En buena compañía
Soy habitual en la sintonía de programas de radio, sobre todo cuando uno se va a dormir. Lo más normal es que llegue a coger el sueño escuchándolos. El sistema de sintonización del aparato receptor actúa de forma automática al apretar el botoncito; por lo tanto, es bastante cómodo para no perder la onda de aquellos programas nocturnos que te interesan o te llaman la atención. Haciendo un barrido por el dial, se puede encontrar una variopinta gama de los mismos. Los hay, musicales, deportivos, religiosos, culturales, etcétera. Hace un tiempo que se escuchan programas con un gran connotación de tipo sexual, donde la desinhibición marca la pauta. Es fácil escuchar entre los mismos locutores, halagos hacía sus encantos sexuales; a la vez que describen con pelos y señales, el tamaño de los pechos, culos, penes y demás adornos sexuales, así como el relato de todo tipo de prácticas sexuales, que ya quisiera el Kamasutra. Parece que hay que ir olvidando tabúes del pasado, e irse abriendo camino en el mundo de la sexualidad, sin complejos. Las poderes represivos del sexo han sido siempre los mismos; nos han solapado ideas contrarias al sano disfrute de nuestra condición sexual. Escuchar este tipo de comentarios sexuales, sin tapujos y por las bravas, es una ventana abierta a las libertades individuales de la persona. Me parece bien, salvando lo soez.
Hablaré por último de otro tipo de programas que hacen una labor bastante humanitaria. Son aquellos que dejan hablar a personas con problemas marginales de todo tipo: soledad, dependencia, adicciones, abandono, etcétera. Al escuchar las historias de estas personas, llegas a tomar el pulso de la cantidad de gentes que, están solas y engañadas por la geografía de nuestro país; algunas alcanzan el grado de surrealistas.
Se puede acabar el día escuchando la radio, a la vez que, rezando el rosario con el Papa, aprendiendo una postura erótica, oyendo una canción, siguiendo la vida de Goya, o si Cristiano Ronaldo no está de acuerdo con los árbitros, ni con nadie.
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