Una imagen distorsionada
Desde la distancia y con las necesidades básicas cubiertas las noticias o reportajes que desvelan los brotes extra de crueldad y violencia manifestados en Haití tras el caos originado por el terremoto, pueden deformar o distorsionar la imagen de un pueblo que está en inmerso en el dolor y la desesperación, en una situación extrema. Y ello, puede hacernos pensar que su idiosincrasia o realidad cultural no les capacita para respetar las reglas de una democracia, para desarrollar una sociedad que defienda la justicia social, los derechos fundamentales..., en definitiva, generar dudas o reservas respecto a su voluntad y preparación para forjar un futuro de paz y progreso.
Sería erróneo e injusto extender el barniz de la irracionalidad sobre toda una nación, pues un incremento de los comportamientos rechazables es inevitable en unas condiciones tan duras y adversas. Desgraciadamente, cuando el hambre, el sufrimiento o el miedo hacen acto de presencia, la ética y la razón tienden a perder fuerza.
Sin duda, los ciudadanos de Haití no tienen instintivos más bajos ni albergan peores sentimientos que nosotros. Me vienen a la cabeza lamentables imágenes protagonizadas por algunos adultos presentes en los actos de fin de curso de los niños/as, lanzándose hacia las mesas donde estaba la comida, obstruyendo el paso a los niños/as, y uno piensa: ¿cómo actuarían esos vecinos en un escenario de necesidad?
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