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La trascendental victoria del 1.º de abril

3 de Abril del 2012 - Julio García García (Oviedo)

Son muchos los españoles que ignoran o, lo que es peor, tienen una información tergiversada de lo que fue y significó la Guerra Civil y la victoria del 1.º de abril de 1939. Los que la vivimos con intensidad sabemos bien el «por qué» y el «para qué» de aquella contienda.

Digamos que no fue lo que desde lugares comunes, tópicos y falsedades suele decirse: no fue una lucha entre ricos y desheredados, ni entre opresores y oprimidos, ni entre defensores de la República, la libertad y la democracia y sus contrarios. ¿Qué fue realmente la Guerra Civil?

Dicho muy resumidamente: en el año 1936 España se encontraba en una dramática situación política, económica y social.

Era una realidad que grandes masas de obreros industriales y campesinos vivían en un estado de miseria, de desatención social y atraso cultural, especialmente en Extremadura y Andalucía.

Gran parte de esas masas acogieron con entusiasmo y esperanza las doctrinas marxistas y anarquistas que les prometían acabar con aquella situación de injusticia a la que les había llevado el sistema liberal capitalista y sus superestructuras (la religión, el Estado burgués, el ejército, el sistema jurídico, etcétera).

Estas ideas en una interpretación materialista del mundo, de la vida, del hombre y de la sociedad, según las tesis marxistas. En febrero de 1936, bajo la denominación de «Frente Popular», llegaron al poder los partidos marxistas con una reducida representación de partidos de izquierdas, no marxistas, pero muy radicalizados y sectarios.

Desde el poder, sobre todo desde el dominio de la calle, se inició una acción prerrevolucionaria cuyo objetivo era la implantación en España de un sistema político cuyo modelo era la dictadura del proletario implantada en la Unión Soviética.

Entre el 16 de febrero y el 18 de julio de 1936 España vivió en una situación de persecución a los opuestos al Frente Popular (más de 300 muertos en cinco meses), desorden público, huelgas, asaltos de locales de partido de derechas, de iglesias, etcétera.

Al mismo tiempo se organizaba el Ejército Rojo cuyas milicias, adiestradas militarmente por oficiales adictos al Frente Popular, desfilaban puño en alto por toda España.

Ante esta situación se produjo una reacción de los españoles contrarios a las ideas marxistas, que se organizaron para impedir que por la violencia y el exterminio de sus contrarios se implantase una dictadura marxista.

Y el 18 de julio de 1936 una parte del ejército, secundada por fuerzas civiles, se alzó en armas, como único medio para impedir que, por la violencia, se impusiesen las aspiraciones de los movimientos marxistas.

España quedó dividida en dos zonas: una llamada «zona roja», dominada por el Frente Popular, y otra denominada «zona nacional», dominada por los alzados.

Estaba claro por qué luchaban unos y otros: los rojos, básicamente, por implantar la Dictadura del proletariado, según el modelo de la Unión Soviética, y los nacionales, en defensa del sentido cristiano de la vida.

Eran dos cosmovisiones del mundo, de la vida, del hombre y de la sociedad radicalmente opuestas e inconciliables.

En la zona roja se puso de manifiesto el sentido materialista y anticatólico con el exterminio de la Iglesia católica (13 obispos asesinados, así como unos 7.000 sacerdotes y religiosos, profanación o destrucción de sus templos, etcétera).

La Iglesia calificó el Alzamiento Nacional como una cruzada en defensa de la fe.

No es correcto ver en la Guerra Civil una simple y lamentable contienda entre «hermanos», algo terrible e injustificable. Fue a lo más profundo y trascendental. Es decir, fue un enfrentamiento ideológico, que se repetiría en igualdad de circunstancias.

Poner el acento en las represalias, en las injusticias, en los excesos cometidos en la pasión y la violencia propios de todas las guerras es olvidarse de lo esencial, para irse a lo que fue consecuencia de lo ideológico. Cada parte para defender sus creencias tenía que derrotar a la otra parte.

Hay un testimonio muy significativo de un intelectual socialista como era don Julián Besteiro, de reconocida e intachable conducta ética, que declaró sobre esta contienda: «Estamos derrotados nacionalmente, por habernos dejado arrastrar a la línea bolchevique, que es la aberración política más grande que han conocido, quizá, los siglos... la reacción a este error de la República de dejarse arrastrar a la línea bolchevique la representan genuinamente, sean cuales sean sus defectos, los nacionalistas, que se han batido en la gran cruzada anti-komintern».

Por ello, desde una óptica católica y española, la victoria de las Fuerzas Nacionales, del 1.º de abril de 1939, fue un hecho trascendental, que impidió que España fuese víctima de una Dictadura del proletariado, como la que ensombreció a tantas naciones del mundo.

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