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Valdediós, de cisterciense a samaritano: una continuidad

9 de Febrero del 2018 - Agustín Hevia Ballina

Cada día que me asomo a Valdediós, el querido valle que santificó el Císter de los siglos y elevó a categoría de prototipo monástico, se me ensancha el alma y siento la honda impresión de que Valdediós es inagotable, de que Valdediós siempre es como un hontanar de donde brotan numerosas aguas, sin interrumpirse nunca jamás. Siempre es posible decir de él novedades y palabras de resonancias nuevas y novedosas.

Pronto vas a descubrir, querido lector, el motivante que me ha llevado hoy a esta reflexión, que quiero compartir contigo en este día de fiesta, en que he vivido con mis monjas Carmelitas Descalzas de Fitoria la hermosa fiesta de la “Hypapantes” o santo encuentro del anciano Simeón con el Salvador de Israel. Habría podido y habría encontrado motivos fáciles para hacer un comentario sobre la Presentación del Niño Jesús en el templo, sobre la Purificación de María a los cuarenta días de haber dado a luz a su Hijo primogénito o sobre la festividad de la “Hypapantes", como la dicen los hermanos ortodoxos bizantinos. Habría podido orientar tu reflexión por el camino que conduce a la hermosa fiesta de la Luz, esa “Luz que alumbra a todas las naciones y es gloria del pueblo de Dios, Israel”, según proclamó el anciano Simeón. Esa Luz o fiesta de las Candelas, que esperaba celebrar por la tarde en la capilla de Nuestra Señora del Viso o de la Candelaria, de Poreñu.

Con todo, una voz interior me estaba quedamente, suavemente, dulcemente susurrando: deja todo y orienta tu rumbo hacia esa tierra que se extiende por la comarca de Boiges o de Boides, según lo prefieras, por ese Valdediós del alma, que el río Asta riega y hace fecundo en proporciones de riqueza sin igual, riqueza que te proporciona a manos llenas en lo artístico, en lo histórico, en lo cultural, en el ambiente y en el paisaje y, sobre todo, en los ámbitos de la religiosidad. Como si desde el hondón de los siglos, casi imperceptibles al principio, recios y sonoros más tarde y cual un campanillazo repiqueteante al final, te marcarán en los oídos del alma el ritmo y el compás de los “Latidos de Valdediós”.

Un libro, sencillamente un libro sencillo y sugeridor, gozoso como unas castañuelas, resonante a gorjeos innúmeros de miles y miles de pajarillos en la hondonada valisdeyense, cual latidos del corazón y del alma del glorioso y sublime monasterio, del querido y bienamado Valdediós, que, cual prístina Ave Fénix, resucitara a nuevas vidas, a nuevas glorias, a nuevas aportaciones a la piedad de la Iglesia de Cristo, que con su resonar inacabable, se irá enriqueciendo día a día, con la vivencia callada y siempre gratificante de sus páginas, en que Valdediós vuelve a renacer.

Lo que para mí verdaderamente es motivo de exaltación, de vivencias renovadas, lo auténticamente gratificante es que sea un libro deleitoso, grato a los ojos, lleno de sabiduría humilde y callada, que, por recovecos inesperados, llega a las almas como una campanada, como un aldabonazo en las conciencias y en los corazones, un libro, en fin, editado en Valdediós. Su autora, una monja valisdeyense, una Religiosa Carmelita y Samaritana, que ha embrazado la pluma de su ordenador, para asomarse, semana a semana, a su columna de LA NUEVA ESPAÑA -que no es moco de pavo-, para escribir con sencillez de buena comunicadora lo que siente y expresa, sin alardes de altavoces, con humildad y claridad, sin ánimo de ofender a nadie, sin otra pretensión ni otra ilusión que hacerse presente en otras almas, que sintonicen sus mensajes, sus buenas noticias, sus decepciones -que con humildad proclama- y sus pequeños logros que, por humildad también, silencia.

Se trata de la Madre Olga María del Redentor. Ella es una Religiosa, es una Carmelita Samaritana del Sagrado Corazón de Jesús, la cual ha arribado a Valdediós, con ánimo decidido de no optar por otra cosa que por la entrega a Dios, su único Dueño y Señor, sin ninguna otra vanidad ni otra ilusión espurea, que ser santa, que dar, cada día, un poco de su alma, de su vida y de su ser, para comunicar, para entregarse a Dios por los demás.

La Hermana Olga María sabe escribir, sabe deletrear palabras que, al parecer de muchos, entre otros quien esto escribe, no son palabras vacías, no pueden decirse altisonantes, pero cumplen la etimología de palabra -“parabolé”: dardo o saeta penetrante- que, como el del Serafín de la Madre Teresa de Jesús, se clava en la médula del alma, portador de mensajes y de ilusiones. Y así llega a los hondones del corazón. La palabra de la Madre Olga María es palabra de sencillez, la que “en román paladino suele el pueblo -humilde y sencillo- fablar con su vecino” en decir del inmortal vate, Gonzalo de Berceo.

Leyendo, una semana tras otra, su prédica o sermón sin pretensiones de ser tal, sus “Latidos de Valdediós”, uno siente que el corazón grande de siglos de Valdediós continúa haciendo llegar su latido cisterciense, en el estilo dulce y afable de San Bernardo, trasvasado a samaritano, igualmente apto para la acogida carmelitana, sin perder la sobriedad y la reciedumbre de la Madre Teresa de Jesús. Podría pensarse que “Valdediós de cisterciense a samaritano” es meramente un grato decir, vacío y sin contenido, sin otra pretensión que hacer una ilación artificial entre el Císter de ayer y las Hermanas Samaritanas del hoy y de la continuidad. No es tal, a decir verdad. La acepción la tomo en su literalidad.

Me profeso ser lector asiduo, cada semana, de la columna de la Madre Olga María y no me resulta novedoso que esta monja valisdeyense “enganche” o cautive, atraiga y encandile a sus lectores, que superan en número a los de los periódicos, ya que las técnicas de la informática extienden las ondas de su columna, en un difundirse difícil de calcular.

Los lectores de la Madre Olga ya disponen desde ahora de los primeros cincuenta “Latidos de Valdediós” en formato de libro. Todos hemos experimentado el vuelco que se ha producido en el ser y en el estar de Valdediós. Con todo, los mimbres estructurales continúan siendo idénticos: amor a Dios y entrega en generosidad a los demás. Grande ha sido el cambio producido. Císter y samaritanismo han encontrado grata continuidad. Si volviéramos a tener a San Bernardo redivivo, seguramente que no haría ascos a que su “Cistercium” de ayer se viera hermanado con el samaritanismo carmelitano del hoy. La ocasión de releer a San Bernardo o a Santa Teresa de Jesús, en una lenguaje de actualidad, colado en los trojes de las Hermanas Carmelitas Samaritanas, nos la ofrecen esos “Latidos de Valdediós”. Por su parte, la Madre Olga María “non da puntada sin filu”, como decía mi abuela Balbina. Aprovecha su púlpito y los “Latidos de Valdediós” para llegar a todos, a las conciencias de muchos, a quienes ayuda a creer un poco más en Dios. La dedicatoria de su libro, que ha tenido a bien escribirme la Madre Olga María, me ha llegado al alma: “querido Don Agustín. Rece por nosotras. Siempre con cariño y gratitud. M. Olga María, cscj”. De verdad, muchas gracias, M. Olga, rezaré por ustedes, para que Valdediós se convierta en paradigma de santidad.

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