Alzar La Foz

La población morciniega, decaída por el ocaso sin contrapartida de la economía minera, enseña su potencial pendiente de rentabilizar y pide iniciativa y apoyos para llenar la marca que la vitalidad de su sociedad civil registró a su nombre en el pasado

Marcos Palicio / La Foz de Morcín (Morcín)

La placa está en un muro de piedra entre los plátanos y las palmeras del parque de la Hermandad de la Probe, colgada  detrás de un banco de madera con dos ruedas de carro en funciones de reposabrazos y la firma del Príncipe de Asturias estampada en el respaldo, entre los escudos de Asturias y Morcín. Dice que La Foz recibió el premio al «Pueblo ejemplar» de Asturias en 2002 «por su capacidad de iniciativa para dinamizar las actividades tradicionales, introduciendo elementos de dinamización de la vida económica, social y cultural, cuyo valor trasciende lo meramente local para convertirse en un símbolo de progreso y solidaridad humana». Leída diez años después, la leyenda extraída del fallo de aquel jurado dice en realidad casi todo lo que hay que saber hoy sobre el ambiente decaído que la rodea en este pueblo trazado a la sombra de los muros calizos de la cara este del Monsacro, asombrado por el rastreo sin éxito a la búsqueda de lo que dice la inscripción que hubo en La Foz. A su vista, junto a una fuente redonda de piedra y el homenaje a la quesera artesana de «afuega'l pitu», perpetuada en el mármol de «La Dulce Olaya», un focetano dirá: «Seguimos teniendo un potencial muy importante, pero no hemos sabido desarrollar ningún embrión». Cuando Pepe Sariego reinterpreta la divisa del «Pueblo ejemplar», lo hace sabiéndose exactamente eso: elemento dinamizador de la vida económica, social y cultural del pueblo, además de propietario de supermercado en el eje urbano de La Foz, director de la asociación Amigos de los Quesos y del Museo Etnográfico de la Lechería, y cofrade mayor de la Cofradía de Amigos de los Nabos, directivo de la Hermandad festiva y cultural de la Virgen de la Probe... Activista social, sí, pero a lo mejor sin demasiada compañía.

Sariego está junto al cauce del río Riosa apenas aguas arriba de La Foz, mirando la estructura de hormigón de las antiguas tolvas de carbón del pozo Monsacro señalando con un gesto de amargura. Ahí, tras la cristalera del bajo, dice, debería estar el bar, «con degustación de quesos»; en la primera planta la sala de audiovisuales y en la segunda «el espacio expositivo, con su recorrido completo por la historia de los quesos de Asturias». El Museo de la Lechería, terminado y cerrado, es hoy un cascarón bien presentado sin contenido que enseñar; en algún sentido, un buen emblema para ilustrar el retrato del pueblo que se alza a su lado, que tuvo sus imponentes campañas de publicidad en más de tres décadas de certamen quesero y premiados ilustres, en todo el recorrido de movilización social que condujo a aquel «Pueblo ejemplar» de 2002. La Foz es este lugar que son dos, oficialmente «Lugar de Arriba» y «Lugar de Abajo», que quiso hacerse un nombre recuperando el afuega'l pitu, que registró para sí el nombre del «Museo de los quesos de Asturias», se propuso como centro de la artesanía quesera asturiana y cinceló una marca tras la cual hoy, lamenta Fernando Delgado, «pinchas y no hay casi nada». La Foz hermana a los premiados como pueblos ejemplares, señalados sobre un mapa de Asturias de madera tallada expuesto en el parque de la Probe. La Foz entrega «nabos de plata» por Santo Antón, nombra «queseros mayores d'Asturies» en septiembre y  hace honorables cofrades gastronómicos de los nabos en una nómina que comparten el seleccionador nacional de fútbol y los cantantes Víctor Manuel y Miguel Bosé, entre otros; pero el relleno, al menos en la receta de algunos focetanos inquietos, no acaba de cuajar.

La única quesería que  se lanzó a la aventura cerró el pasado diciembre en el arranque de la avenida del Monsacro, junto al edificio vacío del museo, ahogada por la crisis, todavía con el rótulo tras la verja cerrada. A su alrededor, La Foz es, al decir de Delgado, componente de la Hermandad de la Probe, «como un globo que se va deshinchando». Begoña Rodríguez Mallada, propietaria de una casa rural en Otura, apenas a dos kilómetros de aquí en dirección a la falda del Monsacro, prefiere para el retrato la certeza de que la herencia de aquella vieja economía minera dependiente de la gran empresa dejó aquí el poso de cierta aversión al riesgo. «No tenemos cultura emprendedora». Sí, mucha naturaleza que vender y más de una idea materializada en proyectos concretos, pero ni voluntad ni ayuda externa para llevarlas del papel a la realidad. Alguna iniciativa, pocos brazos dispuestos a llevarla a cabo y menos dinero de parte de las administraciones.

Pepe Sariego no puede evitar volver a levantar la mirada hacia la cáscara del museo, «que debimos inaugurar unas ochenta veces» y no abrió nunca, recordar el concepto que el arquitecto Félix Gordillo entendió a la perfección -el blanco y el negro, la leche y el carbón, la resurrección del pasado minero con un nuevo uso turístico y cultural- y lamentar que las tolvas permanezcan vacías mientras el pueblo pide una locomotora que remolque su futuro. Sariego lamenta no ver el resultado de los trabajos suplementarios con los que la constructora justificó un sobrecoste que se llevó parte del dinero que falta ahora para el mantenimiento. Pero es que aunque aparecieran los 800.000 euros de fondos mineros para el equipamiento interior, «el problema es abrirlo o, más bien, mantenerlo abierto», enlaza Delgado recordando el proyecto de constitución de una fundación gestora con participación de las principales empresas lácteas de la región. Sea como fuere, el cimiento está puesto. La silueta del viejo cargadero remozado, con una rampa trepando por la fachada, informa de que la cabeza tractora será el turismo, sí, el turismo y su sociedad bien avenida con «el paisaje y la cultura», pero no sólo. Como ni aquí ni en el resto del concejo nadie vive aún en exclusiva de la explotación turística, también hay quien piensa en motores auxiliares, en los alicientes para la pequeña industria agroalimentaria o en el pleno rendimiento que no acaba de alcanzar el polígono industrial de la vega de Argame.

Río Riosa abajo, en la misma margen derecha que ocupa el museo virtual, los edificios de vivienda colectiva se han adueñado de los terrenos donde estuvo «el chalé de don Luis», «el ingeniero», indicio de aquel otro pasado de esplendor minero que tuvo el concejo. Junto a la «Cooperativa La Hulla», en lo que hoy es la avenida Monsacro y en tiempos la vía del tren que sacaba el carbón del pozo, un bloque blanco de bajo y dos alturas tiene un cartel de «se vende» expuesto detrás de una de las ventanas del segundo piso. Es la promoción de vivienda de construcción más reciente en la villa y el letrero una prueba de lo que dicen las cifras del censo. La Foz, a efectos estadísticos la suma de Lugar de Arriba y Lugar de Abajo, se ha dejado en algún lugar de este siglo 145 de los casi 800 habitantes que tenía en 2000 y ahora aguanta con 637, un dieciocho por ciento menos que al comenzar el milenio y más de cien de pérdida respecto al 2002 del «Pueblo ejemplar», bajando desde entonces a razón de más de diez moradores al año. «Muertos, los que quieras», resumen con amargura dos mujeres mientras leen las esquelas, tres, en un tablón plantado a la derecha de la iglesia, en la travesía de la carretera AS-231 que pasa camino de Riosa por un lado y de la N-630 por el otro.

La realidad se bifurca en razones múltiples por debajo de los números del censo. José Antonio Fernández, «Pepe el de La Puente», enfiló el camino de Oviedo cuando «estábamos mal comunicados por carretera, cuando La Foz estaba encerrada» y costaba mucho más que hoy alcanzar estas estribaciones del Monsacro desde la capital. Ahora es el socio de mayor edad de los «Feos», acróstico de «Focetanos en Oviedo», un colectivo de «exiliados» que se reúne con frecuencia  y que, creciendo, da fe de lo que pasa en La Foz en su nómina de más de cien componentes. Pero también siente este viejo pueblo minero con mina, todavía, su parte correspondiente del éxodo de prejubilados, «preferentemente a Oviedo y Mieres», destaca Norberto Álvarez, secretario de la Hermandad de la Probe, y sufre alguna secuela de la configuración del mapa educativo, que no incluye Secundaria en el concejo, que saca a los niños a los doce años del Colegio Público Horacio Fernández Inguanzo y arrastra a los padres tras ellos. Colabora asimismo la «diferencia» con lo que Fernando Delgado detecta que sucede en Riosa, donde «la gente de los pueblos invirtió y compró en La Vega mientras los de La Foz se marchaban a Oviedo», y algo suma también, pero poco, la gran urbanización que triplicó en población y extensión Santa Eulalia, la vieja capital de Morcín. Ésta tiene una capacidad atractiva, apunta Sariego, «más vinculada a la población de los valles bajos del concejo» que a esta parte alta en el límite con Riosa, «emparedada» al decir de Pepe el de La Puente «entre el resto de Morcín y Riosa». «Aquí la historia sería más o menos la misma con Santolaya o sin ella», abunda Delgado. «Geográficamente estamos más vinculados a Riosa». En el resultado final del censo empobrecido, materializado a simple vista en el recuento visual rápido que concluye que «las casas vacías igual superan a las habitadas», influye todo eso y, sobre todo, una vez más, el oscurecimiento progresivo de una forma de vida. «De ser una economía mixta pujante donde los ingresos eran más altos que en el resto de Asturias», remata Delgado, «hemos pasado a depender de la Seguridad Social y de las subvenciones».

Pepe el de La Puente va a volver a recordar La Foz como aquel «pueblo acogedor» y Delgado el cambio que le ha dado el tiempo, «de aquella tierra de promisión y de acogida a este fenómeno opuesto», éste del éxodo en el que la pregunta es «si vamos a volver atrás para coger impulso, si vamos a regresar a la la situación previa al desarrollo industrial». Hablan de un lugar que tiene bien a la vista la materia prima para transformar, la historia y la cultura «de la montaña más próxima a Oviedo», y que supo ensayar una estrategia de venta y marketing colectivo. El primer Certamen del afuega'l pitu, hace 32 años, y todos los que se han sucedido hasta la actualidad «pusieron en el mapa este concejo, que fuera de aquí muchos no sabían si estaba en Pesoz o en Peñamellera». Eso fue en 1981. «Puede que después nos hayamos dormido un poco».

Un paso hacia Oviedo para vender mejor la montaña «mágica y majestuosa»

Al elevar la vista, casi desde cualquier rincón de esta foz emparedada entre muros calcáreos y diques verdes se adelanta una posible fórmula para despejar la incógnita del futuro. El perfil calizo del Monsacro, descrito como «majestuoso y mágico» en el discurso que el Príncipe de Asturias pronunció aquí en 2002, vigila esto desde todas partes, informando al detalle sobre la fuerza magnética que se le supone a la Naturaleza cuando se levanta a un paso corto de la gran ciudad. Se ve bien desde la casa rural de Begoña Rodríguez en Otura, pero a veces, opone, a fuerza de guiar a senderistas por rutas sin señalizar, «parezco un guardia de tráfico». El lema de Fernando Delgado -«para andar mil kilómetros hay que dar el primer paso»- le sirve a este sitio donde nadie vive en exclusiva del sector de las vacaciones y la explotación del recurso casi pide un comienzo desde la primera piedra. Además de la iniciativa y del auxilio externo, hay quien cambiaría el escaparate. Para construir y vender un destino turístico, dice la tesis de Delgado, mejor en mercados grandes y dinámicos; mejor arrimarse a Oviedo que mantener la vinculación actual a la cuenca minera. En la búsqueda de una marca, calienta más la de la capital que la agrupación de los concejos del Caudal bajo la divisa de la «Montaña Central». «Estamos al lado de Oviedo», afirma, «y el gran error de nuestros políticos fue acercarse a la cuenca en lugar de a la capital. Tal vez sería mejor promocionarse como comarca del Aramo, por ejemplo, asociarse a nuestros vecinos y aprovechar nuestro gran privilegio de estar muy cerca, de ser la montaña más próxima a Oviedo».

Se trataría de dar «un paso hacia la capital del Principado», uno que «no tiene por qué ser excluyente ni romper nuestra tradición minera», pero que se acompasaría, apunta, con la mirada que históricamente ha dirigido hacia la ciudad el vecindario en este valle estrecho del Sureste de Morcín. Aquí «la sociedad civil tira hacia un lado y los gobernantes hacia otro», enlaza, y ya no es tiempo de disputas localistas. Ha pasado a la historia aquella discordia que se excitó a raíz de la construcción en La Foz de las viviendas de los ingenieros y en Las Mazas las de los obreros del pozo Monsacro, esa explotación minera a la que se accede por Morcín y cruza por debajo de la tierra la frontera que la interna en territorio de Riosa. Justo a la inversa, la idea es ahora una retroalimentación conjunta, «un acuerdo para venderse juntos», el Museo Etnográfico de la Lechería y el embalse de los Alfilorios; el Angliru y las minas prehistóricas de Texeo... Y la situación privilegiada, eso es lo que no sabemos aprovechar», sentencia Delgado. «Recursos hay; cercanía, también. Ahora hay que tomar decisiones».

Pepe Sariego añade al recuento los restos del Paleolítico Superior en el abrigo de Entrefoces, a unos kilómetros de La Foz río abajo, y asociado a ellos aquel proyecto del ecomuseo, el tren neumático que iba a salir del Museo de la Lechería por la vieja vía del carbón a la búsqueda de los orígenes de la Humanidad en un cuatro kilómetros de ferrocarril. De todo eso no hay nada: ni museo, ni ecomuseo, ni vía, ni tren. El equipamiento expositivo sobre la historia de la manufactura láctea se acumula en el museo que Sariego atiende en un bajo de la travesía de La Foz y su director persevera en la certeza de que «no se ha invertido en nada, salvo en el edificio del Museo, y está cerrado. La sociedad civil debería tomar partido ante la indolencia de los que nos están gobernando».

Pedro Suárez, presidente del Morcín Fútbol Sala, indica el camino emprendido por los concejos de los valles del Trubia, su Senda del Oso y su aprovechamiento de la naturaleza próxima al centro de Asturias. Alguien señala en este punto el cartel promocional del certamen del Afuega'l Pitu de 2010, el letrero que reproduce la silueta de un queso «de trapu blancu», con forma de calabacín, y que despide al que se marcha de La Foz en dirección a Riosa. Así despierta el recuerdo de aquella vitalidad social que levantó el pueblo en las últimas décadas del siglo pasado. «La sociedad civil ha tenido bastante protagonismo; aquí hubo un movimiento social con peso», vuelve Fernando Delgado, «pero al final se quedó todo en organizar fiestas. Y el «Pueblo ejemplar» en una placa». Y en la plaza del Príncipe de Lugar de Arriba, lo más tradicional del barrio alto de La Foz, pero hace tiempo que Norberto Álvarez echa de menos aquella vieja implicación social. Los más de novecientos socios de la Hermandad de la Probe apenas dan para que salgan ocho con verdadera voluntad de trabajo, lamenta, y él trata de estimular la añoranza de aquella vitalidad social que no hace tanto fue el principal aval de este pueblo que tuvo muchas ideas para enfocar su futuro. La del secretario de la Hermandad es una advertencia por si alguien echa en falta este año la fiesta de Lugar de Arriba. Lo que no parará son los festejos varias veces centenarios que tienen todo el sentido a la vista de la realidad del pueblo. Los de la Madre de Dios de los Pobres, la Virgen de la Probe, la certeza tantas veces repetida de que también hay una Madre y un Dios para los pobres.

La parálisis que afuega el espíritu

El material expositivo del Museo de la Lechería se acumula en el bajo de la carretera general que fue antes que museo discoteca, que ha reutilizado los baños para remedar una cueva de maduración de queso. Hay utensilios para elaborar queso y productos lácteos de todas las épocas y las procedencias, de los recipientes a las prensas, de la madera al metal, de una vieja heladera a las latas de queso cheddar del «plan Marshall». A falta de espacio abierto en el sitio que debería ocupar, como está cerrado desde que terminó la obra -noviembre de 2008- el edificio de las viejas tolvas de carbón del pozo Monsacro, el museo sobrevive en el centro de La Foz, junto al local que fue el cine Mari y es ahora la sede de la Cofradía de Amigos de los Nabos. Sigue ahí, regido por la tenacidad de Pepe Sariego contra la indolencia que impide sacar partido a los recursos históricos de este pueblo que un día quiso enviar una misión al rescate del queso de pasta blanda que se coge a la garganta, que se propuso para centralizar la recuperación etnográfica del patrimonio gastronómico que configura la artesanía quesera asturiana. La exposición es exhaustiva y en el almacén no caben más piezas, pero la industria de transformación agroalimentaria cuya historia recorre el museo echa en falta una continuidad real al otro lado de la puerta. Para la materia prima «no sé si habrá una vaca de leche», lamenta Sariego; para la manufactura, casi acaba de cerrar la persiana la aventura de la única quesería que se lanzó en Morcín al negocio del queso de elaboración más extendida en el centro de Asturias. No hay respuesta para la pregunta repetida de los que vienen de visita, acaban de comer y consultan, al llegar al postre, dónde se compra aquí un queso de afuega'l pitu.

El Mirador

Propuestas para mejorar el futuro

_ El museo

El edificio, clave en la otra vida de La Foz como cargadero de carbón del pozo Monsacro, estaba llamado a ser cabeza tractora de un futuro distinto. Era una vuelta a empezar reutilizando los restos del pasado como emblema del porvenir, pero el Museo de la Lechería está rehabilitado, cerrado y vacío. Los modificados de obra, poco visibles fuera de las facturas al decir del vecindario, elevaron el coste y ahora falta financiación para equipar y poner en marcha el gran emblema de la explotación de los recursos propios -el queso, la transformación agroalimentaria artesanal-, del hallazgo de una salida lejos del monocultivo del carbón. Su apertura es un «proyecto prioritario» en la versión del alcalde de Morcín, Jesús Álvarez Barbao, que espera el desbloqueo de los 800.000 euros aprobados para el equipamiento en la Mesa de la Minería.

_ La vivienda

En el espacio libre que tiene la localidad morciniega, tratando de buscarle una vuelta a la función residencial, el Ayuntamiento valora la edificación de «quince o veinte viviendas públicas». Ocuparían 15.600 metros de terreno en la margen derecha del río Riosa, entre la vieja vía del ferrocarril minero, transformada hoy en la avenida Monsacro, y el cauce.

_ El saneamiento

El río Riosa baja saneado hasta el pozo Monsacro, dicen aquí, y tiene pendiente la habilitación del servicio en el tramo que baja desde La Foz a Entrefoces. Mientras tanto, afirma Pepe Sariego, «estamos pagando un saneamiento que no tenemos».

_ El queso

El potencial agroalimentario lleva en La Foz el nombre del queso de'afuega'l pitu. La única quesería que se lanzó en el pueblo a la aventura de la elaboración y venta cerró el pasado diciembre, lastrada en parte por el retraso del Museo de la Lechería, que está a su lado, y asimismo por un «exceso de oferta» que asaltó el mercado. «En 25 años hemos pasado en Asturias de no tener ninguna quesería a quince», afirma Fernando Delgado. Aquí hay quien vuelve sobre el problema de la falta de iniciativa y Begoña Rodríguez llama la atención sobre la certeza de que «en otros sitios una cooperativa funciona».

_ El turismo

El lamento por la materia prima turística poco exprimida, encuentra muchas ramificaciones en La Foz. Por citar sólo algunas, Pepe Sariego cita la oportunidad aprovechada en otros sitios de transformar el tren minero en senda, o de aprovechar el trazado que iba de aquí a La Pereda, o el abandono de Entrefoces y sus restos paleolíticos, los vestigios de minería de montaña y, por supuesto, el Monsacro.

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