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Una carta... a mi madre

7 de Abril del 2012 - Heradio González Cano (Oviedo)

Querida mamá, acordándome de ti todos los días... como siempre. Este 23 de marzo de 2012 se cumplieron 30 años de no vernos; ese largo tiempo y la distancia que la separa un mar me causan una gran pena indescifrable, pero me consuelo pensando que todavía sigo de estudiante, como cuando empezara interno en el Colegio del inolvidable Maestro Picado en Matagalpa, teniendo solamente 7 años, para pasar después, una vez aprobada la Primaria, a la Secundaria, siempre de interno, en el gratificante Colegio San Juan Bosco de Granada, donde con sobresalientes notas me bachillerara (1951-1956), partiendo seguidamente a «estudiar» en la capital de las Españas; pongo entre comillas lo de estudiar, porque no daba pie con bola deslumbrado por tanta belleza de mujeres por las calles, pareciéndome que más bien estaba dentro de una película, de esas típicas, folclóricas, que viera por vez primera en los cines de Nicaragua, siendo todavía un niño... Recuerdo que te mandé una foto donde atravieso, nada menos, que la calle de Alcalá, rumbo a la siempre festiva Gran Vía o a la Puerta del Sol, donde todos los caminos arrancan allí del Kilómetro Cero...

En fin, de mi vivir bohemio, enamorado, bien ya todo sabes, así como del nacer de la nueva Universidad, donde la mayoría de los hispanoamericanos estudiábamos Derecho, más bien «estudiaban» a las lindas chicas de la Facultad de Filosofía en la bullanguera cafetería con amistosos, sinceros invites; invites sanos, nada de pecaminosos, hacer lo contrario era un solemne y mal visto pecado; relaciones estudiantiles que en Austria o Alemania, donde también estudiara, eran completamente diferentes... Como lo es ahora, estrenando un nuevo siglo, en las Asturias, donde al fin me encontrara con el amor de mis amores, María del Carmen, casándome en San Juan el Real (1963), donde se casara antes un general que se llamaba Franco, con otra Carmen, siendo tu hijo todavía de la prestigiosa Universidad un alumno de sus sabios docentes, imitadores de aquellos que el gran poeta y escritor Pérez de Ayala recordara: «Sin olvidar el magisterio de la que fue Hispánica Atenas, / la Universidad, alma máter, la gracia ática y la gracia ética: / con Aramburu y Alas, Buylla, Posada y Sela / y el genio secular astur en carne y hueso / del bueno de Fermín Canella»... ¡Tal sus versos!

Sí, pasaron tantos años y aún siguen pasando... Como me dijera un día un sabio profesor de profesores, echándonos en la afamada Casa Conrado unos alegradores vinitos: «Usted, Heradio, ha vivido prácticamente más años fuera que en su propia patria». Él sabía mucho de mi vida, como yo de la suya, teniendo el gran honor de haber conocido antes en Valladolid a su ilustre padre, decano de Facultad, bastante ciego, maravillosa persona, con dones tan especiales que heredara don Emilio... ¡Genial docente! ¡También glorioso poeta!

Perdona, mamá, me estoy embarullando, es que los años, como sabes, nos van haciendo «batallitas»... Pensar que solamente 13 años pude al fin estar a tu lado, siendo totalmente felices ¡!... Pero vino la guerra sandinista y a tu hijo extramuros lo mandaron a la fuerza (diciembre de 1979)... No obstante, después de 20 años de ausencia, calladamente, sin avisar a nadie, fui sorpresivamente a visitarte; mis dos hermanas, Elba y Haydée (q. e. p. d.), me dijeron apenadas que tú no estabas en casa, que te habías ido de paseo por muchos días al legendario Cerro de Apante... Sólo dos semanas estuve y dije para mis adentros: «¿No será que se ha muerto?»..., por eso fui al cementerio y, viendo tu nombre en una tumba pintada de blanco, me dije: «No puede ser..., no ha muerto», por eso te dediqué estos versos (páginas 79 y 80 de mis «Palpitaciones poéticas»): « La tumba de mi madre / luce limpia / como las nubes / del cielo; / la han pintado/ de blanco / quedando / como un lirio / o una orquídea. / Dos floreros / gemelos, / según retrato, / adornan su cabeza / con níveas / margaritas, / helechos / rizomados, / vivaces / crisantemos, / el gladiolo / o hierba mala / que es muestra / de abandono, / ... jamás / en el entorno / hubo nacido. / Un libro / como Biblia / sobre el túmulo / está abierto / y da un mensaje / de consolación / y espera... / Una cruz de cabecera, / en real vigilia, / la custodia; / mientras / las cumbres / del Apante, / cerro cafetalero / dormido / en apariencia, / observa nebuloso / de lluvias / septembrinas / la paz del cementerio. / Su huesa / no es muy grande, / tal hecha / a su medida, / mas no de su corazón / palpitando todavía, / pues no ha muerto, / la llevo yo / en el pecho / desde el día / en que cruzando / el mar / vino conmigo, / se presentó / en Asturias, / haciendo compañía / a mi dolor / de exilio... / La tumba de mi madre / en Matagalpa, / Nicaragua, / ¡por Dios, / no tiene sentido, / solamente es un «recordar», / un símbolo / cenotafial, vacío. / Pues día y noche, / ante el Naranco / junto al Sagrado / Corazón de Jesús, / ¡la veo! / Eso bien / lo sabe Oviedo, / sobre todo / cuando se oculta / el sol y llueve».

¡Hasta otra, adorada mamá! Ya sabes que el día 17 de mayo –de San Pascual Bailón– tu querido hijo se «vuela» los 77. De modo que ya muy pronto nos veremos... ¡Te besa!

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