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Mentecatez en la portavocía

24 de Febrero del 2018 - Fernando Martínez Álvarez (grado)

Todo el mundo sabe que es prerrogativa del ignorante meter la pata. Y la pata puede ser metida de diversas formas, algunas de ellas profundamente.

Cuando en una de éstas alguien pretende remediar, recomponer o restaurar el propio lapsus, aun a costa de desbaratar lo establecido por la norma, no queda otra manera para denominar a ese individuo que la de mentecato.

En el asunto que ahora tratamos: mentecata. Aunque más bien mentecatas, pues fueron dos las personas que hicieron de la simpleza lingüística su bandera, al amparo de la igualdad de género.

Días atrás se hubo de presenciar, atónitos espectadores, cómo Irene Montero pateaba verbalmente la gramática española con el desplante “portavoza”, su vocablo de “inspirada invención”, para contribuir a la modernización de nuestra lengua madre, y como acicate de espabilamiento para esos apoltronados señores que, carcamales todos ellos, hacen poco más que ir a sentarse a la Academia sin abrir nuestra lengua a nuevos usos (¡menuda la RAE!, eso aparte), como el de la visibilidad de género.

A las pocas horas, Adriana Lastra aparecía tras los micrófonos mostrándose radiante con el “neologismo”, apoyando a la Montero por completo, y con la portavoz de su grupo político a su lado, para corroborarlo, daba fe ante ella de siempre llamarla “mi portavoza”.

No dudo de que como políticas y como mujeres puedan tener interés por iniciativas novedosas que lleven consigo el reconocimiento y la protección de la mujer, la “visibilidad” como gusta decir. Aunque creo que desde el punto de vista de la lengua con estos desatinos verbales encuentran sólo lo ridículo, lo grotesco y lo risible en lugar de esa visibilidad buscada.

En la lengua española está establecido por su gramática que el género de los sustantivos puede ser común, ambiguo o epiceno.

“Portavoz” es un sustantivo de género común y, por lo tanto, como nuestra gramática dice, se marca la diferencia de género con el determinante, o sea, con el artículo.

El portavoz, la portavoz. El psiquiatra, la psiquiatra. El violinista, la violinista. El pianista, la pianista. El profesional, la profesional. El piragüista, la piragüista... Pero no el psiquiatro, el violinisto, el pianisto, el profesionalo, el piragüisto...

Aunque, bueno, Irene y Adriana seguro dirían que esto no es necesario, pues al género masculino no le hace falta marcarse, pues ya lo está suficientemente.

Sin quitarle razón a esa razón, pienso que no estaría de más que ellas, en esforzado y permanente afán por la protección y la búsqueda de la igualdad femeninas, dirigieran sus denuedos a la consecución de logros en otros ámbitos quizá de más valía para las mujeres, como el logro de la equiparación salarial en mismos trabajos, el similar porcentaje de representación en puestos directivos o de responsabilidad o todas esas otras batallas que aún deben librar, incluso la de la lengua, estoy de acuerdo, pero no de esta forma.

Hay que ocuparse de innovar. Es estupendo tener ideas nuevas. Y, por supuesto, también tratar de llevarlas a la práctica, pero un palabro sólo es eso: un engendro, una ocurrencia desviada sin vida futura alguna y sin efecto alguno que beneficie a las mujeres, más allá del de unas sonrisas pasajeras.

Los Cartularios de Valpuesta ya han cumplido 1214 años. Son los mismos que se considera que tiene el idioma español.

Es cierto que evoluciona, pero algunos usos que le dan no es evolución es escarnio.

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