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La informática, materia transversal

25 de Noviembre del 2008 - César Fernández Acebal (La Felguera)

Con motivo de las recientes movilizaciones del 19 de noviembre en defensa de la ingeniería en informática como profesión, es frecuente leer en los foros de Internet o en los comentarios a las noticias publicadas en las ediciones digitales de los diarios opiniones como que la pretendida regulación es un intento de dejar en la calle a todos los profesionales no titulados del sector, que es en libertad como hay que demostrar nuestra valía o incluso que la carrera no vale para nada, que es algo que cualquiera puede aprender en su casa, y que es con la experiencia real en la empresa donde verdaderamente se adquieren los conocimientos necesarios para el ejercicio de la profesión.

En primer lugar, personalmente me congratulo por hallar de pronto tanto ferviente admirador de las bondades del libre mercado, también en lo laboral. Si esto sirve para que con la ayuda de quienes así opinan entre todos logremos que yo pueda representarme a mí mismo en un juicio, hacer un puente (con un buen libro de cálculo de estructuras y el programa informático adecuado igual ni se me cae), pilotar un avión (no es mi caso, pero hay quien cuenta con miles de horas de vuelo en simuladores virtuales, incluyendo comunicaciones con controladores aéreos a través de Internet, que a buen seguro podrían pilotar en la realidad el mismo tipo de aparato con el que llevan años volando en el ordenador), ser atendido en la Seguridad Social por ese estupendo homeópata del que todo el mundo habla maravillas, o poder poner una farmacia, y hacerlo además en el lugar y con los precios que a mí me dé la gana... pues estupendo y, en lo que a mí respecta, ¿dónde hay que firmar?

Siempre he defendido que el que vale, vale, y que al final, de un modo u otro, en el mercado siempre acabará por imponerse la valía profesional de las personas por encima del título, y por eso mismo nunca he sido demasiado partidario de los colegios profesionales... si desaparecieran todos, claro. Porque aquí el problema, el verdadero malestar que ha motivado las citadas movilizaciones y las que habrán de venir, no radica ya en que no tengamos por ley atribuciones profesionales (nunca las hemos tenido y, sin embargo, hoy día es muy, muy raro encontrar empresas de desarrollo de software que contraten otra cosa que no sean ingenieros e ingenieros técnicos en informática). Así pues, no, el problema no viene por ahí ni mucho menos. Desde luego, no nos vamos a quedar sin trabajo (no al menos los titulados en la Universidad de Oviedo, y no hablo como profesor sino con el agradecimiento del alumno que fui a la excelente formación que en su día recibí en ella, primero en la Escuela Universitaria de Ingeniería Técnica en Informática de Oviedo y más tarde en la Escuela Politécnica Superior de Ingenieros de Gijón, y que tuve ocasión de constatar, al igual que tantos otros colegas que al terminar la carrera emigramos a Madrid, lo bien valorados que ya entonces estábamos en las empresas del sector).

Sin embargo y aquí confío seguir contando con el entusiasta apoyo al liberalismo que estos días leemos por doquier al referirse a nuestra supuesta regulación... ¿hay alguna inextricable razón que a mí se me escape por la que lo que para nosotros no vale, sí sea sin embargo natural para los ingenieros en telecomunicación? Si diseñar sistemas software (pese a los numerosos autores que lo citan como una de las actividades más complejas a las que jamás se haya enfrentado el hombre) es, después de todo, tan sencillo, que se puede aprender con el curso aquél de IBM de programación que salía por la tele o leyendo (y esto ya en el mejor de los casos) el Sólo Programadores... ¿por qué dar las competencias en desarrollo de software, bases de datos, etcétera, a los ingenieros en telecomunicación, como ha hecho el Ministerio de Ciencia e Innovación en las llamadas fichas que establecen los conocimientos mínimos de todas las ingenierías menos la de informática? ¿No parece más lógico que esas competencias (que por el momento son sólo eso, competencias, no atribuciones) sean nuestras, que es sobre lo que versan cinco años de carrera y no un par de asignaturas sueltas que en algunos casos pueden hcer más daño, por cómo se les dan y lo inevitablemente trivial de su contenido, que otra cosa? Porque si lo que sabemos nosotros, los ingenieros en informática, es tan poco, cuestiones como ingeniería del software, patrones de diseño orientados a objetos, arquitectura de aplicaciones, pruebas unitarias, buenas prácticas de programación, etcétera, etcétera, a un ingeniero en telecomunicación le suenan al menos si nos ceñimos a lo que estudian en la carrera a ciencia ficción (igual que a mí, por otro lado, si me hablan de teoría de la señal). Pero el Ministerio va y les asigna a ellos esas competencias que nada tienen que ver con las necesarias para ejercer aquellas atribuciones que sí tienen reguladas, y que puede poner la primera piedra para que dentro de unos años reclamen atribuciones también en esos campos (bueno, no, para que las obtengan, porque a reclamarlas ya se han apresurado a la vista de la situación actual: «El COIT debería esforzarse porque el colectivo de Telecos esté aún más y mejor posicionado en el mundo global de las TI, sin restricciones ni muletillas C que las conviertan en TIC máxime cuando los informáticos no tienen una ley de atribuciones profesionales que regule y defina inequívocamente sus competencias. [...] Empujar a nuestro colectivo de telecos para que sigan conquistando parcelas que hoy por hoy son tierra de nadie [] nuestra profesión de ingeniería de telecomunicaciones necesita [] alas para superar los obstáculos de las nuevas titulaciones universitarias y hacer volar nuestras atribuciones profesionales.»). Si tan malas son las atribuciones, ¿no tienen nada que decir quienes así opinan si quienes finalmente las obtienen son otros y no los ingenieros en informática?

De momento, nuestra reclamación básica es ésa, que para salvar la caótica situación de los veintisiete mil títulos divergentes que amenazan con empezar a salir en cada Universidad española, apuntándose al carro de las «TI» o «TIC» o como demonios quieran llamar a eso que nadie sabe muy bien qué significa (pero rehuyendo, eso sí, a toda costa, el término informática), títulos que no se sabrá a qué equivalen ni para qué capacitan, en vez de eso se determinen cuáles habrán de ser las competencias básicas que debe tener un título de grado para ser aceptado como ingeniería en informática. Incluso ni siquiera esto la ausencia de competencias sería, en mi opinión, mayor problema si nos fuésemos, pero de verdad y con todas las de la ley, al modelo estadounidense, y los colegios profesionales fuesen quienes al final tuvieran la capacidad de decidir (por medio de un examen o una certificación de las materias cursadas con sus respectivos programas) quién estaría capacitado para firmar determinados proyectos y quién no. Pero eso tampoco se quiere, ¿no?

Y con respecto a todos esos profesionales sin titulación que llevan muchos años ejerciendo la profesión, en algunos casos como jefes de proyecto, y hoy se muestran temerosos de lo que podría suceder, en mi opinión no sólo no deberían tener nada que temer si finalmente se regulasen determinados aspectos de nuestra profesión y se nos otorgasen atribuciones, sino que en ese caso estoy seguro de que los colegios profesionales establecerían los mecanismos apropiados para, acreditando dicha experiencia o por medio de un examen, una certificación o como quiera que fuese, se les equiparase de pleno derecho, en ese sentido, a los ingenieros en informática a los efectos de ejercer igualmente dichas supuestas atribuciones que, en cualquier caso, insisto, no es lo que está hoy encima de la mesa de manera acuciante, sino algo mucho más inmediato y lesivo, a mi modo de ver, para la profesión, como es la ausencia de competencias definidas para los nuevos títulos de grado.

Igualmente, tampoco tienen de qué preocuparse aquellos para quienes esto de la informática consiste en reparar ordenadores, instalar sistemas operativos, hacer la página web de la tienda de la esquina o programar cuatro cosas en PHP: naturalmente, me atrevo a afirmar que nunca habrá atribuciones para tales menesteres. Ni las queremos. Pero si hablamos no ya de instalar el sistema operativo, sino de participar en el desarrollo de uno, con decenas de millones de líneas de código involucradas; no de hacer una página web sino de programar los navegadores que facilitan el acceso a las mismas; o de crear complejos sistemas de comercio electrónico; o de desarrollar el software que gobierna una central nuclear, los dispositivos electrónicos de un automóvil, un avión o un escáner médico, ¿no podríamos barruntar que tal vez no sería descabellado pensar que alguna parte de ese software deba estar sometido a cierto tipo de control y que haya en todo caso un responsable firmante del proyecto al que puedan exigírsele, llegado el caso desgraciadamente, están profusamente documentados los casos en los que un fallo del software ha sido el causante de pérdidas de millones de euros o vidas humanas responsabilidades civiles y penales?

Tal vez sea que, después de todo, en España somos, ya se sabe, diferentes, y que cuando asociaciones internacionales como ACM e IEEE definen muy claramente cuál es corpus doctrinal de la ingeniería en informática y cómo debería ser el currículo de la titulación universitaria en que se sustenta, aquí nos atrevemos a afirmar por boca de nuestros gobernantes que «la informática (sic) es una materia transversal que no puede depender de una sola titulación.» Y se quedan tan anchos, oiga.

En fin, el Gobierno aún está a tiempo de impedir el caos al que daría lugar la actual situación. De no ser así, tal vez no estaría de más que los ingenieros e ingenieros técnicos en informática (más de ciento veinte mil titulados en España, no lo olvidemos, a los que hay que sumar en torno a unos noventa mil estudiantes) nos fuésemos planteando no una manifestación y unas concentraciones, por exitosas que éstas hayan sido, sino una huelga indefinida en toda regla. Si, después de todo, como afirman algunos, lo nuestro es algo «que hace cualquiera», a las empresas no les resultaría difícil encontrar muchos voluntarios dispuestos a sustituirnos en los proyectos que estén en marcha y darles la formación adecuada para hacerlo «tan bien o mejor» como nosotros. Y, entonces sí, igual nos reíamos todos.

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