¡Por favor!, no le aprieten tanto
Pobre familia, me los van a ahogar. Bien es verdad que, prácticamente, tienen todos los gastos pagos y que esos ocho millones doscientos sesenta mil euros (8.260.000) son sólo para «Oye, ¿para qué son esos ocho millones y pico? ¿Y por qué?». Bueno, para lo que sean, y porque un Rey no es un simple carajo elegido, nada más es consentido por el mentalmente menguado pueblo, ¡el Rey es elegido por Dios! a través de un portavoz cualificado para señalar al agraciado.
Es que aunque haya quien dice que las leyes nos hacen a todos iguales ante la justicia ¡y ante la Seguridad Social!, lo hace generalizando y dejando, por tanto, sobreentendido que las generalizaciones conllevan excepciones.
Una Infanta puede tener la mitad del poder de decisión y de recepción de dividendos de una empresa rarilla y, sin embargo, no tener nada que ver con las raras actuaciones de dicha empresa. Normal, es una persona excepcional. Como normal es que un pelamangos cualquiera acuda a la Seguridad Social, tenga que esperar no sé cuántos meses para una consulta, no sé cuántos más para las pruebas solicitadas, no sé cuántos más para conocer los resultados, no sé cuántos más para hacer efectivo su ingreso hospitalario y, ya ingresado, confiar en que cuando apriete el timbre para llamar a la enfermera ésta no esté ocupada en otros menesteres que la impidan acudir a su llamada con la presteza que él deseara. Pero, ¡por favor!, déjenme esa planta despacientada, bien fumigada y esterilizada y dispongan para su utilización, inmediatamente de ser solicitados, todos los recursos, técnicos y humanos disponibles, ¡el Rey va a ser ingresado en la que él mismo reconoce como mejor Seguridad Social del mundo! En la misma Seguridad Social que cualquier hijo de vecino, ¡la mismita!
Quizá reciba un trato un tanto especial, pero ¿quién más excepcional que el Rey?
Y qué bajeza pasarle una asignación de ocho millones y pico de nada.
En este país no hay conciencia.
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