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La odisea de opositar en España

21 de Diciembre del 2010 - José Ramón Rodríguiez Fernández (Oviedo)

Sé que muchos van a leer este pequeño escrito, aunque no sea más que por saber qué es lo que se esconde bajo este título. No se trata de beatificar a Franco ni tampoco de condenarlo. Mejor nos deberíamos ocupar de lo que nos está pasando.

Voy a contar simplemente un caso que me ha ocurrido al inicio del pasado verano. Soy el padre de un joven licenciado en Filología Inglesa que después ha pasado varios años en Londres para mejorar esta lengua. Primero estuvo un año con la beca «Comenius», y después otro como auxiliar de conversación. En su deseo de mejorar el inglés cogía todos los domingos un bocadillo y se pasaba horas en el Speakers’ Comer oyendo y participando en aquellos discursos y debates políticos y religiosos.

Después de aquella estancia de cuatro años volvió a Oviedo con la idea de preparar oposiciones a Enseñanza Secundaria y realizar los cursillos necesarios para obtener puntos. Según iba pasando el tiempo, se comentaba que después de dos años no habría oposiciones de inglés en Asturias, como así ocurrió finalmente. Entonces decidió presentarse en otras autonomías. En el País Vasco, en Galicia y Cataluña exigían el conocimiento de sus propias lenguas. Es curioso que para enseñar inglés se exija el catalán. Bueno, no me extraña, durante la II República ya se usaba el catalán en las clases de Latín. En consecuencia, optó por inscribirse en dos comunidades de habla castellana. Se matriculó en ambas y pagó lo que le correspondía. Lo que él no sabía es que lo único en que coincidían esas comunidades era en poner los exámenes el mismo día y a la misma hora por intereses propios. Ellas cobraban y luego no te daban opción a examinarte.

El sistema de exámenes era distinto en cada autonomía, así como el número de ejercicios. En una, la programación no podía exceder de 60 hojas; en la otra, de 80. Si escribías una hoja de más no te la admitían. En una te obligaban a escribir a espacio simple; en otra, a doble espacio. El tipo de letra era también diferente en cada autonomía. Los trabajos eran valorados de distinta manera, de modo que nunca sabías los puntos que te iban a proporcionar. La información sobre el lugar y la fecha de los exámenes llegó muy tarde, de modo que tuvo problemas serios para encontrar alojamiento. Al final se examinó en una de ellas, y aprobó, pero sin plaza. Sin embargo, sí la tienen muchos profesores de bable, un lenguaje de aldeanos que sólo sirve para que los alumnos acaben expresándose mal en castellano, usando un léxico y unas estructuras empleados hace muchos años en aldeas asturianas. Un lenguaje que hoy nadie habla, incluidos los promotores de la oficialidad, que cuando salen en televisión lo único que dicen, si se acuerdan, es «ye» o alguna otra palabra acabada en la letra «u.»

La verdad es que mi hijo, durante aquel tiempo, además de estudiar, se volvía loco tratando de hacer las cosas de modo que le sirvieran para las dos autonomías. Hoy sigue preparando las oposiciones orientado por una preparadora con una vocación y una experiencia excepcionales en la materia. Si algún director de colegio estuviera dispuesto a que mi hijo pudiera prestar algún servicio en su centro, estoy seguro de que no se arrepentiría.

Finalmente, después de hablar largo y tendido sobre este tema con él, cerré la conversación diciéndole: «Esto, con Franco, no ocurría».

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