Millonarios de las pelotas
En España se sigue llamando al campeonato de fútbol "la mejor liga del mundo". Quizás por usar esa soberbia denominación, cuando aterrizan en nuestros campos de fútbol los astros más rutilantes del firmamento pelotero, cuestan un riñón y parte del otro.
El precio que los clubs pagan por gozar de sus servicios supera con mucho la jubilación de los banqueros --que ya es decir--, y los ahorros de Bárcenas. Cifras cósmicas, vertiginosas, que producen un enorme escándalo en la población que no tiene un equipo de sus amores y las está pasando canutas por efectos de la crisis.
Este escandaloso aserto es explicado por los agentes del balompié, argumentando que, mientras más caros son los ídolos, más baratos resultan, ya que los precios astronómicos se deben no solo al rendimiento como deportistas de élite, sino a los derechos de imagen; es decir, a la capacidad que tienen para vender productos manufacturados en cantidades ingentes. Algo que, bien mirado, tiene mucho de argucia porque si les pagan lo que les pagan las marcas punteras es porque los bienes comercializados, cuando llegan al consumidor por causa de esa propaganda millonaria, lucen precios altísimos y desproporcionados.
Hablando claro y pronto: ponerse los idénticos calzoncillos que usan los dioses del espectáculo, los encarece sobremanera por recomendarlos unos futbolistas de procedencia cósmica, que no siempre se corresponde con el rendimiento efectivo en las canchas de los celestes individuos que, si consiguen más goles de la cuenta, exigen que les añadan ceros y ceros a las cantidades renovadas que para redondear mucho más nuestra admiración, suelen percibir libres de impuestos.
Así somos en nuestro país, aquí puedes ciscarte en el Rey, en Florentino Pérez o en El Corte Inglés; ahora bien, por nada del mundo te metas con el deporte del balón.
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