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Inteligencia figurada

14 de Enero del 2018 - José Luis Peira (OVIEDO)

Nunca discutas con un imbécil, pues aquel que os viera no sabría establecer una diferencia. Creía recordar que la cita era más o menos una reflexión de Inmanuel Kant. Como no lo encuentro en mis apuntes, miro en internet por si puedo confirmarlo y descubro que esa cita se le atribuye a Twain, Einstein, Alejandro Magno y, si me descuido, a Sergio Ramos.

Y va a resultar que ese hallazgo, sin sacarme de la duda, conviene a mi argumento. Primero, la reflexión es certera, sea de quien sea, y me era necesaria para dar fondo a mi cavilación. Segundo, que transitamos una época en la que todo el mundo opina de todo porque las herramientas están disponibles pero que la mediocridad y la falta de criterio son pandémicas y con la tecnología van quedando al descubierto.

Me asomo a un foro en el que aparece esa cita atribuida a Einstein y en una de las primeras entradas un individuo denuncia: “Eso es de Mark Twain”. Así, en crudo, porque lo dice internet y punto. Para qué molestarse más. Estoy seguro de que esa persona no sabe quién es el tal Twain, podemos decirle que era delantero centro del Zurich de Glasgow, o uno de los fundadores de Guguel, o el bajista de With you Band Dark y lo creerá sin más comprobación.

Así las cosas, no sé si preocuparme de que la estulticia, tan abundante como en la Edad Media pero generosamente exhibida en estos tiempos, se vaya adueñando del mundo en una conjunción planetaria sin precedentes. Conozco a personas que apenas saben atarse los zapatos que tienen cinco blogs en los que sospecho que comparten su saber. La gente tuitea y retuitea, guasapea, facebuquea y participa sus sabidurías dándole al “enter” sin criterio. No es que esté en desacuerdo con la libertad de opinión, al contrario, aunque considero que esa libertad merecería un trato con manos más delicadas. La gente hace colas de tres días para ser los primeros en tener un airfone 13 plus y luego comparten caca, culo, pedo, pis.

Lo malo de ese mundo monocolor que se va configurando quizás sea que se desdibujen los referentes, a saber: antes referente podía ser Juvenal, un decir, y los cuatro que lo habían leído. El personal, más o menos, acataba que existía un saber más allá de su ignorar, que podía ser, más o menos, obligatorio. Hoy, en cambio, no es que haya más memos, es que se les ve más, y las herramientas magníficas a disposición no se usan mucho para ahondar y crecer. Así, Maripuri la Friky influye en trescientas mil personas explicando cómo peinarse en Navidad o señalando como nazi comunista a un juez, a un escritor o a un sindicalista, establecida su opinión profunda en titulares de ocho caracteres vendimiados de la nube. La nube de fresa, se entiende.

Naturalmente no se detiene esa publicación compartida de la ignorancia elemental en las nuevas tecnologías. Como todo está vehiculado, cualquiera puede juntar con cierto decoro algunas letras y expresarse, lo que no es sinónimo de conocimiento. En todos los aparatos y atriles deberían venir unas instrucciones éticas, como “es de mala educación hablar con la cabeza vacía” y cosas así.

Encima, en ese panorama del mundo plano, se empieza a reivindicar sin sonrojo la ignorancia como si fuera un bien. Todos nacemos igual de estúpidos, vienen a decir. Si luego tú prefieres ilustrarte, tener curiosidad, inquietudes, opiniones apuntaladas por muchas lecturas y dudas, es que eres un disidente, un arrogante y hasta un chulo. Yo soy una persona sencilla, dicen, del pueblo mondo y lirondo, y reivindico la condición de mi clase, que es el desconocimiento.

El sabio habla porque tiene algo que decir, el tonto habla porque tiene que decir algo. Hoy más que nunca antes es posible confirmar esta máxima. Una de las consecuencias ya visibles de ese llenar espacios, de ese horror vacui tecleado, es que como todo el mundo tiene asidero al que agarrarse, hay religiones para todos, de manera que ya nadie tiene la culpa de nada. La culpa es del Gobierno, de los políticos impresentables, como si llovieran del cielo, como si no fueran carne de nuestra carne. La culpa es de los sindicatos, de Venezuela, de los corzos. La culpa es del árbitro, del machismo, del oro de Moscú y de la pagoda china. La culpa es de los demás, amén.

Quizás no debiera preocuparme de ello. El león no se gira cuando ladra un perrito. Acaso sea poco tolerante con las limitaciones ajenas, mi vuelo no es la medida del mundo. Sin embargo me asusto, porque muchas cortedades sumadas tienden a configurar un ambiente tóxico, cerrado, en el que cualquier opinión argumentada, no visceral, medianamente contrastada, convierte a alguien en sospechoso, en un peligroso bacilo que los anticuerpos del sistema tienden a aislar. La ignorancia es la antesala del fanatismo. El fanático desdeña las evidencias que no apuntalen su prejuicio, se impermeabiliza a ellos, su mirar estrecho apenas distingue los argumentos que avalan su ideología. Con unos pocos caracteres, incluyendo espacios, le basta para configurar un universo cultural.

En los grandes males de la Humanidad siempre se ha podido ver, haciendo la ola, a legiones de patanes insensatos encantados de darle duro al mono porque es de goma. Y porque la goma, como todo el mundo sabe, tiene la culpa de todo.

José Luis Peira, Oviedo

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