Merecido agradecimiento a paliativos del Monte Naranco
El pasado 1 de diciembre nos dejó Maruja Fernández Laviana, directora que fue por muchos años del colegio público El Bosquín de El Entrego. Como buena maestra trabajó con ilusión las inteligencias y los hábitos de cientos de personas de esa Cuenca que la recuerdan con cariño y agradecimiento.
Marujina –como familiarmente la llamábamos– estuvo más de un mes en la habitación 101 del Hospital Monte Naranco de Oviedo y yo tuve la oportunidad de cuidarla el último año de su vida.
Es verdad que Maruja era una persona de fe recia, serena y cariñosa, acostumbrada a plantarle cara al dolor sin apearse de esa sonrisa que iluminaba su mirar azul y llena de vida; pero también es verdad que el trato recibido por los profesionales que la atendieron en la primera derecha del Monte Naranco fue excepcional. Desde la doctora Virgos y otros médicos que la acompañaban en sus visitas diarias, hasta María Jesús Sandoval –la supervisora, que envío un mail de pésame al tanatorio– y el resto de enfermeras y auxiliares, celadores y personal de limpieza, que mantuvieron durante casi cuarenta y cinco días que duró su ingreso una actitud amable y acogedora, tremendamente humana y encomiable desde el punto de vista profesional. Además, merecen una mención especial dos personas más. Rocío, la asistente social del Hospital, y don Salvador, el capellán: sus palabras de aliento y la comunión supusieron un impulso diario para Maruja, ayudándola a llevar con serenidad el último tramo de la enfermedad. Desde estas líneas, mi más sincero agradecimiento a todos, al que se une el de muchas personas que acompañaron a Marujina en esa etapa final de su vida. ¡Cuánto bien pueden hacer desde su trabajo!
Estoy segura que Maruja, como buena cristiana que buscó en el quehacer ordinario y también en su enfermedad cumplir la voluntad de Dios, nos mira cariñosamente desde el Cielo, y se une sonriente a este merecido agradecimiento.
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