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«Todos podemos cambiar el mundo»

14 de Junio del 2011 - Carlos Muñiz Cueto (Gijón)

Tememos más cosas de las que nos gustaría reconocer. Nos refugiamos como grupos cerrados en nuestras casas, clubes y partidos políticos. Buscamos líderes formando grupos que nos hagan superar el miedo al contacto mutuo para, al ritmo de los vítores al líder, reafirmarnos como iguales que no rehuyen el contacto. Se busca así esa descarga de unidad como en los encuentros de fútbol cuando abrazados nos sentimos triunfadores gritando el triunfo, o defraudados resistiendo el fracaso. En nuestros miedos todo lo extraño debe ser separado y mantenido aparte. Los extraños son los otros: los desiguales, los que no son como nosotros: la causa de nuestros temores.

Cuando la gran masa de jóvenes explotada durante la semana y enfebrizada el fin de semana es dejada fuera del sistema sin empleo, rebasa los límites de tal contención y se expande por las calles y plazas como una masa abierta decidida a cambiar una realidad sin futuro en la que se la quiere encajonar. Reniegan del modelo de bandada de ánsar común y forman una bandada como la de los estorninos. Desde fuera resulta más cómodo repudiar, que analizar o diagnosticar que algo no va bien, que el mundo está en peligro de perecer de éxito por no asumir la nueva realidad que él mismo ha creado. El movimiento 15M en su expansión abierta, engulle también en sus sótanos la traición. Ellos únicamente toman partido por los ciudadanos y sus problemas. Pero el activismo agitador que se ha refugiado en sus sótanos busca la descarga emocional en la explosiva provocación, y eso no tiene futuro. El 15M debe buscar en el debate y su posterior consenso la descarga emocional que los une como iguales en las plazas. Pero tal cosa no les va a bastar a los activistas de la agitación que buscarán la descarga unitiva en el enfrentamiento. El 15M debe buscar la continuidad en lo que le es más constructivo: debates y consenso con los ciudadanos como participes. Sólo si se olvida de los que habitan en sus sótanos y recupera en la superficie sus reuniones en las plazas con grupos de trabajo, pueden ser la esperanza para una sociedad atrapada que no se da cuenta ni de lo que hace, ni de cómo lo hace. Una sociedad que ha olvidado usar el tiempo para dejar sus logros a las generaciones que ahora se rebelan. Esta sociedad ha fracasado, ha olvidado a las personas y sólo valora como rentable la expansión de la riqueza. El sistema financiero que debería ser una herramienta para los logros, se ha convertido en un arma suicida que no respeta a las personas que debería servir. Los jóvenes, hastiados, se constituyen en grupos abiertos y buscan el consenso en propuestas sin ambicionar liderazgo alguno, situándose así, en paralelo a los diputados y ediles, en una retroalimentación permanente que puede darle continuidad al movimiento configurando una democracia más real en busca de soluciones. La creatividad, el dinamismo y la innovación son fundamentales a partir de ahora.

El todo es superior a la suma de las partes. Así Howard Gardner estima que todas nuestras múltiples inteligencias dan lugar a la inteligencia. Bill Drayton, así mismo, proclama un futuro de emprendedores, no como líderes empresariales a la cabeza de trabajadores sumisos, sino como emprendedores sociales en el corazón de una bandada de estorninos creativos que aportan con sus múltiples inteligencias la inteligencia del grupo; porque, como él dice: «todos podemos cambiar el mundo». Pero algunos no quieren darse cuenta; y otros no ven el peligro en sus sótanos. Los premiados en los Príncipe de Asturias también son inteligencias múltiples de una gestalt llamada mundo, todo un movimiento social con futuro.

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