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Asturiano/asturianu

22 de Noviembre del 2017 - Coro Junquera Lantero (Oviedo)

Me pregunto si verdaderamente dar carácter oficial al asturiano o bable es lo mejor que le puede pasar a nuestra manera de hablar.

Primero porque, aunque quieran algunos, no hay un bable sino variedades según nos encontremos en el Oriente, en el Occidente, más hacia el interior o acercándonos al mar.

¿Vamos a dar prioridad a uno de ellos o vamos a crear uno “oficial”?

Segundo, ¿por qué una lengua que nace en un lugar, en unas determinadas circunstancias, en un ambiente determinado... sobrevivirá haciéndolo mercancía de trueque entre políticos afanosos de hacer algo diferente y administraciones burocráticas?

¿Dar carácter oficial a una lengua que, queramos o no, no es nuestro vehículo de comunicación general y, por lo tanto, hacerlo asignatura obligatoria “nes escueles” y tenerlo en cuenta a la hora de puntuar en las oposiciones o hacerlo requisito administrativo en nuestros escritos al Principado y demás organismos es darle más vida o es rematarla y hacerle más daño que bien?

Y me pregunto también por qué desde la Administración, desde el poder político tan interesado en nuestra lengua, no se alimentan con todos los medios a su alcance nuestras aldeas, nuestros pueblos, nuestros montes, donde verdaderamente vive ese bable que tanto interés suscita.

Es allí donde se le pueden dar el valor y la energía necesaria para que siga vivo, es donde nació y donde sí es “lengua oficial”, donde hay que dejarse la piel para que no muera.

Pero que no mueran ni el lenguaje ni el entorno, ni los habitantes de esos lugares que son los verdaderos protagonistas de esta historia que, como todas las que acaban en manos de los políticos sin escrúpulos, mucho me temo que será una historia triste y con muchos, muchos daños colaterales.

No me vale que a unos niños de Oviedo, en su escuela, les enseñen obligatoriamente lo que de forma natural nació y se conservó, porque ésa no es, a mi modo de ver, la manera de conservar ni de enriquecer nada.

Me vale que al lugar más recóndito de esta Asturias nuestra lleguen todos los recursos necesarios, que el pastoreo no sea un trabajo de titanes, que el ganadero tenga cubiertas las espaldas, que el campesino no clame al cielo porque en ningún otro lugar lo escuchan, que el medio rural tenga el valor sincero que le corresponde, que la aldea, lo aldeano, sea una marca digna y protegida con orgullo... eso y muchas cosas más me valen.

No necesito poder presentar un escrito en asturianu, ni necesito que el médico me recete en bable; pero sí quiero que el paisanu de Cabañaquinta sea igual que el tenderu de Infiestu o que el médicu de Gijón, igual en oportunidades, en derechos y en todo.

Me vale que a nuestros parques naturales, a nuestros ríos y a nuestra tierra, se los trate con el cariño y la sapiencia de los que allí viven y no con el ordenador que redacta las leyes y reglamentos que están haciendo del campo un lugar inhabitable para los que siempre han vivido allí.

No me vale llevar en los programas electorales de los partidos políticos frases hechas y absurdos planteamientos que nada tienen que ver con la realidad y que hacen carcajearse a los que de verdad saben de lo que hablan.

Supongo que a muchos ya se les habrá planteado la oportunidad de sacar tajada: habrá traductores, profesores y demás. ¿De verdad es necesario? ¿A alguien con sentido común le puede parecer esto lo más prioritario? ¿En esto se van a gastar miles de euros?

Ya tenemos una Academia de la Llingua. ¿Todos los defensores de la oficialidad la conocen, se han molestado en saber si funciona, si sirve para algo, si desde su creación todo lo invertido en ella ha dado sus frutos?

Y no querer, o no ver la necesidad de la oficialidad, no es querer menos ni es denostar, ni es ir en contra. Es, simplemente, mirar con ojos no interesados, no politizados.

Ni es pretender que se quede en el campo o que no se estudie, o que no se profundice sobre sus orígenes, o que no se tenga en cuenta como algo maravilloso que conservar... es tener miedo a que sea peor el remedio que la enfermedad; es darse cuenta de que alimentando sus fuentes, sus lugares, sus hablantes, es como verdaderamente se le ayuda.

(“Tenía un borricu Antón/ en la cuadra y a buen piensu/ muy guapu y intelixente/ llamábase “Rigoletu”./ Un día sacólu Antón/ y cuando taba montáu/ oyó al burru que-y decía:/ ‘Yo quiero ser diputáu’/ Dixo Antón a “Rigoletu”:/ ‘¿Cómo dices coses tales?,/ ¿non sabes que nel gobiernu/ non admiten animales?”/ Entre rebuznos y coces/ díxo-y “Rigoletu” a Antón:/ ‘Hay munchos más diputaos/ que son más burros que yo’”. Popular / Jerónimo Granda)

Coro Junquera Lantero. Oviedo

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