dar por seguro que seguirá mareando la perdiz en busca de poltrona, tocó techo y en estos momentos ya habrá reparado en que los españoles, a quien tanto ha prometido, de tontos tienen lo justo. Por su parte Albert Rivera, que vio pasar su oportunidad y se salvó a su modo aunque dejase muchos pelos en la gatera, y no solo a causa del sistema electoral, habrá constatado que a su formación todavía le falta un barniz para acceder a posiciones de máxima responsabilidad.
Por eso ninguno tiene legitimidad para bloquear la constitución de un nuevo Gobierno, y más vale que se centren en arreglar su casa y en asumir responsabilidades por su fracaso electoral.
España necesita un Gobierno cuanto antes. Los españoles han hablado por dos veces, y la segunda con mucha más contundencia que la primera. Y las urnas han dejado claro que solo hay una opción real de gobierno, Mariano Rajoy. Porque la única alternativa serán unas terceras elecciones, y no hay absolutamente nada que las justifique, salvo que se desprecie el sentido de la democracia. Las elecciones han confirmado que los ciudadanos no se han dejado convencer por los cantos de sirena de formaciones populistas e ideológicamente oportunistas.
No obstante, cada partido es libre de tomar sus decisiones con plena autonomía y respeto a sus votantes. Pero no puede ser que bloqueen el país convirtiendo sus problemas internos en un problema de todos. Por mucha erótica del poder que anhelen los perdedores, no deben --no pueden-- cuestionar la legitimidad del triunfador.
Pese a la dificultad del momento, España ha decidido no tomar falsos atajos, lo que dice mucho en favor de la madurez de nuestra sociedad.
Pero lo más difícil viene ahora.
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