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El número no lo dice todo

18 de Abril del 2009 - Inés Morán (Oviedo)

Pensé en las pasadas noches de invierno. En esas noches en las que el viento y la lluvia azotaron nuestras ventanas, invitando a guarecerse del frío escondiéndose más, si cabe, entre las sábanas. Y pensé también en esas madrugadas inhóspitas de invierno en las que en cada hora alguien recorría las calles de Oviedo en silencio y con prisa para acudir a su encuentro con el Señor. Pensé también -¿cómo no?- en la seguridad que han de tener esas personas de la presencia real de Dios en el Santísimo Sacramento para mantener esa fidelidad perseverante que las lleva a acudir a la cita semanal por encima de todo, a horas intempestivas, a pesar de los pesares, y con todos los posibles y probables inconvenientes.

Traje a mi mente a cada uno de los que conozco, con su nombre y apellido. Y al fijarme en cada uno me vi interpelada, porque son las heroicidades de los demás las que hacen que uno se vea reflejado en el espejo con su pobre imagen. Cada uno con su historia, una historia de enfermedad, o de dolor, o de dificultad verdadera. Pero el héroe, el que vive su ideal con amor, no repara en medios, pues nunca constituyen para él un sacrificio.

Pensé en el valor que ha de tener ese "sacrificio" oculto del hombre que acude libre y voluntariamente a su cita trascendente, por cuanto de ella va adquiriendo poco a poco una humilde mirada, una dulce sonrisa, un noble ser y hacer, un buen querer.

Imaginé subiendo las cuestas de Oviedo al enfermo enfisematoso en su dificultad, pensé en el asmático y sus forzados descansos antes de poder llegar. Pensé en el que lelgó a la cita desde una localidad no ciertamente cercana. Pensé en el que acudió con parches para mitigar su dolor. Y pensé en el valor oculto de lo escondido, de aquello que no se ve porque no hace ruido, de lo que suele pasar desapercibido para los demás. Y comprendí que la grandeza del hombre es silenciosa, está reñida con el espectáculo, con la parafernalia de los gestos, con las manifestacioens, porque la grandeza humana siempre está oculta verdaderamente en la humidlad y en la sencillez.

Hemos privado a nuestras relaciones sociales de valores importantes que las sustentaban; así la fidelidad, la amistad, la nobleza, el agradecimiento, poco a poco han ido infravalorándose y dejando de emplearse. No es de extrañar, querida adoradora que hace días manifestabas en tu preciosa carta el dolor que te causaba la disminución del número de miembros que acudía na las vigilias, que esto también suceda con respecto a Dios. Sin embargo, no temas ni te dejes llevar por el desánimo. Aunque parezca que el número de personas que tratan con asiduidad y profundo respeto a Dios ha disminuido, son muchas las que mantienen con Él una estrecha unión. No te quepa la menor duda, este tiempo es tiempo de santos, y los hay. ¡Vaya si los hay!

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