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El teatro nacional

20 de Octubre del 2017 - Ricardo Luis Arias (Aller)

El mundo es como un gran teatro en el que cada uno de nosotros tiene un papel asignado en su vida, cuya interpretación puede ser acertada o equivocada, buena o mala, un éxito o un fracaso. Naturalmente, todo depende de la calidad humana del actor, sus cualidades, su formación y, sobre todo, su educación y comportamiento social. El que reúna todo esto, toda una ejemplaridad, puede ser calificado como un buen actor, y será aplaudido calurosamente cuando al final de la función de su vida se baje el telón.

Como lo que nos interesa es nuestro teatro, nuestra representación carpetovetónica, en el terreno social y político, diremos que somos unos pésimos actores que merecemos pitidos y abucheos. De una manera generalizada así es, y así hemos de asumirlo y reconocerlo, porque lo nuestro ya no es teatro, el buen teatro, sino una mala representación que nos califica como los peores actores del teatro comunitario europeo.

Cuando en 1978 se produjo un cambio radical en nuestro teatro, en toda la escena nacional, con nuevos actores y una obra nueva a representar, con un argumento democrático y esperanzador, todo el público ciudadano, contento y gozoso, aplaudió entusiasmado nada más levantarse el telón. Breve y frustrado entusiasmo, malversada ilusión, porque pronto se pudo ver y apreciar que la obra no sólo era mal interpretada, sino que se fue cambiando y falseando su argumento democrático, con descaro y desvergüenza, por otro distinto y con distintos papeles afines a sus intereses políticos e ideológicos. Nada, que el sentido y motivo de la obra teatral, que era el que quería y había aplaudido el público ciudadano, lo fueron cambiando unos cuya mirada política no tuvo más futuro que su ombligo ideológico. Y lo siguen teniendo todos los partidos, de un color u otro, cuyos actores han perdido la confianza y el aprecio del defraudado público.

Pero en la malversada representación teatral hay algo mucho peor, y es que mediocres y malos actores, chupones y mamandurrieros, corruptos (sobre todo los que hoy llevan los principales papeles de la obra teatral, y de ellos alardean y presumen), que se apropiaron de dinero que aportó el público y pertenece a la compañía nacional teatral.

Y de ella, otros mediocres y sediciosos actores se quieren separar y fundar ellos otra compañía independiente y ajena por completo a la nacional, que les sigue dando perras, irresponsablemente, a pesar de su actitud sediciosa y separatista, que es ya desafiante y de una extrema gravedad.

Esta es hoy la lamentable situación de la compañía nacional de teatro en su versión democrática y constitucional, en la que urge un cambio y renovación de arriba abajo, inmediata y tajante, si no queremos que nos bajen el telón de una manera radical, brusca y definitiva. Y se acabó la función. Cerrojazo al teatro nacional. Por eso, para evitarlo, se impone esa renovación comenzando por cambiar al director de escena porque, además de su impopularidad y estar ya gastado y quemado, se proyecta sobre él la sombra siniestra de la corrupción de otros actores de su máxima confianza y que eran los que manejaban las perras de su partido. Y con él, cambio también de todos los demás que comparten esa dirección de escena, y sean sustituidos por los de sigan siendo “populares”, y no impopulares, mientras dure la representación de esta legislatura. Cambio y renovación, sí, desde el director de escena hasta el mismo apuntador.

Y este cambio y renovación que necesita el teatro nacional, de suma urgencia y necesidad, se tiene que hacer extensivo también a todos esos actores de partidos diferentes que interpretan sus papeles equivocadamente, o bien se valen de ellos para fines bastardos como, por ejemplo, intereses ideológicos y de partido saliéndose por completo del guión de la obra que se representa. Resumiendo esta crítica teatral, objetiva y correcta, todo aquel actor, del color que sea, que no se ajuste al papel que tiene que representar y ha sido elegido, puerta. Salida por el foro y para casita. La obra tiene que ser representada, sin cambios ni “morcillas”, como ha sido escrita democrática y constitucionalmente por sus autores en 1978.

Y ese cambio y regeneración del teatro nacional, de arriba abajo, lo pide, exige y demanda el sufrido y defraudado público, que es el que se sacrifica y subvenciona la democrática representación teatral, cuyo telón, como antes hemos dicho, se levantó hace 40 años. Y levantado tiene que seguir con su obra democrática y constitucional, bien interpretada, ante un público unido e ilusionado, que para eso pone las perras.

Ricardo Luis Arias

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