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Cómo combatir una cultura

16 de Mayo del 2017 - José Antonio Noval Cueto

La velocidad que se imprime a los acontecimientos es tan fuerte, que no es fácil mantener la serenidad y no verse envuelto por ellos, y más cuando algunos de esos hechos o situaciones son provocados intencionadamente para generar polémica y dividirnos, para ocupar espacios de Telediario o portadas de periódico, que últimamente son monolíticas, repetitivas, con juicios, corrupción, violencia de género y banalización religiosa, véase Las Palmas, misa de Podemos, bautizos laicos… y cómo reconstituyen el deporte. ¡Cuánto más me gustaría que fuéramos noticia por avances científicos como el de ayer, cuando se nos comunicaba que la quimioterapia iba a ser reemplazada por técnicas más seguras y menos abrasivas, y, para más alegría, diseñadas por la misma Universidad de Oviedo!

Y todo por no querer reconocer lo que sabe y respeta hasta la persona más iletrada, porque basta respirar y ver que España es culturalmente católica, y así se puede citar entre otros muchos a Palacio Valdés, Clarín, Miguel Hernández, Unamuno, Lorca, Quevedo, Calderón y el mismo Don Quijote cuando le dice a Sancho: "Los varones prudentes, las repúblicas bien concertadas por cuatro cosas han de tomar las armas y desenvainar la espada, y poner en riesgo sus personas, vidas y haciendas: la primera, por defender la fe católica…". No pido tanto, pero sí respetar lo que hace unos días comunicaba el barómetro del CIS de febrero, que decía que casi el 70% de los españoles se consideraba católico, o recordar que en estos años de penuria ha sido Caritas, "Caridad", la institución que más arropó al necesitado, al hambriento, al desesperado.

Digo esto porque últimamente se están produciendo con cierta frecuencia episodios de intolerancia donde unas minorías, con el pretexto de defender unos derechos que nadie altera ni oprime, quieren impedir las prácticas religiosas de las mayorías. Pretensión a todas luces descabellada e intolerante en sí misma, pues la Constitución de 1978 consagró el derecho a la libertad religiosa, y desde entonces ésta ha convivido y se ha practicado sin mayor problema, pero parece que desde que surge la crisis económica todo vale con tal de desestabilizar y enfrentar a los españoles.

Toda ley debe evitar exclusiones, consensuar los derechos de todos, y no pretender que los derechos de las minorías cercenen a las mayorías, y más aún en un país culturalmente católico (véase Camino de Santiago, por el que peregrinan cultural y religiosamente creyentes y no creyentes), donde no hay texto literario o manifestación artística que no tenga la impronta de ese credo milenario que vive y respira con nosotros, y la mejor prueba la tenemos en nuestro patrimonio histórico monumental o en la misma Biblioteca Nacional.

A estas alturas, negar el dinamismo y fuerza de la fe es tarea inútil, y más en un país como el nuestro, que, a pesar de los pesares, sigue siendo la mayor reserva espiritual de Europa (más de 13.000 misioneros por el mundo, de los que el 53% son mujeres y el 47% hombres), ya que somos la nación que más misioneros aporta a la Iglesia en su tarea de llevar la Buena Noticia allí donde incluso la esperanza se viste de desesperación, enfermedad o muerte, y donde el compromiso y el amor llegan hasta el extremo de dar la propia vida por sus fieles, como hicieron los sacerdotes don Miguel Pajares Martín y don Manuel García Viejo en su lucha contra el ébola en el territorio africano.

En esta sociedad de la codicia, aplauso y mentira, en este mundo tan dicotómico de buenos y malos, viene bien recordar las sabias palabras de San Agustín cuando dice: "La Historia Universal es la lucha entre dos formas de amor: entre el amor a sí mismo (hasta la destrucción del mundo) y el amor a los demás (hasta la renuncia de sí mismo)". ¿Se puede luchar contra el Amor?

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